1 Cor. 1:23 Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...
RICHARD
BAXTER (UN RESUMEN DEL FAMOSO LIBRO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN 1658)
INTRODUCCION
En
este estudio deseo llamar la atención a un solo texto en la Escritura. El texto
viene del Antiguo Testamento y formó parte del mensaje dado por Dios al profeta
Ezequiel, para ser entregado al pueblo de Israel. Esto es lo que Dios le dijo:
“Diles:
Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se
vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos
caminos; ¿Porqué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11)
Todo
lo que tengo que decir en este estudio, está basado en estas palabras, las cuales
forman un resumen exacto del espíritu del evangelio cristiano. Como respuesta
le pido que haga tres cosas:
PRIMERO, lea este estudio seria y cuidadosamente.
SEGUNDO, mientras que lo lee, piense seriamente acerca de lo que está leyendo.
Pida a Dios que abra sus ojos para ver la verdad de su Palabra, y que le
conceda toda la ayuda necesaria para entenderla y obedecerla.
TERCERO, cuando
esté convencido de su necesidad y del remedio que Dios ha provisto, obedezca su
llamamiento y vuélvase a El de todo corazón.
Pudiera
ser que muchos de los que lean las páginas de este estudio sigan igual como
antes; descuidados, ignorantes, mundanos e impíos. Si así sucede, entonces todo
lo que puedo hacer es recordarles las palabras de Cristo cuando dijo que son
“pocos” (Mat.7:14) los que encuentran el camino que conduce a la vida. Cuando
usted haya leído estas páginas, habré terminado con usted.
Pero,
a menos que sea convertido, el pecado no habrá terminado con usted, tampoco el
diablo habrá terminado con usted, y mucho menos Dios habrá terminado con usted.
Al contrario, usted será uno de aquellos que serán: “Castigados de eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2ª Tes.1:9).
Escribo
como uno que pronto estará en otro mundo y que sabe que pronto usted también
estará ahí. Si usted quiere encontrarse conmigo en la presencia consoladora de
nuestro Hacedor; si quiere ser recibido en la gloria eterna de Dios y escapar
de los tormentos eternos del infierno, le ruego que escuche lo que Dios le está
diciendo, obedezca su llamamiento, vuélvase a El y viva.
Si usted
se rehúsa, invoco a Dios como testigo de que le advertí y de que usted será
condenado, no debido a que no fuera llamado a volverse y vivir, sino debido a
que usted no quiso hacerlo.
1. LA LETRA DE LA LEY
Probablemente
le sorprenderá a usted, como a mí en otro tiempo, leer lo que la Biblia dice
acerca de cuán poca gente irá al cielo al momento de la muerte. Podría
sorprenderle aún mas descubrir que aún de aquellos que han escuchado el
Evangelio, la mayoría quedará excluida del cielo y pasará la eternidad en el
infierno. Por supuesto, hay muchos que se niegan a creer esto, porque rechazan
las enseñanzas de la Biblia, pero algún día se verán forzados a experimentar
esta verdad. Aquellos que creen esto solo pueden clamar con el apóstol Pablo:
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom.11:33).
El
pensamiento de que la mayoría de la humanidad pasará la eternidad en el infierno
de inmediato levanta la importantísima pregunta ¿Porqué? ¿Quién es responsable
por esta espantosa catástrofe? Cuando algo malo sucede instintivamente deseamos
saber la causa o el porqué. En el caso de algo pecaminoso, nuestros instintos
en favor de la justicia nos impulsan a buscar al culpable, de manera que pueda
cargar la vergüenza y el castigo que merece. Si nos encontrásemos con el
cadáver de una persona asesinada, desearíamos saber quien la asesinó. Si
deliberadamente una ciudad fuese incendiada, desearíamos que el piromaniático
fuese llevado a juicio. Entonces cuando leemos acerca de millones de almas
sufriendo para siempre en los tormentos del infierno, seguramente querríamos preguntar
quien es el responsable. ¿Quién sería tan cruel como para causar tal cosa?
¿Quién tiene la culpa?
Muchas
personas responderían que el diablo es el responsable. Hay un sentido en que
esto es cierto, pero el diablo no es la causa principal. También es cierto que
el infierno es el castigo del pecado y que es el diablo quien tienta a los hombres
a pecar, pero él no les forza a pecar. Más bien, deja a la voluntad de ellos el
resistir o ceder ante la tentación. El diablo no lleva al hombre a las posesiones
de otro y lo forza a robarlas; ni tampoco le secuestra cada domingo para que no
asista a escuchar la Palabra; ni tampoco obliga a su mente a no pensar en los
asuntos espirituales.
La
persona misma escoge actuar en la manera en que lo hace. Pero si el diablo no
es la causa principal del pecado de una persona, entonces ¿Quién es? Existen
solamente dos posibilidades; Dios o la persona misma es el culpable. Pero Dios
específicamente rechaza toda responsabilidad en el asunto, y normalmente los
pecadores hacen lo mismo. Este es el asunto que voy a tratar al examinar las
palabras registradas por el profeta Ezequiel.
¿ES DIOS EL CULPABLE?
Este
mismo argumento, Dios diciendo que el pueblo fue culpable y ellos diciendo que
fue El, surgió antes en el libro de Ezequiel cuando el pueblo se quejó de que
“no es recto el camino del Señor” (Ez.18:25). En el capítulo 33 versículo 10
dijeron en esencia lo mismo: “Nuestras rebeliones y nuestros pecados están
sobre nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿Cómo, pues, viviremos?”
En efecto ellos estaban diciendo, “Si nuestros pecados están arruinando
nuestras vidas y condenándonos para toda la eternidad, ¿Cómo puede ser culpa de
nosotros?” Pero Dios deja claro que El no es responsable.
Aún
mas, les muestra como usar los medios que El ha provisto para que sean salvos
de su terrible situación. También les dice que si se niegan a hacer lo que El
manda, entonces la culpa les pertenecerá a ellos y El no vacilará en juzgarles y
castigarlos. Por otra parte, ellos no tienen ni autoridad, ni sabiduría, ni imparcialidad
para juzgarse a sí mismos, mucho menos para juzgar a Dios. Aún mas, discutir
con Dios, y quejarse de lo que El hace, no hará nada para salvarles de la
ejecución de su justicia. En las palabras del versículo que vamos a examinar (Ez.33:11),
Dios hace dos cosas.
PRIMERO, El se declara libre de cualquier culpa respecto de la destrucción eterna
de los impíos. Esto lo hace, no anulando su ley, la cual declara que los impíos
serán destruidos, ni evadiendo la responsabilidad de ejecutar su ley, ni tampoco
dando a los pecadores una esperanza de que su ley no será ejecutada.
Más
bien, El deja claro que su placer descansa, no en que sean destruidos sino en
que se vuelvan a El a fin de que tengan vida eterna.
SEGUNDO, no solo manda expresamente a los impíos a que se vuelvan a El, sino que
aún condesciende a razonar sobre el asunto con ellos. Esto lo hace para
convencerlos de que El no es culpable, y de que al rechazar sus mandamientos
ellos mismos se hacen culpables. En otras palabras, Dios les dice que si los
pecadores mueren en sus pecados es porque ellos deciden morir de esa manera.
Esto
es a grandes rasgos lo que Dios está diciendo en este versículo el cual forma
la base de este estudio. Al examinarlo más detalladamente, descubrimos siete
grandes verdades o principios.
1. Es
una ley inmutable de Dios que el impío tiene que volverse de su camino de
impiedad o será condenado.
2. Dios
promete que si el impío se vuelve, entonces recibirá vida eterna.
3. Dios
se complace en la conversión y salvación de los hombres, no en su muerte o
condenación; El prefiere que se vuelvan a El y vivan y no que sigan en su
impiedad y mueran.
4. Dios
se ocupa tanto de que los hombres no cuestionen estas verdades que las confirma
solemnemente con un juramento.
5. Dios
está tan deseoso de la conversión de los pecadores que repite y enfatiza su
llamamiento a ellos, que se vuelvan y vivan.
6. Dios
condesciende a razonar el caso con los impíos y les pregunta: “¿Porqué moriréis?”
7. Si
después de todo esto los impíos se niegan a volverse, no es culpa de Dios si
perecen, sino que es culpa de ellos. Su propia obstinación viene a ser la causa
de su propia maldición; son condenados porque esto es lo que escogieron.
Estas
siete verdades o principios serán destacados mientras que examinamos con
detalle la declaración de Dios al profeta Ezequiel. Estos principios permanecen
tan firmemente ahora, como lo estuvieron cuando Dios los pronunció por vez primera
a su siervo.
LA BIBLIA NOS LO DICE
EL
PRIMERO de
estos siete grandes principios es lo siguiente: Es una ley inmutable de Dios
que el impío debe volverse de su camino de impiedad o será condenado para
siempre.
La
palabra de Dios lo deja tan claro como el cristal que el pecador tiene una de
dos opciones: La conversión o la condenación. Para muchas personas les resulta
difícil creer que esto sea cierto o justo, pero no es sorprendente que los pecadores
quieran discutir contra la ley de Dios. No hay muchas personas que estén
dispuestas a creer que están equivocadas en sus creencias, y aún menos aceptarán
la verdad si representa una desventaja para ellos.
Pero
discutir con la ley no salvará al criminal. Si no fuera así, por cada hombre
que se sometiera voluntariamente a la ley, cien hombres discutirían con ella a
fin de escapar. Los hombres prefieren dar razones por las cuales no deberían
ser castigados, mas que escuchar las razones y las decisiones de aquellos que
son responsables de administrar la ley. Pero las leyes son hechas para regir y
juzgar, no para ser juzgadas. Puesto que así es el asunto ¿Existe alguien tan
ciego como para cuestionar la justicia de esta ley de Dios? -que los impíos
tienen que volverse de su impiedad o serán condenados.
Déjeme
darle algunas evidencias tanto de su veracidad como de su justicia.
PRIMERO, si
usted duda si sea una ley de Dios o no, en seguida citaré unas cuantas
declaraciones de entre cientos de la Biblia, que deberían dejar claro que es
así.
Jesús
dijo: “De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos” (Mat.18:3). En otra ocasión dijo: “De cierto
de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios” (Jn.3:3). Otro escritor del Nuevo Testamento dijo: “Seguid la santidad, sin
la cual nadie verá al Señor” (Heb.12:14). En Romanos 8:8 el apóstol Pablo
escribió: “Los que viven según la carne [“carne” significa su naturaleza pecaminosa]
no pueden agradar a Dios”.
Estas
palabras son tan claras que no necesitan ninguna explicación, ni tampoco
necesito citar otros textos que dicen lo mismo. Si usted cree que la Biblia es
la Palabra de Dios, entonces aquí hay suficiente evidencia de que los impíos
deberían ser convertidos o condenados. Si usted niega la verdad de esas
declaraciones, está negándose a creer lo que Dios ha dicho; y si este es el caso,
hay muy poca esperanza para usted; usted ya está en el camino hacia el infierno.
¿Esto
le parece muy fuerte? En realidad no hay otra alternativa si usted le llama a
Dios mentiroso. Y aún mas, si usted le llama a Dios mentiroso en su cara, no le
puede echar la culpa si El ya no le da más advertencias y le abandona como sin
esperanza. ¿Porqué debería seguir advirtiéndole Dios si usted obstinadamente se
niega a creerle? Probablemente usted no le creería a Dios si El mandara un
ángel del cielo para hablarle. Después de todo, un ángel solo puede hablar la
palabra de Dios, y se nos dice específicamente que, si un hombre o un ángel
predica algo diferente de la palabra de Dios, que sea anatema (condenado eternamente
al infierno). (Gal.1:8)
No
obstante, deberíamos creer al Señor Jesucristo quien vino del cielo y nos trajo
la Palabra de Dios antes que creer cualquier ángel. Si no podemos creer a
Cristo, entonces tampoco podemos creer a todos sus ángeles del cielo. Y si esta
es la posición que usted sostiene, algún día Dios le hará escuchar en una
manera más convincente. El le ruega ahora a que escuche la voz de su Evangelio,
pero si no quiere escuchar, algún día le forzará a escuchar la voz de su
juicio. Nada que yo pueda decir le hará creer la palabra de Dios en contra de
su voluntad, pero si se niega a hacerlo, Dios algún día le hará sufrir aún en
contra de su voluntad.
ENGAÑO PELIGROSO
¿Pero
porqué no quiere creer la Palabra de Dios la cual le dice que los impíos deben
ser o convertidos o condenados? ¡Yo sé porque! Es porque usted piensa que es
muy improbable que Dios dijera tal cosa. Usted piensa que sería cruel condenar
al hombre eternamente por causa de unos cuantos años de vida pecaminosa. Pero
¡usted está equivocado! La Biblia dice respecto a Dios que “Todas sus obras son
verdaderas, y sus caminos justos” (Dan.4:37).
SEGUNDO, esto
nos conduce a ver que Dios es perfectamente justo al condenar a los pecadores.
¿Seguramente usted no se atrevería a negar que el alma inmortal del hombre
debería ser gobernada por leyes que prometen o una recompensa inmortal o un
castigo eterno? Si esto no fuera así, entonces las leyes que gobiernan las
almas de los hombres ya no serían apropiadas porque tratarían solo con asuntos
temporales. Nuestras almas son inmortales y tienen que ser gobernadas por leyes
que tratan con nosotros en términos eternos y no simplemente en términos
temporales.
Cuando
las leyes que tratan con serias ofensas criminales prescriben penas de 100 años
de prisión, serían apropiadas en el sentido de que alcanzan la totalidad del
tiempo de la vida humana; pero si el hombre alcanzara 800 o 900 años de edad,
ya no serían apropiadas. En tal caso el criminal convicto podría estar preso
100 años y después disfrutar cientos de años de vida sin castigo. Exactamente
el mismo principio es aplicable aquí: Las leyes que gobiernan almas eternas
tienen que tratar con ellas en términos igualmente eternos. Los hombres aceptan
con felicidad que la promesa divina del cielo habla de algo que es eterno;
¿Entonces porque han de dudar que la advertencia divina acerca del infierno
habla de algo que también es igualmente eterno? (Vea Mat.25:46.)
Cuando
lee en la palabra de Dios que así es, ¿Piensa usted que está cualificado para estar
en desacuerdo? ¿Está usted dispuesto a acusar a su Hacedor de mentir? ¿Está
usted tan engreído para sentarse a juzgar a Dios? ¿Es usted más sabio y más
justo que El? ¿Tiene que acudir a usted el Dios del cielo para obtener
sabiduría? ¿Puede Aquél quien es infinitamente sabio aprender de su necedad?
¿Puede Aquél que es infinitamente puro ser corregido por alguien que no puede
ni siquiera mantenerse limpio por una hora? ¿Debería el Todopoderoso ser
juzgado por un gusano? ¡Cuánta necia arrogancia! Esto es como un topo o un
pedazo de tierra, o un montón de estiércol acusara al sol de ser oscuro, como
si fuera capaz de iluminar mejor al mundo.
¿Dónde
estaba usted cuando Dios hizo las leyes por las cuales El gobierna el universo?
¿Porqué no le pidió a usted ayuda? Porque El hizo estas cosas antes de que
usted naciera y de todas maneras no necesitaba que alguien le diera consejos.
Usted llegó al mundo demasiado tarde para cambiar las leyes de Dios. Quizás
usted piensa que si usted hubiera estado vivo en ese tiempo, que habría
detenido a Adán de la pena de muerte a causa de su pecado. Quizás usted habría
contradicho a Moisés y a los otros escritores del Antiguo Testamento.
Quizás
se hubiera atrevido a contradecir a Jesús mismo, o habría arreglado las cosas
para que Cristo no hubiera tenido que venir, ni morir en la tierra. ¿Y qué hará
si Dios llega al fin de su paciencia con usted y le quita su poder que le
sostiene vivo y le deja caer en el infierno, mientras que usted está discutiendo
con su Palabra y jugando con sus ideas ridículas? ¿Entonces creerá que hay
infierno?
LA PECAMINOSIDAD DEL PECADO
Hay
muchas otras razones bíblicas para creer en la realidad del infierno. Por ejemplo,
si el pecado es una cosa tan mala que se necesitaba la muerte de Cristo el Hijo
de Dios para tratar con él, seguramente merece el castigo eterno de los
pecadores. Además, como la Biblia enseña, los pecados de los demonios merecen
el tormento eterno, ¿Porqué no los pecados de los hombres?
Seguramente
usted se da cuenta de que no es posible, aún para los mejores hombres, ser
jueces competentes del justo castigo del pecado. Hay por lo menos seis cosas
que uno debería saber antes de que pudiera entender cuán malo es el pecado: El
valor verdadero del alma, el cual el pecado deforma; la verdadera naturaleza de
la santidad, la cual el pecado destruye; la verdadera naturaleza y excelencia
de la ley de Dios, la cual el pecado transgrede; la verdadera naturaleza de la
gloria de Dios, la cual el pecado menosprecia; el verdadero carácter y el
propósito de la razón, la cual el pecado ofende; la gloria infinita,
omnipotencia y santidad contra las cuales todo pecado es cometido. Si usted
empieza a comprender estas cosas, entonces comenzará a comprender la
pecaminosidad del pecado y el castigo que merece.
Usted
ha de saber perfectamente que un criminal es demasiado parcial como para
sentarse en juicio contra la ley, o en juicio sobre los procedimientos de la
corte. De la misma manera, el pecador juzga por sus sentimientos, los cuales
ciegan su razón. La mayoría de los hombres piensan que su propia causa es justa
y que cualquier cosa que les perjudica es injusta, y ni sus amigos más sabios y
más imparciales les pueden persuadir de lo contrario. La mayoría de los hijos
piensan que sus padres son injustos cuando los castigan. Muchos criminales
estarían dispuestos a acusar a la ley o al juez de estar haciendo mal, si esto
ayudara a su caso.
Pero,
¿Realmente piensa usted que las gentes no santas están preparadas para ir al
cielo? Después de todo, son incapaces de amar a Dios aquí en la tierra, ni
tampoco pueden servirle de una manera que le sea aceptable. Al contrario, la tendencia
completa de sus vidas es en contra de Dios; odian lo que Dios ama, y aman lo
que Dios odia. Nunca pueden experimentar jamás la comunión con Dios la cual los
creyentes disfrutan aquí en la tierra; ¿Cómo pudiera ser posible que vivieran
en la unión perfecta con Dios, la cual su pueblo disfruta en el cielo para siempre?
Usted
no pensaría que está actuando sin misericordia si se negara a aceptar a su peor
enemigo como su hombre de confianza, o si se negara a dar alojamiento a unos
puercos en su casa. Y no obstante, usted está listo a inculpar a Dios, el
Sabio, el Bondadoso Señor Soberano del universo, si El condena a los inconversos
a la miseria eterna. En vez de discutir con Dios y su Palabra, le ruego que
escuche lo que El le está diciendo y lo tome para su propio beneficio.
Si
usted es un inconverso, puede tomar esto como cierto de la palabra de Dios: “antes
de que un largo tiempo pase, usted tendrá que ser, o convertido o condenado.”
Cuando
usted se da cuenta que es Dios, el Hacedor y Juez del mundo quien le está
diciendo esto, seguramente es tiempo de escuchar. ¿Ha comenzado a percatarse de
esto? Usted está muerto y condenado a menos que sea convertido.
Si le
fuera a decir algo diferente, le estaría mintiendo. Si yo fuera a ocultar esta realidad
su sangre sería sobre mí. Esto es exactamente lo que Dios dijo a Ezequiel: “Cuando
yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tu no hablares para que se
guarde el impío, de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo
la demandaré de tu mano.” (Ez.33:8)
Esto
puede parecer muy duro, pero lo tengo que decir y usted lo tiene que escuchar.
Sin duda es mas fácil escuchar acerca del infierno que experimentarlo.
Si su
situación no fuera tan seria, no trataría de inquietarle con tales cosas. Pero,
menos personas estarían en el infierno hoy si hubieran estado dispuestas a
escuchar tal enseñanza y reconocer exactamente en qué situación se encontraban.
La razón por la cual pocos se escapan del infierno, es porque no hacen ningún
intento por entrar a través de la puerta estrecha de la conversión, y vivir una
vida de disciplina y santidad, mientras que tengan la oportunidad de hacerlo.
La razón por lo cual no hacen ningún esfuerzo para hacerlo, es porque no están
conscientes del peligro en que se encuentran. Y no están conscientes de su
peligro porque son renuentes a escuchar acerca de él y a pensar seriamente sobre
esta realidad.
Si
ésta es la verdad acerca de usted, si usted está renuente a creer estas cosas,
pienso que la seriedad del asunto debería obligarle a considerarlo y a no tener
paz en su mente hasta que sea convertido. Si fuera a escuchar la voz de un
ángel advirtiéndole, “Usted debe ser convertido o condenado; volverse o morir”,
¿No quedaría grabada en su mente para inquietarle noche y día?
Que cosa
tan feliz sería si este fuera el caso y las palabras del ángel no le dejaran en
paz hasta que se pusiera de acuerdo con Dios. Pero si usted está decidido a olvidarse
de estas cosas, o rehúsa creerlas, ¿Cómo podrá ser jamás convertido? No
obstante, usted puede estar seguro de esto: Es posible quitar esta verdad de su
mente, pero nunca va a poder quitarla de la Biblia. “Volverse o morir” es una
verdad inmutable y de una forma u otra, usted tendrá que experimentarla para
siempre.
Entonces,
¿Porqué no son conmovidos los pecadores por una verdad tan importante? Uno
pensaría que cualquier persona inconversa que escuchara estas palabras, estaría
convencida de su pecado y nunca descansaría hasta que fuese convertido; y sin
embargo, la mayoría permanecen descuidados y negligentes.
Si
usted es uno de éstos, déjeme asegurarle que las cosas cambiarán algún día. La
conversión o la condenación le despertarán algún día. Esto se lo digo tan ciertamente
como si lo estuviera viendo con mis propios ojos. Algún día, o la gracia o el
infierno le harán darse cuenta de cuán necio fue rechazar lo que Dios le estaba
diciendo.
2. EL HOMBRE DESENMASCARADO
Hay dos
cosas en particular que ayudan a endurecer al inconverso: su falta de
entendimiento de las palabras “impíos” y “volveos”. Algunos piensan, “aunque sea
cierto que los impíos deben volverse o morir, esto no es aplicable a mí, porque
aunque soy un pecador (igual como los demás hombres) no soy ‘impío’.”
Otros
piensan, “Sé que tenemos que volvernos de nuestros malos caminos, pero ya lo he
hecho”. Así, los hombres impíos rehúsan admitir que son impíos, mientras que
otros piensan que ya se han vuelto de sus iniquidades. Por lo tanto, antes de
seguir adelante, tengo que explicar exactamente quienes son “los impíos”,
quienes tienen que volverse o morir, exactamente qué significa “volverse”, y
cuáles son las señales de la verdadera conversión.
EN EL PRINCIPIO.
Para
explicar la “impiedad” y la “conversión” tengo que comenzar con el principio.
En la creación Dios hizo tres tipos de seres vivos.
PRIMERO, hizo
a los ángeles, quienes fueron creados como espíritus puros sin cuerpo, y por lo
tanto fueron hechos para el cielo y no para la tierra.
SEGUNDO, hizo los animales, a quienes les fue dado cuerpo pero no alma, y por lo
tanto fueron hechos sólo para la tierra y no para el cielo.
TERCERO,
Dios hizo al hombre, tanto con cuerpo como con alma, y por lo tanto fue hecho
tanto para la tierra como para el cielo. Pero tal como su cuerpo es provisto
para servir a su alma, así su tiempo en la tierra es dado con la intención de
proveer un camino al cielo.
La
tierra nunca fue destinada para ser el hogar final del hombre. El hombre fue
hecho para el cielo, donde viviría en la gloriosa presencia de Dios para
siempre, amándole y siendo lleno de su amor.
Y aún
más, cuando Dios creó al hombre le dio los medios para alcanzar esto.
PRIMERO, le
fue dado tanto conocimiento de Dios como fue necesario y relevante, y un
corazón naturalmente inclinado a amar y obedecer a Dios. Pero esta inclinación
hacia Dios no fue algo fijo y permanente; es decir, el hombre no fue creado
como un títere o robot. En cambio, Dios le dio un libre albedrío con la
capacidad de escoger lo que quería hacer.
SEGUNDO, Dios le dio al hombre su perfecta ley y le mandó guardarla viviendo una
vida de amor perfecto y obediencia hacia Dios.
Pero
el hombre deliberadamente quebrantó la ley de Dios y haciendo esto, él no solo
perdió su esperanza de vida eterna; sino también volvió su corazón de Dios para
fijarlo en las cosas terrenales, borrando la imagen espiritual de Dios en su
alma. Por medio de este deliberado pecado el hombre quedó corto de la gloria de
Dios (propósito para el cual fue creado) y se desvió del único camino al cielo.
Perdió su amor santo para con Dios y se infectó por un amor hacia el pecado y
por el “yo”. El vino a ser separado de Dios y atado a este mundo, y como
resultado su estilo de vida fue cambiado radicalmente. En vez de vivir para
agradar a Dios, desde ese momento comenzó a vivir para agradarse a sí mismo.
LA FALLA FATAL
Como
resultado del pecado de Adán todos los hombres nacen corruptos y con una
inclinación pecaminosa. Como la Biblia lo expresa, “¿Quién hará limpio a lo
inmundo? Nadie” (Job 14:4). Igual como el león tiene una naturaleza feroz y
cruel antes de atacar y comer a su víctima, y como una serpiente tiene una naturaleza
venenosa antes de morder a alguien, así también, como infantes recién nacidos
teníamos inclinaciones pecaminosas antes de pensar, hablar o hacer cosa alguna
pecaminosa.
Esta
es la explicación más clara posible para las actividades pecaminosas que llenan
ahora nuestras vidas. Y además, aunque Dios en su misericordia ha provisto un
remedio para la situación del hombre enviando al Señor Jesús para ser su
salvador y volverlo a Dios, no obstante, el hombre ama tanto su pecaminoso
camino, que es renuente a dejarlo. Aún cuando las tradiciones religiosas le
impulsan a aparentar que está agradecido con Dios, sin embargo, rechaza las
demandas de Cristo y rehúsa su mandamiento a arrepentirse del pecado y vivir
una vida piadosa. Fíjese bien en estas palabras; si es necesario vuelva a
leerlas, porque ellas son un resumen exacto de su estado natural. Ellas
describen lo que “impío” significa; y ellas enseñan que cada persona en su
naturaleza caída, es corrupta, impía y está en un estado de muerte espiritual.
EL SIGNIFICADO DE CONVERSION
¿Qué
significa ser convertido? Dios no quiso que el hombre pereciera en su pecado, y
proveyó un remedio. En la persona de su eterno Hijo, El tomó sobre sí nuestra
naturaleza humana (en otras palabras, llegó a ser hombre), y entonces, siendo
Dios- hombre, vino a ser el mediador entre Dios y los hombres. Por su muerte en
la cruz por los pecados humanos, redimió a los hombres de la maldición de Dios
y del poder del diablo. Esto significa que Dios el Padre y Jesucristo su Hijo
han establecido una nueva ley. No como la primera ley, que ofrecía la vida eterna
solo a aquellos que fueran obedientes perfectamente (cosa que ninguno hizo) y
condenó a todos los que la quebrantaron (todos lo hicieron).
En
cambio, existe ahora lo que podríamos llamar una “ley de gracia”, una promesa
de perdón y vida eterna a todos aquellos que son convertidos verdaderamente a
Dios, volviéndose de sus pecados y confiando en Cristo. Es como si un rey
ofreciera la amnistía a cualquier rebelde que depone sus armas y se compromete
a ser un súbdito leal. Pero Dios sabía que el corazón humano era tan corrupto
que dejado a sí mismo, nunca aceptaría su oferta. Entonces, Dios hizo algo más:
En la persona del Espíritu Santo inspiró a ciertos hombres a comunicar este
mensaje en las Santas Escrituras. Ahora, por el mismo Espíritu capacita a los pecadores
para entender el evangelio y responder positivamente a su mensaje.
Usted
puede ver en esto, que cada una de las tres personas de la divinidad, el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, están involucrados en llevar a cabo la salvación
del hombre.
El Padre
nos creó, nos rige, nos dio su ley y nos juzgó en conformidad con esa ley; y en
su misericordia nos proveyó con un redentor en la persona de su Hijo
Jesucristo, y aceptó el rescate que Cristo pagó al morir en lugar de los pecadores.
El
Hijo vino a redimir a los pecadores viviendo una vida perfecta en obediencia a
la ley de Dios, y muriendo para pagar la pena que ésta establecía; El proveyó y
predicó la promesa de salvación. Juntamente con el Padre, El ha enviado al Espíritu
Santo al mundo, y finalmente juzgará a toda la humanidad en base a la respuesta
que den a su gracia.
El
Espíritu Santo causó que la Palabra de Dios fuera escrita inspirando y guiando
a los autores humanos de las Santas Escrituras, y a veces confirmaba esta
Palabra, dando a los escritores dones milagrosos. El continúa dando a los ministros
verdaderos de la Palabra de Dios, entendimiento de su verdad y la capacidad de
predicarla fielmente. Y por esta misma Palabra ilumina a los hombres y les trae
a la conversión. En la misma manera que no podríamos ser criaturas racionales,
si Dios el Padre no nos hubiera creado, y tampoco tendríamos acceso a Dios si
Dios el Hijo no hubiera muerto por los pecadores, así también, nunca podríamos
llegar a confiar en Cristo y ser salvos a menos que el Espíritu Santo nos
capacitara para hacerlo.
Fíjese
otra vez en cómo las tres personas de la trinidad están involucradas en la
salvación del hombre. El Padre envía al Hijo; el Hijo redime y anuncia el “evangelio”
(las buenas noticias de lo que El ha hecho, el mensaje que los apóstoles
registraron en la Biblia, el mensaje que los verdaderos ministros del evangelio
predican); y el Espíritu Santo toma la predicación fiel de la Palabra de Dios y
la hace eficaz, abriendo el corazón de los hombres para recibirla. Todo esto es
hecho para volver los corazones de los hombres del pecado y del “yo” y colocar
sus vidas en el camino hacia el cielo, trayéndoles a confiar en Cristo.
LOS PECADORES Y LOS SALVOS
Ahora
debería entender lo que significa ser “impío” y lo que significa ser “convertido”,
pero quizás le sería de ayuda si doy una explicación más amplia.
Una
persona impía puede ser conocida en tres maneras:
PRIMERO,
su corazón está puesto en la tierra y no en el cielo; ama a la criatura
más que a Dios; se preocupa más por la prosperidad terrenal que por la felicidad
eterna; ama las cosas naturales pero no tiene apetito para las cosas espirituales.
Puede ser que esté de acuerdo con que el cielo es mejor que la tierra, pero
esto no le interesa mucho; prefiere más bien vivir aquí que allá. Una vida de
perfecta santidad en la presencia de Dios, amándole y alabándole para siempre
en el cielo, no le apetece tanto como la salud física, su condición y posesiones
terrenales. El impío pudiera aún decir que ama a Dios, pero no tiene ninguna
experiencia espiritual del amor de Dios. Su mente permanece fija en los placeres
mundanos y carnales. Puesto en forma sencilla, cualquiera que ama la tierra más
que el cielo, sus posesiones más que Dios, es un inconverso; es un “impío”.
Por
otra parte, cualquiera que es convertido, entiende algo de la hermosura de Dios
y es tan convencido de la gloria a la cual Dios le ha llamado, que su corazón
se ocupa más de esto, que de cualquier cosa de este mundo. La persona que es
verdaderamente convertida prefiere vivir eternamente en la presencia de Dios,
que poseer todos los placeres y toda la riqueza de este mundo. Puede ver la
vanidad de las cosas terrenales y se da cuenta que solamente Dios puede
satisfacer su alma. Por sobre todas las cosas, está decidido a no aferrarse a
las cosas terrenales; porque sus esperanzas y tesoros verdaderos se encuentran
en el cielo. Tal como la llama de fuego va hacia arriba, y la aguja magnética
señala siempre al norte, así el alma convertida se inclina hacia Dios.
Ninguna
otra cosa le puede satisfacer, y tampoco puede encontrar paz en ninguna otra
cosa, salvo en el amor de Dios. En una palabra, aquellos que son convertidos
aman a Dios más que al mundo, el gozo celestial más que la prosperidad
terrenal. El salmista lo expresó en la siguiente forma: “¿A quien tengo yo en
los cielos sino a tí? y fuera de tí nada deseo en la tierra. Mi carne y mi
corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para
siempre” (Salmo 73:25-26)
Jesús
dijo, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,
y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde la
polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan y hurtan.
Porque
donde esté vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón”. (Mat.6:19-21).
Hablando de sí mismo y de los demás creyentes, el apóstol Pablo dijo, “Mas
nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil.3:20). Y en otro texto dijo a los
creyentes, “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col.3:2)
y que “los que son de la carne piensan las cosas de la carne; pero los que son
del Espíritu en las cosas del Espíritu” (Rom.8:5).
SEGUNDO, el
hombre impío es uno cuya preocupación principal en esta vida es la de agradarse
a sí mismo. Podría ser que tuviera cierta religiosidad, que no cometiera
grandes pecados, pero no obstante, es un hecho que no hace del deseo de agradar
a Dios, la preocupación principal de su vida. Le da a Dios lo que le sobra en
esta vida, todo el tiempo y el esfuerzo que así le conviene. No está preparado
para sacrificar todo, sin escatimar nada para Dios y para el cielo.
Por
otra parte, el hombre convertido es alguien que hace del agradar a Dios su
asunto principal en esta vida. Todas sus bendiciones en esta vida las ve como
ayudas en su camino hacia otra vida, la vida celestial. Somete la totalidad de
su vida a Dios. Vive una vida santa y anhela ser más santo. Aborrece cualquier pecado
que llega a cometer, y ora y se esfuerza para terminar con él. Toda la dirección
e inclinación de su vida es hacia Dios. Cuando peca, es en contra de la dirección
general de su vida, por lo cual lo lamenta y se arrepiente. No permite voluntariamente
que ningún pecado le domine.
No
hay ninguna cosa en este mundo que quiera tanto, que no la rendiría o la
abandonaría, para Dios y por la esperanza de compartir la gloria eterna. La
Biblia tiene mucho que decir con respecto a esta línea de pensamiento, Jesús
dijo: “mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mat.6:33). El
apóstol Pablo dijo que: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son
hijos de Dios” (Rom.8:13-14), y que, “los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gál.5:24). Todo esto es subrayado por la
maravillosa promesa de Dios de que: “Cuando Cristo, vuestra vida, se
manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria”
(Col.3:4).
TERCERO, el
hombre impío nunca realmente entiende o disfruta lo que la Biblia dice acerca
de la redención; ni acepta con agradecimiento la oferta divina de un salvador,
ni es impresionado por el amor de Cristo; ni está dispuesto a someterse a la
autoridad de Cristo a fin de ser salvado de la culpa y el poder de sus pecados
y ser hecho justo ante Dios. Al contrario, su corazón está insensible a estas
cosas; y el prefiere que sea así. Pudiera estar dispuesto a ser religioso en
forma externa, pero se niega a someterse al cetro de Cristo, a la autoridad de
la Palabra de Dios y a la guía del Espíritu Santo.
Por
otra parte, el hombre convertido sabiendo que su pecado le ha arruinado, que ha
destruido su paz con Dios y que ha terminado con su esperanza del cielo;
gozosamente recibe el evangelio, y pone su confianza en el Señor Jesucristo como
su único salvador. Para el hombre convertido, Cristo es la vida de su alma.
Vive por medio de El, y ve hacia El en todas sus necesidades y se regocija en
la sabiduría y el amor divino que proveyó tal salvador. El apóstol Pablo lo expresó
en la siguiente manera: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál.2:20).
Escribiendo
a otro grupo de creyentes Pablo dijo: “Ciertamente aún estimo todas las cosas
como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”
(Fil.3:8).
Ahora
usted puede ver que la Palabra de Dios enseña claramente quienes son los impíos
y quienes son los convertidos. Algunas personas piensan que si un hombre no es
un borracho, un fornicario, un extorsionador, o algo parecido, y que si asiste
a alguna iglesia, y ora, entonces es un hombre “convertido”.
Otros
piensan que si alguien que antes era un borracho o un mafioso, o que tenía
algún otro vicio y ahora lo ha dejado, que es un hombre “convertido”.
Otros
mas piensan que una persona que era anti-religiosa en sus actitudes y cambiando
llega a ser religioso, entonces seguramente que fue “convertido”.
Aún
algunos son tan necios como para pensar que son “convertidos” porque se han
interesado en una nueva religión. Y algunos piensan que: Una consciencia culpable,
el miedo del infierno, una determinación de portarse bien, o una vida exteriormente
aceptable y religiosa es igual a la conversión verdadera. No obstante, todas
estas personas están equivocadas, y en enorme peligro, porque cuando escuchan
que el impío tiene que volverse o morir, piensan que la advertencia no es
aplicable a ellos, o sea porque no se consideren “impíos” o porque se
consideren como ya “convertidos”. Esto es porqué Jesús dijo a algunos de los
líderes religiosos que confiaban en su propia justicia que: “los publicanos y
las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (Mat.21:31).
El no
quería decir que los publicanos (quienes fueron muy notables por su deshonestidad)
y las prostitutas serían salvos sin ser convertidos, sino que era más fácil
lograr que los abiertamente pecadores reconocieran sus pecados y su necesidad
de conversión, que aquellos cuyos pecados fueran más “respetables” y quienes se
engañaban a sí mismos pensando que eran convertidos cuando no era así.
LA CONVERSION Y SUS CONSECUENCIAS
La
conversión es muy diferente que lo que la mayoría de la gente piensa.
No es
una cosa pequeña desatar la mente de una persona de la tierra y enfocarla hacia
el cielo. No es poca cosa cuando un hombre tiene tanto aprecio para Dios que se
vuelve a El con un amor que no puede ser apagado. No es una cosa pequeña lograr
que un hombre rompa con el pecado y acuda a Cristo para refugiarse, abrazándole
lleno de gratitud como la vida de su alma. No es fácil cambiar la dirección y
la inclinación del corazón y de la vida, de tal manera que uno dé la espalda a
las cosas en las cuales pensaba encontrar la felicidad y ponga su esperanza
para lograr la felicidad, en donde antes no la buscaba, con una dirección
completamente nueva.
La
Biblia dice que la persona verdaderamente convertida a Cristo, es una nueva
criatura, “las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2
Cor.5:17). Tiene un entendimiento nuevo, una voluntad nueva, una resolución
nueva, tristezas y deseos nuevos, un amor nuevo, nuevos pensamientos, nuevas
compañeros y palabras. Cosas que antes le causaban risa, ahora le son tan viles
que huye de ellas como si fueran la muerte.
El
mundo que antes era tan hermoso ante sus ojos, ahora le parece vano y vacío.
Dios, a quien antes descuidaba, ahora es la felicidad de su alma; Dios, quien
antes era olvidado y cada deseo antepuesto a El, ahora ocupa el primer lugar en
todas las cosas. Jesucristo, acerca de quien pensaba tan poco con anterioridad,
ahora es su único refugio y esperanza. Ahora depende de El como su pan
cotidiano; no puede vivir sin El, orar sin El, regocijarse sin El, pensar sin El
o hablar sin El.
El
cielo, sobre el cual antes solo pensaba en términos vagos, ahora lo ve como su
hogar, el lugar de su única esperanza y descanso, donde pasará toda la
eternidad viendo, alabando y amando a Dios. El infierno, el cual antes solo
consideraba como una invención para asustar a los hombres por sus pecados,
ahora lo ve como algo real y terrible, y no algo con lo que debemos jugar o
estar arriesgando. La santidad de vida, de la cual antes solo la consideraba como
algo aburrido e innecesario, ahora es la gran meta de su vida.
La
Biblia, que antes consideraba como un libro igual que los demás, ahora la ve
como la ley de Dios, escrita específicamente para él y firmada con el mismo
nombre de Dios. El pueblo de Dios que antes le parecía ser como las demás
personas, ahora son vistos como las mejores y más felices personas en el mundo,
y ahora los impíos, quienes antes le acompañaban en sus pecados, ahora le
llenan de tristeza. Antes se reía de los pecados de ellos; ahora llora por
ellos y por la terrible miseria que sus pecados les acarrearán. Llora por
aquellos de quienes la Biblia dice, “Cuyo fin será perdición, cuyo Dios es el
vientre y cuya gloria es su vergüenza, que solo piensan en lo terrenal”
(Fil.3:19). Ahora se da cuenta de que todas las personas inconversas son
“enemigos de la cruz de Cristo” (Fil.3:18).
Todo
esto significa que el hombre convertido tiene un corazón nuevo, pensamientos
nuevos y una vida nueva. Antes, la autosatisfacción era la única meta de su
vida; ahora su vida está centrada en Dios y su Palabra. Su vida es caracterizada
por la santidad, la justicia y la misericordia. Antes, el “yo” gobernaba su
vida; todas las demás cosas, aún las voces de Dios y de su propia consciencia
tenían que ceder al “yo”; ahora Dios es quien rige su vida y todas las cosas
tienen que ceder ante El.
La
conversión no es un cambio de unas pocos aspectos de la vida de una persona,
sino que es una revolución en la cual todas las cosas son cambiadas. Un hombre
caminando en el campo, puede tomar uno de varios distintos caminos y aún así
dirigirse en la misma dirección; pero es otro asunto volverse por completo y
caminar hacia un destino totalmente diferente. Así es con la conversión; un
hombre puede volverse de la borrachera, la inmoralidad o algún otro pecado
abierto y comenzar a asistir a la iglesia, y no obstante puede estar todavía en
el camino del “yo” que conduce al infierno.
Pero
cuando una persona es verdaderamente convertida, el “yo” es destronado y Dios
es entronizado. En lugar de ser adicto al “yo”, el hombre convertido es devoto
a Dios. Su vida entera está encaminada hacia una dirección nueva. Antes, usaba
todo su tiempo, sus talentos y posesiones para gratificar sus propios fines
egoístas, pero ahora busca toda la dirección divina en todas estas áreas, y
busca usar sus dones para la gloria de Dios. Antes, sólo había algo para Dios si
esto no le resultaba inconveniente, pero ahora está decidido a agradar a Dios cueste
lo que cueste. Esta es la conversión real, el cambio fortísimo que Dios obra en
todos aquellos que son verdaderamente salvos; y es el cambio el cual cada
hombre y mujer en el mundo tienen que experimentar o serán condenados a la
miseria eterna.
¿HA SIDO USTED CONVERTIDO?
¿Cree
usted esto? ¿Cómo puede no creer algo que es innegable e indudable?
Esto
no es algo acerca de lo cual puede haber algún desacuerdo entre los cristianos
genuinos. Todos están de acuerdo que esta es la verdadera enseñanza de la
Palabra de Dios. Y si usted se atreve a no creer lo que claramente ha dicho Dios,
entonces está en graves problemas y sin excusa alguna. Si usted cree en la
necesidad de ser convertido, ¿Entonces porqué está contento en permanecer como
no convertido? Déjeme expresarlo de otra manera.
¿Sabe
si es usted convertido? ¿Ha tenido lugar este maravilloso cambio en su vida?
¿Ha nacido de nuevo, le ha sido concedida una nueva vida? (Jn.3:3). Pudiera ser
que usted no puede decir la fecha cuando esto le ocurrió, o las palabras
exactas que Dios usó para realizar este cambio. Pero, ¿Sabe usted que la obra
ha sido realizada, que el cambio ha ocurrido, y que su corazón es ahora el tipo
de corazón que he estado describiendo?
La
mayoría de la gente no se preocupa por ninguna de estas cosas. A condición de
que puedan decir algo parecido a: “No soy un ladrón, un borracho, un
extorsionador”, o “Asisto a la iglesia”, o “Hago mi oración”, ellos se imaginan
que son convertidos. Pero se están engañando a sí mismos; y están poniendo muy
poca atención en las glorias del cielo y en sus propias almas inmortales.
¿Está
usted haciendo esto, tomando a la ligera el cielo y el infierno? Muy pronto su
cuerpo yacerá en el polvo y su alma será llevada a su destino eterno. Pronto las
cosas serán muy diferentes de lo que son en el presente. Usted vivirá en su actual
hogar sólo un poco más, trabajará solo un poco más, verá con sus ojos, escuchará
con sus oídos y hablará con lengua sólo un poco más; entonces morirá y algún
día será resucitado para enfrentarse cara a cara con Dios y ser juzgado.
¿Puede
usted atreverse a ignorar esto? ¿En qué lugar estará pronto, un lugar de gozo o
de tormento? ¿Cuál será pronto su visión, el cielo o el infierno? ¿Cuáles
pensamientos se apoderarán de usted, un deleite indescriptible o el horror?
¿Cuál trabajo le ocupará pronto, el de alabar a Dios con los santos y los
ángeles o de gritar con los perdidos y los demonios en la agonía del fuego que
no puede ser apagado? ¿Se atreverá a ignorar todo esto? Y recuerde que estas
cosas serán eternas; sus gozos o sus tristezas serán para siempre. ¿Podrá usted
no hacer caso de esto?
Cuando
usted haya viajado un poco más en esta tierra estará muerto y se habrá ido,
entonces usted encontrará que todo lo que le estoy diciendo es la verdad.
Entonces, recordará haber leído estas páginas y haber escuchado estas cosas, y
se dará cuenta de que son mil veces más importantes, de lo que usted o yo nos
imaginábamos aquí en la tierra. Entonces, ¿Cómo puede usted pasar por alto
estas cosas? Si Dios no me hubiera capacitado para creer estas cosas y tomarlas
en serio, yo habría permanecido en el egoísmo y las tinieblas espirituales, y
habría perecido para siempre. Pero porque El me las ha revelado, anhelo tener
compasión de otros incluso de usted. ¿Puede usted entender esto?
Si
usted entendiera la realidad del infierno y viera a sus vecinos inconversos arrastrados
ahí con terror, aunque usted pensó que eran personas decentes que nunca fueran
advertidas y que no estaban conscientes de su peligro, seguramente usted
querría advertirles a ellos del terrible peligro en que estaban.
Jesús
dio una parábola muy semejante acerca de un hombre que se encontró a sí mismo
en el infierno y rogaba para que alguien fuera a advertir a sus cinco hermanos
“a fin de que ellos no vengan también a este lugar de tormento”. (Luc.16:28)
VER ES CREER
La fe
es como un tipo de visión, es el ojo del alma, la evidencia de las cosas que no
podemos ver. Si creemos en Dios es como si estuviéramos viéndolo.
Esto
es el porqué estoy tan seguro y hablando tan en serio sobre estas tremendas verdades.
Si un amigo suyo fuera a morir mañana y luego regresara a la tierra para
decirle lo que había visto, ¿Estaría dispuesto a creerlo? ¿Podría no creerle y
no poner atención a lo que le dijera? ¿Desearía que él no le dijera la verdad? y
¿No se apresuraría a escucharle y a tomar en su corazón lo que él le dijera?
Pero
nada de esto sucederá. La manera en que Dios le enseñará es por medio de la
predicación fiel y la enseñanza de las Escrituras, Dios no cambiará su método
para agradar a los incrédulos. Esto es el porqué le ruego que me escuche ahora,
como si escuchase a alguien que ha regresado de entre los muertos para hablarle.
Le aseguro de la veracidad de lo que le estoy diciendo, tan ciertamente como si
yo hubiera visto estas cosas con mis propios ojos.
Después
de todo, sería posible que alguien regresara de los muertos para mentir acerca
de lo que hubiera visto, pero Jesucristo jamás puede mentir, y la Palabra de
Dios dada a nosotros por el Espíritu Santo, jamás le puede engañar. Usted tiene
que creer estas verdades o será perdido. Si usted cree que la Palabra de Dios
es verdad, si le preocupa en cualquier sentido la salvación de su alma, le
ruego que escudriñe su corazón y que se haga a sí mismo las siguientes
preguntas: ¿Realmente es verdad que debo volverme o morir? ¿Debo ser convertido
o condenado? ¿No sería conveniente hacer algo antes de que sea demasiado tarde?
¿Porqué no he hecho algo hasta ahora? ¿Porqué he corrido el peligro descuidando
algo que es tan importante?
Mientras
que usted medite en estas preguntas, dé le gracias a Dios de que no ha cortado
ya su vida terrenal antes de que tuviera esperanza alguna de la vida eterna.
Entonces, asegúrese de que ya no va a ser negligente en este asunto. Sea
honesto con Dios y continúe preguntándose el tipo de preguntas que le ayudarán
a descubrir si es realmente convertido o no. ¿Ha realizado Dios un gran cambio
en mi vida? ¿Me ha enseñado el Espíritu Santo la vileza de mis pecados, mi
necesidad de un salvador, el gran amor de Cristo por los pecadores y las
glorias de Dios y del cielo? ¿Ha sido quebrantado mi corazón y humillado por mi
vida pasada?
¿He
recibido a Jesucristo como mi Señor y Salvador? ¿Odio mi pecaminosa vida pasada
y cada remanente de pecado que queda en mí? ¿Doy la espalda al pecado como mi
enemigo mortal? ¿Estoy decidido a vivir una vida de santidad y obediencia a
Dios? ¿Amo la santidad y me deleito en la obediencia? ¿Puedo decir
verdaderamente que estoy muerto al mundo y al “yo” carnal, y que vivo para Dios
y para la gloria que El ha prometido? ¿Pienso más acerca del cielo que de la
tierra? ¿Me es más querido Dios que cualquiera otra persona? ¿En lugar de darle
y servir a Dios lo que sobra de mi vida, ahora tiene mi vida una nueva
dirección y una nueva meta?
¿He
puesto mis esperanzas y mi corazón en el cielo? ¿Anhelo ir allí para ver el rostro
de Dios y vivir para siempre en su amor y alabanza? Cuando peco, ¿está en
contra de la inclinación general de mi corazón? ¿Me está capacitando Dios para
vencer todos mis graves pecados, y anhelo acabar con toda debilidad moral?
Esto
es un examen escudriñador, pero seguramente le ayudará a ver si es usted
verdaderamente convertido o no. Si existe alguna duda acerca de su condición,
este es el momento para resolver sus dudas, porque pronto viene el día cuando
el juez de todos los hombres las resolverá para usted. Seguramente usted se
conoce a sí mismo lo suficiente como para determinar si es convertido o no. Si
no lo es, no tiene caso halagarse a sí mismo con orgullo y con esperanzas falsas.
¿Porqué seguir engañándose a sí mismo más? Más bien, clame a Dios por la gracia
que le ayudará a ser convertido.
Si
usted se retrasa más, corre el riesgo de ser abandonado por Dios o de ser
arrebatado por la muerte, y entonces será demasiado tarde. No hay ningún lugar
para el arrepentimiento después de la muerte. Tiene que ser ahora o nunca.
ESCUDRIÑE SU CORAZON
Todo
lo que le pido es esto: examine su corazón para ver si es verdaderamente
convertido o no. Si usted está todavía inseguro, busque algún ministro piadoso
del evangelio y pídale ayuda. Este asunto es tan importante que no debería
dejar que ninguna cosa le impidiera hacerlo. Los ministros piadosos son una
parte de la provisión divina para el bien de nuestras almas, igual como los
doctores lo son para el bien de nuestros cuerpos. Miles de personas piensan que
son convertidas cuando no lo son.
Ellos
rehúsan escuchar cuando les llamamos a volverse a Dios porque piensan que
mientras que evitan algunos de los pecados más feos, ya están convertidas y
caminando en la dirección correcta, cuando la verdad es que evidentemente están
viviendo para sí mismos y desconocen a Dios y la vida eterna. Rehúsan pensar
seriamente acerca de esto y ocupar unas cuántas horas examinando su condición
espiritual, ¡Si sólo supieran el peligro en que se encuentran! ¡Si sólo
supieran que un Dios misericordioso está dispuesto a hacer tanto para
salvarles, mientras que ellos hacen tan poco!
¿Es
esta la verdad acerca de usted? Si así es, el diablo ha cegado su mente y le ha
hecho creer que ya es salvo. Si usted supiera que no está en el camino hacia el
cielo y que estaría perdido para siempre si muriera en su estado presente, ¿Se
atrevería a dormir esta noche? ¿Se atrevería a vivir otro día en esta
condición, podría volver a reírse y estar feliz, sabiendo que en cualquier
momento podría encontrarse siendo arrebatado al infierno? Seguramente clamaría
a Dios por un corazón nuevo y buscaría la ayuda de quienes le pudieran
aconsejar.
No es
posible que usted quiera ser condenado. Entonces, le ruego que escudriñe su
corazón y que siga haciéndolo hasta que conozca cual es su condición. Si
encuentra que usted es verdaderamente convertido, entonces puede regocijarse y
esforzarse para continuar viviendo una vida piadosa; pero si encuentra que no
es así, tiene que dar a este asunto su atención urgentemente.
¿Lo
hará ahora? ¿Se examinará a sí mismo? ¿Es ésta una petición irracional? Su consciencia
sabe que no es así. Entonces, haga lo que Dios le manda hacer, recordando que
pronto comparecerá ante El en el día del juicio. Por el bien de su alma eterna,
la cual tiene que volverse o morir, asegúrese de que usted está parado en
tierra firme. No se atreva a poner en riesgo su alma siendo negligente o
descuidado.
3. LA GRAN PROMESA DE DIOS
El
segundo gran principio que debe ser considerado es este: Dios promete que si el
impío se vuelve, entonces recibirá vida eterna.
Tan
seguramente como Dios promete el infierno a los impíos, promete el cielo a los
convertidos. “Volveos y vivir” es una verdad tan cierta como “volveos o morir”,
y Dios se deleita cuando los pecadores se vuelven a El y viven. Cuando el
hombre pecó y rompió su relación con Dios, Dios no estaba obligado a proveerle un
salvador, ni darle ninguna esperanza de salvación, ni siquiera a llamarlo a que
se volviera; sin embargo, en su grande misericordia Dios ha hecho todas estas cosas.
Este
es el mensaje que todos los verdaderos predicadores del evangelio comunican a
los hombres. El nuestro no es un mensaje de condenación, sino que es
exactamente lo opuesto. Nuestro mensaje es que cada persona que es nacida de
nuevo será salvada. Nuestro mensaje no es de desesperación sino de esperanza.
Vida y no muerte, es lo que nosotros proclamamos. Nuestra comisión divina es la
de ofrecer salvación, una salvación segura, inmediata, gloriosa y eterna para
todos, aún para los peores de los pecadores. Dios nos manda ofrecer un perdón
pleno y gratuito para todos aquellos que se vuelvan a El y vivan.
Somos
mandados a decir a los hombres lo que Cristo ha hecho por los pecadores, cuánta
paciencia, ternura y misericordia tiene Dios para con ellos y cuán grande y
maravillosa felicidad les pertenecerá si se vuelven a El; entonces nuestro ruego
es que acepten la oferta de Dios.
TRISTES Y FELICES
Por
supuesto nuestro mensaje habla del enojo de Dios y de la muerte del pecador,
pero este no es nuestro mensaje principal. Los verdaderos predicadores de la
Palabra de Dios sin lugar a dudas tiene que advertir a los hombres de que por
naturaleza ya están bajo el justo enojo de Dios y espiritualmente muertos.
Pero
esto es con la finalidad de enseñarles su necesidad de la misericordia divina,
y lograr que se den cuenta del gran valor de la gracia de Dios. Tal como nadie
iría al doctor a menos de que estuviese convencido de que está enfermo, por la
misma razón, mi motivo para decirle acerca de su terrible condición espiritual
(la cual ha producido por sus propios pecados), es para que se vuelva a Cristo
en busca de misericordia. Esto es también el porqué le estoy diciendo acerca
del tormento eterno que caerá sobre todos aquellos que se niegan a convertirse.
Pero
esta es la parte triste de mi mensaje. Primeramente debo ofrecerle misericordia
si usted se vuelve a Dios; son solamente aquellos que se niegan a volverse y
rehusan la voz de la misericordia divina a quienes tengo que enfrentar con el
mensaje de la condenación eterna. Si usted da la espalda a sus pecados y se
vuelve a Cristo siendo convertido, no tengo ninguna palabra de condenación que
decirle. En el nombre del Señor de vida, puedo asegurarle que, no importando cuán
pecador usted haya sido, recibirá misericordia y salvación si se vuelve a Cristo.
Cristo ha hecho todo lo necesario y la promesa de Dios es gratuita, completa y
eterna.
Usted
puede tener vida si solo se vuelve, pero recuerde lo que las Escrituras
significan cuando hablan de “volverse”. Esto no es como reparar la vieja casa;
más bien, es como derrumbarla y edificar una nueva sobre Cristo Jesús el único
cimiento firme. No es un asunto de efectuar algunos cuantos cambios morales en
su vida, más bien es un asunto de hacer morir su naturaleza pecaminosa y vivir
una vida de obediencia al Espíritu Santo. No es un asunto de honorabilidad y
religiosidad, sino que significa, un cambio de dueño y del propósito y
dirección entera de su vida. Significa volver su rostro hacia la dirección
opuesta en la que usted estaba caminando, y dedicarse a Dios con todo su ser.
Este es el cambio que usted tiene que hacer si quiere recibir la vida eterna.
Esto
le enseña que la salvación y no la condenación constituye la parte más importante
de mi mensaje para usted. Si usted aceptara esto y se volviera a Cristo, ya no
habría necesidad de asustarle o inquietarle hablando de la condenación. Pero si
usted se rehúsa a ser salvo, entonces ciertamente que será condenado, porque no
hay ningún punto intermedio, usted tiene que recibir vida o muerte.
LA VERDAD DEL ASUNTO
Pero
Dios me llama no sólo a ofrecerle vida, sino también a mostrarle que Dios habla
en serio en lo que dice, que su promesa es verdadera y que el cielo no es un
mito sino un lugar de verdadera y eterna felicidad. Hay cientos de textos en
las Escrituras donde esta verdad puede ser corroborada. En seguida citaré
algunos de ellos.
La
Biblia dice que si alguien llega a ser cristiano: “Nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor.5:17). Cuando Jesús
comisionó a los apóstoles les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio
a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no
creyere, será condenado” (Marcos 16:15-16). El apóstol Pablo dijo a sus
oyentes: “Que por medio de Jesús se os anuncia perdón de pecados” (Hech.13:38).
Usted
puede ver de estas declaraciones que los predicadores del evangelio tiene
autoridad divina para prometerle que si se vuelve a Dios vivirá. Usted puede
encomendar con confianza su alma aquí: “Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se
pierda mas tenga vida eterna” (Jn.3:16). La sangre del Hijo de Dios ha comprado
la promesa; la fidelidad y la verdad de Dios garantizan que es válida; la
Escritura registra muchos milagros que Dios realizó para confirmarla; los
predicadores son enviados para proclamarla; y el Espíritu Santo abre los corazones
de los hombres para recibirla. Estas cosas están más allá de cualquier discusión.
Aún los peores de los pecadores serán salvos si se vuelven a Dios.
Si
usted piensa ser salvo sin convertirse, usted cree una mentira, y yo le mentiría
si le dijera que podría ser así. Sería como creer lo que el diablo dice, en lugar
de lo que Dios dice. Después de todo, tanto Dios como el diablo prometen a los
hombres vida eterna. Dios promete “volveos y viviréis”; el diablo promete “viviréis,
no importa si usted se vuelve a Dios o no”. Dios dice, “Si no os volvéis y os
hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat.18:3), “El que
no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn.3:3); “Seguid la santidad
sin la cual nadie verá al Señor” (Heb.12:14).
Por
otra parte el diablo dice: “Usted puede ser salvo sin nacer de nuevo y sin ser
convertido. No hay necesidad de ser santo, basta con ser una persona
respetable. Dios le está tratando de asustar. El es demasiado misericordioso
como para condenar a alguien; El le tratará mejor de lo que dice su Palabra”. Y
es una tragedia que la mayoría de la gente cree más al diablo que a Dios; lo
cual es la misma manera en que el primer pecado entró al mundo. Dios dijo a
nuestros primeros padres: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás; porque el día que de el comieres morirás” (Gen.2:17).
Pero
el diablo contradijo a Dios y dijo: “No moriréis” (Gen.3:4); y Adán y Eva
creyeron más al diablo que a Dios. Y ahora Dios dice: “Volverse o morir”, pero
el diablo dice: “No moriréis. Siga pecando tanto como pueda, entonces, en el
último momento pida a Dios que tenga misericordia de usted”; y esto es lo que
el mundo cree. ¡No puede haber mayor impiedad que creer al diablo más que a
Dios!
Aquellos
que creen que pueden ser salvos sin un cambio radical de corazón y vida, quizás
pudieran decir que están confiando en Dios, pero la verdad es que están
haciendo exactamente lo opuesto; están creyéndole al diablo.
Prácticamente
ellos han convertido a Dios en el diablo. ¿Dónde dijo Dios que los no
regenerados, los inconversos, los impíos serían salvos? Muéstreme un solo lugar
en la Escritura que diga esto. Esta es la mentira del diablo y creerla, es creerle
al diablo. La Palabra de Dios está llena de consuelo y fortaleza para la persona
santa, pero no tiene nada para apoyar a la impiedad, o para dar a alguien la
más mínima esperanza de ser salvo sin un cambio que conduzca a una vida santa.
Sin
embargo, si usted se vuelve a la misericordia de Dios, la misericordia divina
le recibirá. Entonces, confíe en Dios para la salvación, porque El ha prometido
en su Palabra salvar a todos los que confíen en El. El no salvará a nadie que
se niegue a abandonar el mundo, la carne y el diablo. Pero, será un Padre a
todos aquellos que entren en su familia confiando en su Hijo. Si los hombres no
vienen, es su propia culpa.
La
puerta de la salvación esta abierta por completo. Dios no impide a nadie para
que entre. El jamás ha dicho a nadie, “aunque usted fuere convertido, no le
recibiré”. Pudiera haber actuado así y habría permanecido justo, pero no lo ha
hecho y no lo hará. Si usted está sinceramente dispuesto a volverse a El de
todo corazón, Dios esta dispuesto a recibirle y a concederle el perdón de sus
pecados y la vida eterna. La verdad de esta promesa maravillosa se aclarará más
en los próximos tres capítulos.
4. EL BENEPLACITO DE DIOS
Esto
nos conduce al tercer gran principio contenido en el mensaje divino a Ezequiel:
Dios se complace en la conversión y salvación de los hombres, no en su muerte o
condenación; El prefiere que se vuelvan a El y vivan, y no que sigan en su
impiedad y mueran.
Dios
dijo a Ezequiel: “No quiero la muerte del que muere, dice el Señor Jehová;
convertíos y viviréis.” (Ez.18:32) Este texto enseña que Dios desea sinceramente
la conversión de todos los hombres, aún de aquellos que nunca serán
convertidos, sin embargo no tiene ese deseo en el sentido que sea algo que El
haya predeterminado o predestinado.
Déjeme
explicar. Un rey puede tener poder para encarcelar a un asesino, y aún
ejecutarlo, mientras que al mismo tiempo su deseo verdadero es que su pueblo no
cometa homicidio. No le da placer ejecutar a ninguno de sus súbditos; más bien
preferiría que la persona guardara su ley y viviera. En otras palabras, la
obediencia de su súbdito es su deseo, pero no su determinación. Déjeme
explicarlo en otra manera. Un rey puede hacer una proclamación pública que
diga: “No tengo placer en su muerte sino más bien en que obedezcan mi ley y
vivan, pero si cometen cualquier ofensa digna de muerte, morirán”.
En
forma semejante, un juez podría decir verdaderamente a un asesino convicto, “No
tengo placer en sentenciarle a la muerte; preferiría que hubiera guardado la
ley y viviera, pero puesto que usted ha quebrantado la ley debo condenarle, o
sería injusto”. El mismo principio es aplicable al asunto que estamos
considerando. Aunque Dios no tiene placer en condenarle, por lo tanto le llama
a volverse y a vivir; no obstante tiene placer en demostrar su propia justicia
y en ejecutar sus propias leyes. Por lo tanto ha determinado que si usted no se
convierte, será condenado.
Si
Dios estuviera tan opuesto a la condenación de los impíos que determinara hacer
todo lo que pudiera para prevenirlo, entonces, nadie sería condenado. Pero este
no es el caso. Jesús dijo que: “Estrecha es la puerta y angosto es el camino y
pocos son los que la hallan” (Mat.7:14). Dios está opuesto a su condenación
hasta este extremo: Le enseña, le advierte, le invita a escoger entre la vida y
la muerte, y le manda a través de los predicadores del evangelio a que no se
destruya a sí mismo y que acepte su misericordia.
Pero,
si esto no es suficiente y usted permanece inconverso, usted no tiene ninguna
excusa y Dios está determinado a condenarle. El dijo: “Impío, de cierto
morirás” (Ez.33:8). Jesús dijo: “De cierto os digo, que si no os volviereis, y
fuereis como niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mat.18:3) y “De
cierto de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino
de Dios” (Jn.3:3). Fíjese en las palabras “no entraréis” y “no puede ver”. Es
en vano pensar al contrario e imaginarse que en alguna manera Dios salvará a
los inconversos, porque tal cosa nunca sucederá.
LA PRUEBA DEL PRINCIPIO
Esta
es entonces la posición: Dios, el gran dador de la ley, no toma placer en la
muerte del impío, preferiría que se volvieran y vivieran, no obstante ha determinado
que ninguno vivirá excepto aquellos que se vuelvan. Como un juez justo, se
deleita en la justicia, y en la demostración de su odio hacia el pecado, aunque
la miseria la cual los pecadores han traído sobre sí mismos, no le da a El ningún
placer. Todo esto puede ser comprobado en cinco maneras.
PRIMERO, la
Biblia deja claro que Dios es maravillosamente misericordioso. Habla del Señor
como: “Misericordioso, piadoso; tardo para la ira y grande en benignidad y
verdad; que guarda la misericordia a millares, y que perdona la iniquidad, la
rebelión y el pecado.” (Ex.34:6-7). La misma cosa es señalada muchas veces en
la Biblia y esto debería asegurarle de que Dios no tiene placer en su
condenación.
SEGUNDO, si
Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión, El no le habría
mandado tantas veces en su palabra a volverse, ni habría dado tantos motivos
para persuadirle, ni le habría hecho tantas promesas de vida eterna si se
volviera.
TERCERO, si Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión, nunca
habría comisionado a los ministros del evangelio a recordarle de sus pecados, a
advertirle de su peligro, a ofrecerle la misericordia divina y a enseñarle el
camino de la vida; y a continuar haciéndolo aún cuando son odiados y se abusa
de ellos por las mismas personas a quienes tratan de ayudar. ¿Habría hecho Dios
todo esto si su placer fuera condenarle?
CUARTO, esto
es demostrado por la misericordiosa providencia de Dios. Si Dios hubiera
preferido que usted fuera condenado en lugar de convertido y salvado, El no
habría respaldado su Palabra con sus obras. No le habría dado todas las
providencias cotidianas en esta vida, las cuales tienen el propósito de encaminar
su corazón hacia El.
La
Biblia pregunta directamente, “¿Oh menosprecias las riquezas de su benignidad,
y paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía a
arrepentimiento?” (Rom.2:4) El no habría tratado de despertarlo castigándole en
diferentes ocasiones. El no le habría esperado pacientemente día tras día y año
tras año. Estas no son las acciones de alguien que tiene placer en su muerte.
Si esto hubiera sido el caso, Dios fácilmente podría haberle arrojado al
infierno ya desde hace mucho tiempo.
¿Cuántas
veces le pudiera haber arrebatado en medio de sus pecados? Cuando estabas
mintiendo, o siendo arrogante o deshonesto o burlándote de los caminos de Dios,
¡Cuán fácilmente podría haber detenido tu aliento y haberte despertado en la
eternidad! Cuán fácil es para el todopoderoso atar las manos del mas malicioso
perseguidor, y terminar con la furia de sus enemigos mas encarnizados y
hacerles saber que son gusanos. Dios solamente tiene que fruncir el ceño y usted
caerá en su sepulcro. Si fuera a mandar a sus ángeles a salir y destruir diez
mil pecadores, esto sería hecho en un momento.
Cuán
fácilmente podría Dios sacudirlo con dolor y enfermedad y hacerle comer las
palabras que usted ha dicho contra su Palabra, su adoración y sus obras.
Entonces usted clamaría por las oraciones de aquellos que antes despreciaba.
Cuán fácilmente podría hacer que su cuerpo ya no soportara a su alma, cuán
fácilmente podría reducir a la nada su cuerpo, el cual solo quiere satisfacerse
aunque ello signifique desobedecer a Dios. Cuando usted estaba en su peor
condición, defendiendo su pecado y discutiendo con aquellos que le rogaban para
que lo dejara, cuán fácilmente podría haberle arrebatado Dios a la eternidad
para enfrentarse con
El en
juicio. En ese momento Dios le hubiera preguntado: “Ahora, ¿Qué puede decir
usted contra su creador, su verdad, sus siervos o sus santos caminos? ¿Cuál es
el mejor caso que puede presentar para defenderse? ¿Cuál pretexto puede dar por
sus pecados? Dé cuenta de sus pecados, del uso de su tiempo y de su abuso de
mis misericordias”. Si Dios hubiera hecho todo esto, su obstinado corazón se
habría derretido, su orgullo se habría despedazado, y sus arrogantes palabras
se habrían convertido en absoluto silencio o en temerosos gritos. Y cuán
fácilmente podría hacer esto Dios ahora o en cualquier momento. Una sola palabra
de su boca y todos sus facultades presentes se perderían.
Pero
Dios no ha hecho nada de esto; al contrario, le ha sostenido paciente y
misericordiosamente. Día tras día le ha dado cada respiración que usted usa para
vivir una vida impía. Le ha dado misericordias las cuales usted ha usado para
satisfacer sus deseos pecaminosos. Le ha dado provisiones las cuales usted ha
usado para satisfacer su propia codicia. Le ha dado cada minuto de tiempo que
usted ha desperdiciado en la flojera y la mundanalidad.
¿No
le enseñan toda esta paciencia, misericordia y provisión, que Dios no toma
placer en su condenación? ¿Puede una vela arder sin cera? ¿Puede una casa
mantenerse si la tierra no la sostiene? Tampoco puede usted vivir ni una sola
hora sin el apoyo de Dios. ¿Y porqué le ha sostenido tanto tiempo, si no es
para ver cuando usted se despertará y se volverá a El para recibir vida eterna?
¿Podría alguien armar a sus enemigos, o darles luz a aquellos que van a
asesinar a sus hijos, o ayudar a un empleado a jugar o dormirse cuando debería
estar trabajando? Seguramente, la razón por la cual Dios ha sido tan paciente
para con usted, es para darle una oportunidad para volverse a El y vivir.
QUINTO, el
sufrimiento y la muerte de su Hijo Jesucristo, es prueba de que Dios no tiene
placer en la muerte de los impíos. ¿Habría venido a la tierra y la divinidad
hubiese tomado carne, habría vivido una vida de sufrimiento y muerto entonces
en lugar de los pecadores, llevando el juicio de sus pecados, si prefiriera su
condenación? En Marcos 1:34 nos dice que “sanó a muchos que estaban enfermos de
diversas enfermedades” y en Lucas 6:12 dice que “pasó la noche orando a Dios”,
también en Lucas 22:44, “que oraba más intensamente y era su sudor como grandes
gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Después de una vida de servicio,
fue muerto en lugar de otros, llevando el castigo el cual ellos merecieron.
¿Son
éstos los actos de alguien que se deleita en la muerte de los impíos?
Todo
esto lo hizo a favor de los pecadores. Su sacrificio es suficiente para todos
los pecadores, y usted es un pecador. Sin embargo, nunca fue su intención salvar
a los que no se volvieran a El con arrepentimiento y fe. Una y otra vez expresó
su tristeza por la desobediencia e incredulidad de los hombres. Cuando fue a
Jerusalén por última vez lloró sobre la ciudad y clamó, “¡Jerusalén, Jerusalén que
matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y
no quisiste” (Mat.23:37). Aún cuando estaba muriendo en la cruz oró por sus perseguidores,
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc.23:34).
¿Son
éstas las palabras de alguien cuyo deseo más grande es la muerte de los impíos,
aún aquellos que perecen por su obstinada incredulidad? Cuando leemos, “Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en el cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn.3:16), tenemos
toda la evidencia necesaria de que Dios no toma placer de la muerte de los
impíos, sino que desea que se vuelvan a El y vivan.
5. EL JURAMENTO
DE DIOS
La
pura Palabra de Dios ha de ser suficiente como para convencer a los hombres de
su verdad, pero tal es la depravación del corazón humano, que están dispuestos
a discutir con lo que Dios ha dicho, aún respecto a los asuntos que conciernen
a su propio destino eterno. Es este punto que nos conduce al cuarto principio
contenido en el mensaje divino a Ezequiel: Dios se ocupa tanto de que los
hombres no cuestionen estas verdades que las confirma solemnemente con un
juramento.
Si
usted se atreve a cuestionar la Palabra de Dios espero que no se atreva a cuestionar
su juramento. De la misma manera que Jesús dijo solemnemente, “De cierto os
digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños no entraréis en el reino de
los cielos” (Mat.18:3) y “De cierto de cierto te digo, que el que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn.3:3). Así Dios no solo ha dicho que
no tiene placer en la muerte de los impíos sino que lo ha confirmado con un
juramento. La Biblia lo expresa en la siguiente manera: “Cuando Dios hizo la
promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo:
De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.
Y
habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Porque los hombres ciertamente
juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el
juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente
a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso
juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que
Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos
de la esperanza puesta delante de nosotros.” (Heb.6:13-18).
Esto
debería poner fin a todos los argumentos humanos acerca de la predestinación, o
acerca de si Dios realmente condena al infierno a los impíos.
Estos
argumentos sirven simplemente para demostrar la ignorancia de los hombres,
mientras que el hecho de que Dios confirme sus intenciones por un juramento, no
deja lugar para ninguna duda.
¿QUIÉN QUIERE QUE USTED SEA PERDIDO?
Si usted
es un pecador inconverso le ruego que piense cuidadosamente en estas cosas y se
pregunte a sí mismo lo siguiente: “¿Quién toma placer en mi pecado y mi
condenación?” Seguramente que no es Dios. El dice y El jura que no tiene placer
en ello. Y de todas maneras, ciertamente usted no está tratando de agradar a
Dios. No se atrevería a decir que miente, roba, engaña o que es orgulloso e
inmoral, o negligente en asistir al templo, leer la Biblia y orar todo a fin de
agradar a Dios. Esto sería, por ejemplo como rebelarse contra un rey y afirmar
que lo estábamos haciendo para agradarle.
Entonces,
¿Quién tiene placer en su pecado y en su condenación? Ciertamente que no son
los creyentes. No les da ningún placer a los ministros fieles del evangelio, ni
a sus amigos cristianos verle a usted sirviendo al diablo y corriendo a toda
velocidad hacia el infierno. No les causa placer alguno ver tanta ceguera,
descuido, obstinación y presunción, ni tampoco verle determinado a continuar en
sus caminos pecaminosos y a resistir sus apelaciones para que cambie. Ellos
saben que usted está bajo el justo juicio de Dios y que esto terminará en un
desastre eterno. No les da más placer que el que experimenta el doctor que se
da cuenta que su paciente ha contraído una enfermedad mortal.
Les
da tristeza el hecho de que usted va rumbo al infierno y que aparentemente,
ellos no pueden detenerle. Les hiere saber cuán fácilmente podría usted escapar
si usted quisiera. Nosotros que somos creyentes, haríamos cualquier cosa para
salvarle. Aquellos que son predicadores del evangelio estudian día y noche,
para saber qué decir, para convencerle y persuadirle. Le enseñamos muchos
textos de la Palabra de Dios, los cuales dejan bien claro que a menos que sea
convertido no puede ser salvo. Esperamos que si usted no quiere creernos a
nosotros, por lo menos creerá lo que Dios dice, y aún así usted rehúsa hacer
cualquier cosa respecto a su salvación.
LA ORACION DEL PREDICADOR
Pero
también hacemos algo acerca de lo cual usted no sabe nada, agonizamos por usted
en oración. En ocasiones le decimos a Dios: Les hemos hablado en tu nombre, les
hemos dicho lo que tu nos mandaste decirles, les hemos advertido acerca de los
peligros de ser inconversos, les hemos repetido tus palabras: “No hay paz para
los impíos” (Isa.57:21), pero aún los peores de ellos no quieren ni siquiera
admitir que son impíos. Les hemos recordado que si “vives conforme a la carne
moriréis” (Rom.8:13).
Ellos
profesan creer en tí, pero siguen viviendo en una forma que demuestra que están
dispuestos a ignorar tus advertencias con la esperanza de que tu no condenarás
a nadie. Ellos rehusan creer que: “Cuando muere el hombre impío, perece su
esperanza; y la expectación de los malos perecerá” (Prov.11:7).
Les
decimos cuán vil y cuán vano es el pecado, pero ellos lo aman y rehusan dejarlo.
Les advertimos que pagarán por sus pecados con el castigo eterno y la muerte
eterna, pero rehusan creerlo y están preparados a arriesgarse contando con que
tu serás misericordioso. Les decimos cuán dispuesto estás para recibirles y
esto solo les hace alargar más el volverse a tí. Les rogamos, les exhortamos, les
ofrecemos nuestra ayuda, pero no podemos lograr nada con ellos.
Los borrachos
permanecen como borrachos, los ignorantes permanecen en su ignorancia, los
orgullosos en su orgullo, los inmorales en su inmoralidad, y los egoístas en su
egoísmo. Muy pocos están dispuestos a reconocer su pecado, y aún menos están
dispuestos a dejarlo; parecen estar contentos con el hecho de que todos los
hombres sean pecadores, como si no existiera diferencia entre el pecador
convertido y el que permanece inconverso.
Algunos
ni siquiera nos escucharán; piensan que ya saben todo lo que necesitan saber;
algunos nos escuchan, pero después no hacen caso de todo lo que les decimos y
siguen haciendo lo que les gusta. Algunos no tienen más sensibilidad que un
cadáver, cuando les hablamos acerca de las cosas que les afectarán para toda la
eternidad, parece que no son impactados ni por una sola palabra.
Cuando
nosotros rehusamos juntarnos con ellos en sus actividades pecaminosas, nos
odian y nos critican. Si les exhortamos a que confiesen y que abandonen sus
pecados para ser salvos, ellos de plano se niegan. Ellos quieren que nosotros
desobedezcamos a Dios y condenemos nuestras almas para agradarles, pero ellos
no se volverán para salvar sus almas y agradar a Dios.
Ellos
piensan que son más sabios que sus maestros, y nada de lo que hacemos parece
afectarles en sus malos caminos. Señor, somos incapaces; vemos a la gente lista
para caer en el infierno sin poder detenerlos. Sabemos que si sinceramente se
volvieran de sus pecados serían salvos, pero no podemos persuadirlos, ni
siquiera cuando nos arrodillamos con lágrimas rogándoles que lo hagan. ¿Qué más
podemos hacer?
Así
es como los verdaderos predicadores del evangelio se sienten. ¿Alguna vez se
dio cuenta de esto? ¿Piensa usted que se deleitan al ver que los pecadores persisten
en sus pecados, y que felizmente se apresuran hacia el infierno?
¿Piensa
usted que ellos disfrutan el hecho de no poder detenerle? Ellos saben el
sufrimiento eterno que le espera a usted y cual gozo eterno está desechando usted
deliberadamente. No hay nada que les pudiera herir más, les duele profundamente
verle en tal estado. Quebrantan sus corazones aunque a usted no le preocupe en
lo más mínimo.
SATANAS Y EL “YO”
Por
supuesto hay alguien que toma placer en su pecado y es el diablo. Después de
todo, el propósito de las tentaciones del diablo es guiarle al pecado y
arrastrarlo hacia su propia destrucción. Nada le gustaría más que el hecho de que
usted continuará pecando. El ama que usted sea orgulloso, impuro, avaro, mentiroso,
ladrón, o cuando usted maldice o comete cualquier otro pecado.
Pero
no solo se pone feliz al verle pecando, sino también los impíos se ponen felices,
porque les hace sentirse contentos en sus propios pecados.
Pero
usted no está pecando para agradarle al diablo ni a otros pecadores; más bien,
usted peca para agradar su propia naturaleza pecaminosa. ¡Este es su enemigo
más peligroso! Es su propia naturaleza pecaminosa que exige ser apapachada, y
que insiste en que sus propias demandas sean cumplidas, en la comida que come,
en la ropa que viste, en sus acompañantes y en todo lo que usted piensa, dice o
hace. Es su naturaleza pecaminosa que siempre está exigiendo atención, y que
siempre insiste en ser satisfecha. Este es el “dios” al que usted sirve, y que
devorará todo lo que usted le dé.
Déjeme
hacerle algunas preguntas acerca de esto:
PRIMERO, ¿Es
correcto servir a su naturaleza pecaminosa más que a su creador? ¿Le hace feliz
desagradar a Dios a fin de satisfacer sus propios deseos egoístas? ¿No es digno
Dios de ser su dueño? Entonces recuerde, que si Dios no le rige, tampoco le
salvará.
SEGUNDO,
aunque su naturaleza pecaminosa esté contenta con su pecado, ¿Está contenta su
conciencia? ¿No le recuerda a veces, que las cosas no son como debieran ser, y
que algún día habrá un precio que pagar? ¿Le es más importante silenciar su
conciencia que satisfacer su naturaleza pecaminosa?
TERCERO,
¿Nunca se ha percatado de que su naturaleza pecaminosa está cavando su propio
sepulcro? Ella ama todas las “cosas buenas”: Comida, bebida, flojera,
diversión, riquezas, popularidad, orgullo de posición y posesiones; pero ¿Ama
lo que sucede al fin de una vida impía? ¿Ama la idea de estar en pie ante Dios
en el día del juicio y ser condenado al fuego eterno? ¿Le deleita el ser atormentado
con los demonios para siempre? Recuerde que el pecado y el infierno solo pueden
ser separados por la conversión verdadera.
Si a
usted le gusta la idea del castigo en el infierno, entonces no es sorprendente
que quiera seguir pecando. Pero si no, (y estoy seguro que así es su caso)
¿Vale cualquier pecado la pérdida de la vida eterna? ¿Compensa un poco de
placer, de flojera o de autosatisfacción la pérdida del cielo? ¿Tienen más
valor las posesiones terrenales que las riquezas celestiales y eternas?
¿Recompensarán ellas los sufrimientos del fuego eterno? Piense acerca de estas
cosas antes de seguir adelante.
Déjeme
decirlo una vez más: Dios jura que no tiene placer en su muerte y en su
condenación, más bien prefiere que se vuelva y viva. Si usted prefiere morir
que volverse, recuerde que lo quiere así, no por agradar a Dios, sino para agradarse
a sí mismo. Si usted se condenará a sí mismo, con el fin de agradarse a sí
mismo, si toma placer en correr a toda velocidad hacia el infierno y rehúsa responder
al Dios que anhela rescatarle, entonces usted sufrirá las consecuencias. Se
despertará algún día, pero para entonces ya será demasiado tarde.
6. EL INTERES CONTINUO DE DIOS
El
hecho de que Dios jure que no tiene placer en la condenación de los impíos, es
una indicación poderosa de su verdad, pero Dios va aún más allá en este quinto
principio: Dios está tan deseoso de la conversión de los pecadores, que repite
y enfatiza su llamamiento a ellos, para que se vuelvan y vivan.
A la
luz de lo que ya hemos visto, ¿Quién pudiera posiblemente dudar que es el gran
deseo de Dios que los impíos se vuelvan a El y vivan? En este capítulo quiero que
usted vea algo de la sinceridad con la que Dios anhela esto. Esto es obvio por
la manera en la cual El repite su exhortación: “Volveos, volveos de vuestros
malos caminos” (Ez.33:11). ¿Como puede usted rehusar escuchar al todopoderoso
cuando habla así? Si Dios le dijera que usted moriría mañana, ¿Lo trataría a la
ligera? Sin embargo, aquí está algo igualmente serio porque trata con su
destino eterno. Es tanto un mandamiento como una exhortación.
Es
como si Dios le estuviera diciendo: “Como su creador, le ordeno a renunciar al
mundo, la carne y el diablo, y se vuelva a mí; pero como uno que se interesa tiernamente
acerca de su bienestar eterno, le ruego que se vuelva a fin de escapar del
temible resultado de su pecado”. ¿Cómo puede alguien rechazar un mensaje como
éste, tal clase de mandamiento y ruego?
Aquí,
más allá de cualquier duda, es el más gozoso mensaje que alguien jamás haya
escuchado: “Volveos, volveos. ¿Porqué moriréis? (Ez.33:11). Usted no está
todavía irremediablemente condenado; todavía puede escaparse del infierno. Aquí
está la oferta divina de misericordia, perdón y vida eterna. Vuélvase a El y
todas estas cosas serán suyas. Seguramente, usted debería ser abrumado con gozo
al escuchar tales noticias. Puede ser que usted haya escuchado el evangelio
antes, pero ¿Cómo ha respondido a él? y ¿Cómo responde usted ahora?
A
cada pecador negligente e ignorante en el mundo Dios dice, “Volveos y vivirán”.
A cada glotón, a cada borracho, a cada mentiroso en el mundo, Dios dice:
“Volveos y vivirán”. A aquél que profesa falsamente ser cristiano, pero no sabe
nada del poder de la cruz y la resurrección de Cristo, Dios dice: “Volveos y
vivirán”. A todos aquellos que no saben nada del amor de Dios, cuyos corazones no
están ocupados con El, quienes se preocupan más por la tierra que por el cielo,
quienes tratan de agradar a Dios con una poca de religiosidad, y nunca han
estado dispuestos a abandonar todo por Cristo, Dios dice: “Volveos y vivirán”.
Si usted nunca ha escuchado estas cosas hasta que leyó este libro, recuerde que
ahora las ha escuchado. Si se volviera a Dios por medio de la fe en Cristo,
recibirá vida eterna; y si no se vuelve será condenado para siempre.
¿Qué
hará? ¿Se volverá o no? “¿Hasta cuando claudicaréis vosotros entre dos
pensamientos?” (1 Rey.18:21). Si Dios es Dios, entonces vuélvase a El y sírvale,
si su naturaleza pecaminosa es su “dios”, entonces siga adelante tal como va.
Si el cielo es mejor que la tierra, entonces debe volverse hacia esa dirección
y comenzar a “haceros tesoros en el cielo, donde la polilla ni el orín corrompen,
y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mat.6:20). Busque entrar a aquel reino
“inconmovible” (Heb.12:28) y empiece a vivir en un plano más alto.
Pero
si usted piensa que la tierra es mejor que el cielo, o que le hará más bien, o
que durará más tiempo, entonces consérvela y haga de ella lo que mejor pueda.
Pero al hacerlo, estará cometiendo un error temible y fatal. Déjeme darle tres
razones más que le ayudarán decidirse.
PIENSELO PROFUNDAMENTE
PRIMERO,
piense en todo lo que Dios en su misericordia ha hecho para que la salvación
estuviera disponible para usted; y entonces piense qué tan trágico es que
después de todo el hombre sea condenado. Hubo un tiempo (inmediatamente después
de la caída de Adán y Eva) cuando no existía ningún camino para volverse a
Dios. La Biblia dice que había “una espada encendida que se revolvía por todos
lados, para guardar el camino del árbol de vida” (Gen.3:24).
Si
las cosas hubieran permanecido así, no habría nada que ninguna persona pudiera
hacer para que sus pecados fueran perdonados y fuera reconciliado con Dios.
Pero Cristo cambió todo esto. Lo hizo muriendo en la cruz en el lugar de
pecadores, llevando en su propio cuerpo y espíritu el castigo, el cual el
pecado humano exigía y mereció. En las palabras de la Biblia, “Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor.5:19). Ahora, El ofrece perdón de
pecados a todos los que acepten su oferta.
En
una ocasión Jesús dijo que su oferta era como la invitación a un banquete,
cuando el anfitrión dijo, “venid, que ya todo está preparado”. (Luc.14:17) Dios
está listo a recibirle y a perdonar todos sus pecados si usted viene. No
importa cuán pecaminoso y obstinado usted haya sido, Dios echará todos sus
pecados a Su espalda, si usted viene. Si usted ha huido deliberadamente de
Dios, El está dispuesto a encontrarse con usted, abrazarle y a regocijarse en
su conversión, si usted viene.
Dios
está dispuesto a dar la bienvenida a los pecadores más viles, si vienen. Si
esto no le conmueve, usted debe tener un corazón de piedra. El Dios eterno y
todopoderoso, a quien usted ha abusado y descuidado tanto tiempo, y quien sería
perfectamente justo en condenarle para siempre, está de pie con sus brazos
abiertos para recibirle y perdonarle. ¿No se derrite su corazón con esto? ¿No
tiene usted más motivos para venir que los que Dios tiene para invitarle?
Pero
esto no es todo. Cristo murió en la cruz para hacer un camino para que usted
viniera al Padre; entonces en base a su muerte, usted sería bienvenido si acudiera.
¿Todavía no está dispuesto? Cada ministro verdadero del evangelio está listo
para ayudarle, para enseñarle, para orar por usted. ¿Todavía no está listo?
Cada creyente verdadero está listo a regocijarse en su conversión y a recibirle
en el compañerismo del pueblo de Dios. Como Dios le perdonará, ellos también le
perdonarán al ver que su vida cambiada demuestra la realidad de su conversión.
Puesto que Dios no le inculpará de ningún pecado, ellos tampoco lo harán. Al
contrario, ellos están dispuestos a recibirle con sus brazos abiertos.
¿Todavía
no está listo? Aún más, el cielo mismo está listo. Dios le recibirá en la gloria
eterna con todo su pueblo. No importa cuán vil usted haya sido, puede tener un
lugar delante de su trono. Solo piénselo. Dios está listo, el sacrificio de Cristo
está listo, las promesas del evangelio están listas, el perdón gratuito de Dios
está listo, el pueblo de Dios está listo, el cielo mismo está listo; todos están
listos y esperando que usted sea convertido.
¿No
está listo todavía? ¿No está listo a vivir cuando ha estado muerto
espiritualmente tanto tiempo? ¿No está dispuesto a volver en sí, cuando ha
estado fuera de sí tanto tiempo? ¿No está dispuesto a ser salvo cuando ha
estado al borde de ser condenado? ¿No está dispuesto a echar mano de Cristo
quien podría salvarle, cuando usted se está hundiendo hacia la perdición? ¿No
está dispuesto a ser rescatado del infierno, cuando está preparado para que
usted sea arrojado a él? ¿No entiende usted lo que está haciendo?
Si
usted muere inconverso, ciertamente será condenado, y no hay ninguna garantía
de que usted vivirá otra hora. ¿Todavía no está dispuesto a volverse a Dios? Si
así es el caso, ¡Cuán miserable y desgraciado es usted! ¿No le ha servido al
diablo lo suficiente? ¿No ha tenido lo suficiente del pecado? ¿Acaso el pecado
está resultando tan provechoso para usted? ¿Sabe usted lo que el pecado
realmente es, y esto le impulsa a buscar más de él? Dios le ha dado tantas
misericordias, tantos ejemplos, tantas advertencias, y le ha hablado tantas
veces, y ¿Todavía no está dispuesto a volverse a El? ¿Ha visto tantos amigos y
miembros de su familia tendidos en su sepulcro, y ¿todavía no está listo a
venir a Cristo?
Después
de tantas convicciones y punzadas de conciencia, tantas buenas resoluciones,
tantas promesas de mejorarse, ¿Todavía no está dispuesto a volverse a Dios de
todo corazón? ¡Oh que Dios abriera sus ojos y su corazón, para que usted comprendiera
que tipo de invitación le está extendiendo, “venid que ya todo está preparado”!
(Luc.14:17)
LAS VOCES DE DIOS
SEGUNDO, piense en cuántas veces ha sido ya llamado; y recuerde que El que le
llama es el Señor soberano del universo. Dios manda salir al sol, y hace exactamente
como El le ordena. El manda a cada planeta y cada estrella en el cielo a que le
obedezcan y lo hacen. El manda a la marea del mar y toda la creación a guardar
su curso, y todos le obedecen. Los ángeles son todos “espíritus ministradores”
(Heb.1:14) que cumplen cada una de sus órdenes.
Pero cuando
El manda a los hombres pecadores que se vuelvan, ellos rehusan obedecerle. El
pecador piensa que es más sabio que Dios. Discute a favor de permanecer en sus
pecados y rehúsa obedecer a Dios. ¡Piense en ello! Dios solo tiene que hablar
la palabra y los cielos mismos le obedecen, pero cuando llama al pecador a que
se niegue a sí mismo, que mortifique su naturaleza pecaminosa y que ponga su
corazón en una nueva dirección, se rehúsa.
Aquí
le presento una prueba confiable acerca de si usted es verdaderamente convertido
o no: Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; conozco mis ovejas, y las mías me
conocen” y “mis ovejas oyen mi voz” (Jn.10:14,27). ¿Reconoce usted la voz de
Dios que le llama al arrepentimiento y la fe? Si así es, recuerde que con Dios
no se juega. ¿Está decidido a continuar menospreciando su palabra, resistiendo
a su Espíritu y tapando sus oídos a su llamamiento?
Entonces,
¿Quién piensa usted que terminará peor? ¿No se da cuenta con quien está
discutiendo y a quién está desobedeciendo? ¿No sabe usted lo que está haciendo?
Le sería más fácil caminar sobre espinas con los pies descalzos, o meter su
cabeza en un horno de fuego. La Biblia advierte: “No os engañéis, Dios no puede
ser burlado” (Gál.6:7). Cualquier otra persona puede ser burlada pero Dios no.
Para usted sería mejor jugar con fuego en su casa, que jugar con el fuego del
santo enojo de Dios contra el pecado, porque “nuestro Dios es fuego
consumidor”. (Heb.12:29)
La
Biblia dice, “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (Heb.10:31) y por
lo tanto es igualmente temible discutir con El o resistirle. Dios dice que un
hombre peleando en su contra es como cardos y espinos peleando contra el fuego:
“¿Quién pondrá contra mí en batalla espinos y cardos? Yo los hollaré, los quemaré
a una. ¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz
conmigo.” (Isaías 27:4-5) Los espinos y los cardos no pueden con el fuego, y el
pecador no puede con Dios.
¿Alguna
vez ha pensado qué tan frecuente Dios lo ha llamado y cuántos medios ha usado?
Cada página de la Biblia es como una voz llamándole, “¡Vuélvase o morirá!
¡Vuélvase y vivirá!” ¿Puede usted leer una sola página de la Escritura y no
darse cuenta de que Dios le está llamando a vivir? Cada sermón evangelístico
que usted ha escuchado le llamó a volverse; el propósito entero de la verdadera
predicación evangélica es para llamar, persuadir, y para exhortar a los
pecadores a volverse a Cristo.
El
Espíritu Santo le impulsa a volverse y le ha hablado de muchas maneras. Su
propia conciencia le ha hablado. ¿No está a veces consciente de que no todo
está bien con su propia alma? ¿No le dice su propia conciencia de vez en
cuando, que usted necesita cambiar? Las vidas de los creyentes piadosos le
llaman a volverse. La santidad de sus vidas reprende su pecado y le llama a
volverse a Dios. Todas las obras de Dios le llaman a volverse. Es como si
fueran libros enseñándole la grandeza, la sabiduría y la misericordia de Dios.
La
Biblia dice, “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la
obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche
declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras donde su voz no sea oída”
(Sal.19:1-3)
Cada
vez que el sol sale, es como si estuviera diciendo: “¿Porqué recorro al mundo,
excepto para enseñarles a los hombres la gloria de su creador y darles luz para
que hagan su voluntad? ¿Y todavía les encuentro viviendo en las tinieblas del
pecado, dormidos y desperdiciando su vida en negligencia? Por lo cual dice: “Despiértate,
tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. (Efesios
5:14)
Un
texto similar de la Biblia fue el que condujo a la conversión a Agustín, uno de
los cristianos más famosos de la historia: “La noche está avanzada, y se acerca
el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de
la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no
en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidias, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom.13:12- 14).
Todas
las misericordias de Dios le llaman a que se vuelva a El. ¿Porqué le sustenta
la tierra, sino es con el fin de que busque y sirva a Dios? ¿Porqué el aire le
da aliento sino es para que le sirva? ¿Porqué las demás criaturas le brindan el
beneficio de sus labores y sus vidas, sino es a fin de que sirva a Dios? ¿Porqué
Dios le da tiempo, salud y fuerza si no es para que le sirva? ¿Porqué posee
bebida, comida y ropa, si no es para lo mismo? Todas estas cosa son dones
gratuitos de Dios para usted y es razonable que usted considere quién se las
otorga y porque lo hace.
Dios
le ha preservado en esta vida año tras año y usted todavía no se vuelve a El.
¿No le avergüenza esto? En una ocasión, Jesús dijo una parábola de una higuera
estéril que no dio fruto por tres años consecutivos. Y El mandó a una de sus
obreros a que la cortara, pero el hortelano le pidió que esperara un año más, y
que si para entonces no daba fruto la cortara. La lección es obvia y muy seria.
¿Por cuántos
años ha esperado Dios los frutos de la santidad en su vida y todavía no hay
ninguno? ¿En cuántas ocasiones, cuando usted estaba deliberadamente viviendo en
forma descuidada y desobediente, Dios podría haberle cortado ya? Sin embargo,
en su misericordia ha sido paciente y lo ha preservado. Si usted tuviera el más
mínimo entendimiento de esto, se percataría que la paciencia y la misericordia
divina le llaman a volverse: “Y piensas esto, oh hombre que tu escaparás del
juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?”
(Rom.2:3-4). Y de seguro cada aflicción que usted experimenta le motiva a
volverse a Dios.
La
enfermedad y el dolor claman, ¡Vuélvase! La pobreza, la muerte de amigos y cada
experiencia dolorosa claman, ¡Vuélvase! De seguro estas cosas le han hecho
pensar ¿No le harán volverse? Su propio cuerpo y su propio ser le llaman a
volverse a Dios. ¿Porqué tiene la capacidad de razonar y entender sino es para
saber y entender la voluntad de Dios? ¿Porqué tiene un corazón con la capacidad
de amar, temer, y desear, sino es para amar, desear y temer a Dios más que
todas las cosas?
Considere
todas estas cosas en su conjunto, y vea a qué le conducen. La Biblia, el
Espíritu Santo, el evangelio, los predicadores, los amigos cristianos, toda la
creación, la paciencia, las misericordias y las aflicciones divinas, y también su
propia naturaleza humana con sus capacidades de entendimiento y emoción; todas
claman a sus oídos, “¡Vuélvase a Dios!” Y ¿Todavía no está decidido a hacerlo?
TERCERO,
¿Acaso nunca ha pensado seriamente acerca de su relación con el Dios que le
llama a volverse a El? Usted le debe todo lo que es y todo lo que posee, ¿No
tiene El el derecho de exigir su obediencia? Usted es su siervo y no debería
servir a ningún otro señor. Usted está a la merced de Dios y su vida está en
Sus manos. Usted ya está bajo la ira de Dios a causa de sus pecados, y no tiene
ninguna idea de cuánto tiempo más continuará su paciencia para con usted.
Quizás
este pudiera ser su último año o quizás su último día. Su espada está
apuntándole al corazón mientras que El le está hablando, y si usted no se vuelve,
está muerto y sin esperanza. Si usted pudiera ver que está al borde de caer en
el infierno, y si pudiera ver cuántos millones ya están allí, ¿Se daría cuenta
de que ya es tiempo de actuar? ¿Cómo le afecta el llamado de Dios?
Usted
ya sabe que El anhela que se vuelva y le llama para que lo haga. Es una cosa
temible si esto no le conmueve, o si solo le conmueve un poco. Y es una cosa
aún más temible no hacer caso de la advertencia divina y tornarse más descuidado.
Cuán
buenas nuevas serían para aquellos que ya están en el infierno si fueran a
escuchar tal mensaje de Dios. Y cuál bienvenida le daría usted si hubiera estado
en el infierno tan sólo una hora. O si usted hubiera estado ahí mil años, o
diez mil años, anhelaría escuchar la voz de Dios invitándole a volverse a El, pero
para entonces ya será demasiado tarde, y no obstante aquí y ahora, Dios le
ofrece el perdón de sus pecados y la vida eterna. Es como si Cristo estuviera frente
a usted con el cielo a un lado y el infierno al otro, dándole a escoger.
Entonces,
¿Cuál escogería? Con una voz de infinito amor y compasión le dice: “Vuélvase y
viva”, y le hace la pregunta ¿Porqué quiere morir? El sabe exactamente cuál es
su condición actual y sabe qué le sucederá si usted rehúsa volverse. Sabe que
si usted no se vuelve tendrá que vérselas con su justicia y su santa ley, y es
por eso que le llama a volverse. Si usted supiera una milésima parte de lo que
Dios sabe acerca de su peligro y la miseria hacia la cual avanza, no tendría
que escribir ni una sola palabra más para persuadirle. Y aún más, la voz que le
llama ahora, es la misma a la cual millones ya han respondido.
Todos
los que ya están ahora en el cielo, escucharon la misma voz, y ninguno de ellos
lamenta haberse convertido, ninguno de ellos desearía haber sido negligente al llamado
de Dios. Todos ellos saben que la voz que oyeron fue la voz de amor llamándoles
a la salvación eterna, y si usted obedece la misma voz, algún día se reunirá
con ellos en su felicidad. Hay millones que lamentarán para siempre que no se
volvieron a Dios cuando pudieron, pero no hay ninguna alma en el cielo que se
arrepienta de ello.
¿Qué
más puedo decir? ¿Qué hará? ¿Se volverá a Dios o no? Diga su respuesta a Dios.
Dígaselo claramente para que El no tome su silencio como un rechazo, y dígaselo
pronto antes de que El retire su llamamiento. Antes de que se mueva de su
lugar, determine que por la gracia de Dios, usted se volverá de sus caminos
pecaminosos y entregará su vida a El. ¡Hágalo mientras pueda!
Todavía
no está en el infierno, ni tampoco en la terrible condición de aquellos que no
saben nada del evangelio. La vida eterna le está siendo ofrecida como un don
gratuito, si solo lo aceptase. Dios le ofrece el perdón de sus pecados y el
poder de Cristo que le ayudará a vivir una vida santa. Si usted no dice nada, o
si dice que ¡No!, entonces tanto Dios como su propia conciencia serán testigos de
que de que recibió una justa y generosa oferta.
Si la
rehúsa, recuerde que pudo haber tenido el perdón de sus pecados, la vida eterna
y la ayuda cotidiana de Cristo para servir a Dios, pero que usted perdió todas
estas cosas porque se negó a volverse. ¿Cuál razón o motivo podrá dar para
justificarse?
7. LA CONDESCENDENCIA ASOMBROSA DE
DIOS
Los
últimos dos capítulos nos han mostrado que Dios enfatiza su interés en la
salvación de los hombres con un juramento y repitiendo su invitación a los pecadores
para que se vuelvan a El y vivan. Estas dos verdades deberían humillarnos y
asombrarnos, pero no son tan asombrosas como el sexto principio al cual quiero
llamar su atención: Dios condesciende a razonar el caso con los impíos y les
pregunta: “¿Porqué moriréis”?
Aquí
están dos factores, ambos tan extraordinarios que casi son increíbles.
El
primero es que los hombres preferirían destruirse a sí mismos antes que volverse
a Dios; el segundo es que, un Dios santo estaría dispuesto a “discutir” el
asunto con los pecadores impíos e inconversos.
EL DESEO DE MORIR
Piense
en el primer punto. Ciertamente es asombroso que alguien prefiera morir y ser
condenado; pero lo es más, el que la mayoría de gente en el mundo lo prefiera.
La naturaleza nos enseña que todos procuran su propia preservación y felicidad.
Puesto que los impíos son más egoístas que otros, seguramente estarían más
decididos que otros, a no ser condenados.
Parecería
que así fuera el caso, pero la verdad del asunto es que, aunque el pecador no
quiere ser condenado eternamente, deliberadamente escoge vivir en una manera la
cual garantiza que esto sucederá. Dios dice respecto a los impíos: “Sus obras
son obras de iniquidad... sus pies corren al mal sus pensamientos, pensamientos
de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron
camino de paz.” (Isa.59:6-8), y más de una vez declara: “No hay paz para los impíos”
(Isa.48:22, 57:21).
No obstante,
los impíos están decididos a ignorar todo lo que Dios dice y continuar viviendo
como siempre. Dios dice que: “La amistad del mundo es enemistad contra Dios”
(Stg.4:4) y que si “alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1
Jn.2:15) Sin embargo, los impíos están decididos a permanecer como impíos, los
mundanos a permanecer como mundanos y los sensuales a permanecer como
sensuales. Aunque, no es posible que les guste la idea de pasar la eternidad en
el infierno, aman el camino que conduce al infierno.
¿No
es cierto esto con respecto a usted? Usted no quiere arder en el infierno, pero
quiere vivir en los pecados que encienden sus llamas. Usted no quiere ser atormentado
para siempre, pero quiere hacer las cosas que resultarán en ello.
Es
como si usted fuera a decir, “deseo beber este veneno, pero no quiero morir”, o
“quiero aventarme desde la azotea de un edificio, pero no quiero matarme” o
“quiero clavarme un puñal en el corazón, pero no quiero quitarme la vida” o
“quiero incendiar mi casa, pero no quiero que se queme completamente”. Los
impíos son igualmente necios; quieren vivir su vida sin Dios, pero no quieren
llegar a su fin sin Dios. Pero están ignorando la ley divina de causa y efecto.
La
persona que toma veneno debería admitir: “quiero matarme”, porque esto es lo
que sucederá. Aún si disfrutara el sabor no pensando que fuera veneno, el
resultado sería el mismo. En la misma forma, si usted está decidido a ser
egoísta, inmoral, deshonesto o mundano, debiera decir: “quiero ser condenado”,
porque seguramente lo será a menos que se vuelva a Dios. No condenaría usted la
necedad de alguien que dijera, “quiero cometer un crimen, pero rehusó sufrir
las consecuencias”, La persona que dice, “quiero seguir viviendo una vida
pecaminosa”, debería decir, “quiero ir al infierno”.
Pero
también hay otro aspecto de esto, que los impíos deliberadamente rehusan usar
los medios de salvación que Dios ha provisto. La persona que rehúsa comer
debería decir, “rehusó vivir”, a menos que haya encontrado alguna manera para
vivir sin comer. La persona que cae en aguas profundas y rehúsa recibir ayuda
del rescate, debería decir, “quiero ahogarme”. En la misma manera, si usted rehúsa
escuchar lo que Dios dice, o rehúsa usar los medios de salvación que El ha
provisto, debería decir, “quiero ser condenado”. Porque si usted ha encontrado
un camino para ser salvo sin ser convertido, entonces ha hecho algo que nadie
jamás había hecho.
Pero
esto no es todo. Los impíos no están dispuestos realmente a experimentar la
salvación y todo lo que ella significa. Por ejemplo, aunque pudieran tener
algún deseo vago de ir al cielo cuando mueran, en realidad sus corazones se
oponen a todo lo que el cielo significa. La Biblia enseña que estar en el cielo
es estar en una condición de santidad perfecta y amor y continua alabanza a
Dios, y esto no tiene ningún atractivo para los impíos.
Aún
la adoración imperfecta aquí en la tierra, es algo para lo cual tienen muy poco
o no tienen tiempo, mucho menos les atrae la adoración perfecta y eterna del
cielo. Los gozos del cielo son tan puros y espirituales que el corazón de los
impíos jamás podrán verdaderamente desearlos. Esto es porque Dios dice que los
impíos quieren destruirse a sí mismos. Ellos rehusan volverse, aunque tengan
que hacerlo o morir. Antes que ser convertidos, prefieren seguir viviendo una
vida la cual está destinada a terminar en la miseria. No obstante, ellos
esperan que de alguna manera, finalmente, pasarán la eternidad en una especie
de “cielo”.
LA CONDESCENDENCIA DE DIOS
Pero
hay un motivo por el cual todo este asunto es muy extraordinario, es que Dios
condescendiera tanto como para “discutir” el caso con los pecadores que son tan
ciegos y obstinados acerca de algo que debería serles claro, y en el cual su
eterno destino está en juego. Cuando Dios envió a uno de sus profetas a
predicar a los israelitas, le advirtió acerca de la respuesta que recibiría:
“Mas la casa de Israel no te querrá oír, porque no me quiere oír a mí; porque
toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón.” (Ez.3:7) Sin
embargo, cuando Dios acusa a los pecadores de menospreciarle, ellos se atreven a
preguntar, “¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” (Mal.1:6).
¿Porqué
está dispuesto Dios a razonar el caso con el hombre? Primero, porque cuando
creó al hombre le otorgó la capacidad de razonamiento a fin de que la usara
para la gloria de Dios. No hay nada más claro ni más razonable que la oferta de
salvación. Dios hace un llamamiento en términos que los hombres pueden
entender. Segundo, porque el hombre debería tener la capacidad para ver que
Dios no le está pidiendo algo irracional.
En
todo lo que Dios manda o prohíbe, tiene toda la razón del mundo de su parte, y
el hombre, tiene todas las razones para obedecer a Dios y ninguna para desobedecerle.
Esto significa que aún aquellos que finalmente se encuentran condenados
eternamente, serán forzados a admitir que Dios tenía razón y que debieron
haberse vuelto a El.
Igualmente
se verán forzados a admitir que estaban equivocados y que no tenían ninguna
razón para condenarse a sí mismos rehusando la oferta gratuita de salvación de
Dios.
Aplique
esto a su propio caso. ¿Qué dice? ¿Está dispuesto a discutir con Dios? ¿Es
capaz de probar que Dios está equivocado? Dios pregunta, “¿Porqué morirá?”
¿Tiene usted una respuesta para esta pregunta? ¿Tratará de probar que Dios está
equivocado y que usted tiene razón? ¡Esto sería una tarea sumamente difícil!
Seguramente, uno de los dos tiene razón y el otro está equivocado.
Dios
está a favor de su conversión y usted en contra de ella. Dios le llama a
volverse y usted rehúsa. Dios le llama a hacerlo hoy, ahora; usted lo quiere
aplazar pensando que cuenta con mucho tiempo. Dios le dice que tiene que nacer
de nuevo y vivir una vida santa; usted piensa que unos cuántos cambios aquí y
allá serán suficientes. Ahora, ¿Quién tiene razón, Dios o usted? Dios le llama
a volverse a El y a vivir una vida santa y usted rehúsa porque no quiere
hacerlo. ¿Porqué no? ¿Puede darme alguna razón digna de llamarse “razón”?
Aunque
yo soy solo una criatura tal como usted, me atrevo a desafiarlo en esto, porque
estoy seguro de que usted no puede tener ninguna razón válida de su parte.
Ninguna razón que es en contra del Dios de verdad y razón, puede ser una razón
válida, la luz jamás puede oponerse al sol.
Todo
conocimiento verdadero viene de Dios y nadie puede ser más sabio que Dios.
Sería fatalmente presuntuoso, si el ángel más alto en el cielo fuera a tratar
de compararse con su creador; entonces ¿Cómo puede un ignorante hombre, siendo en
sí mismo nada más que una masa de tierra, oponerse a la sabiduría de Dios. Es
una de las evidencias más claras de la locura espiritual y vileza de los
hombres inconversos, el hecho de que se atrevan a contradecir a su hacedor y
cuestionar la Palabra de Dios. Hombres que ni siquiera pueden entender las
enseñanzas básicas del cristianismo son tan engreídos de su ignorancia, que se
atreven a cuestionar las verdades más claras de la Palabra de Dios. Las
contradicen, discuten contra ellas, y solo aceptarán aquellas cosas que estén
de acuerdo con su propia necia “sabiduría”.
LA FALTA DE RAZON
Es
porque yo sé que Dios tiene siempre la razón, que estoy seguro de que ningún
hombre puede traer un argumento contra El. ¿Puede un hombre tener alguna razón
para quebrantar las leyes de su hacedor o deshonrar su gloria? ¿Puede un hombre
tener razón para condenar su propia alma eterna? Recuerde la pregunta: “¿Porqué
morirá?” ¿Es la muerte eterna algo digno de ser deseado?
¿Está
enamorado del infierno? ¿Cuál razón puede usted dar por perecer deliberadamente?
La Biblia dice que, “La paga del pecado es la muerte” (Rom.6:23); ¿Tiene usted
una razón para condenarse a sí mismo, cuerpo y alma para siempre? ¡Es una cosa
tremenda para un hombre seguir pecando contra Dios y desperdiciar su felicidad
eterna, sin poder dar ninguna buena razón para haberlo hecho! Si le fueran a
ofrecer un reino por cada pecado que usted quisiera cometer, no sería razonable
sino una locura aceptarlo.
Si el
pecado le pudiera traer las recompensas terrenales más grandes que usted
pudiera poseer, aún así, no existiría ninguna buena razón para seguir pecando.
Si el pecado fuera a agradar a sus mejores amigos, o salvar su propia vida, o
ayudarle a escapar de la más grande miseria terrenal, aún así, no tendría sentido
alguno cometer un sólo pecado. En la misma forma, Cristo dijo: “Si tu ojo
derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de tí; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.”
(Mat.5:29)
Las cosas
eternas son tan importantes, que ninguna cosa terrenal puede compararse con
ellas. Ni siquiera las posesiones terrenales más grandes pueden proveer razón
suficiente para descuidar un asunto que es de consecuencias eternas. Ningún
hombre puede tener una buena razón para arruinar su destino eterno. El cielo es
una cosa tan importante que, si se pierde, nada puede sustituirlo. Y el
infierno es una cosa tan horrible, que si usted lo experimenta, nada puede
acabar con su agonía.
En la
misma forma, nada puede excusarle por descuidar su propia salvación. Como Jesús
lo expresó: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su
alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mar.8:36-37) Si usted
solo fuera a darse cuenta de la verdad de estas cosas, muy pronto llegaría a
una opinión distinta de ellas.
Si el
diablo pudiera alcanzar a los creyentes que ahora están en el cielo y
ofrecerles los placeres terrenales para tentarles a alejarse de Dios y su
gloria, ¿Cómo cree usted que reaccionarían? Si les fuera a ofrecer hacerles
reyes en la tierra, ¿Cree usted que les convencería para que dejasen el cielo?
¡Ciertamente que no! Rechazarían como ridícula tal proposición. Y si usted
pudiera ver el cielo con los ojos de la fe, haría lo mismo. Cada alma en el
infierno se da cuenta que fue insensato perder el cielo por causa de los
placeres terrenales, y que ninguna cantidad de diversión, goce terrenal,
riquezas u honra, pueden apagar las llamas del infierno. Si usted fuera solo a
escuchar la Palabra de Dios, estaría de acuerdo conmigo, de que no puede haber
ninguna razón justificable para destruir su propia alma; no se atrevería
acostarse sin antes haberse decidido a volverse y vivir.
Para
salvar su propia vida, un hombre es capaz aún de cortarse un brazo o una
pierna. Cuando el arzobispo Thomas Cranmer estaba a punto de morir quemado en
la estaca en 1556, para mostrar su arrepentimiento, deliberadamente metió su
mano derecha en el fuego, mano con la cual había firmado un documento que
negaba la verdad en que él creía. La Biblia nos dice que aquellos mártires
cristianos “fueron atormentados, no aceptando rescate a fin de obtener mejor
resurrección.” (Heb.11:35) Otros miles, han estado preparados a morir por su
fe, sabiendo que recibirían su recompensa en el cielo.
Pero
que un hombre dé la espalda a su creador, y corra directamente al infierno cuando
ya ha sido advertido y rehusó la oferta de salvación, es algo que ninguna razón
en el mundo puede excusar. El cielo recompensará cualquier cosa que hayamos
perdido para obtenerlo. Pero nada puede recompensar la pérdida de él.
Una
vez más, aplique esto a su propio caso. Como no es posible que usted dé una
razón para destruirse a sí mismo, ¿Cuál razón puede dar para negarse a volverse
a Dios? Si reducimos todo este asunto a los principios más básicos, seguramente
usted verá que no tiene ninguna razón para ser impío y mucho menos para
condenar su propia alma.
Usted
tiene una buena razón para hacer lo que hace o no la tiene; y si no, ¿Está
todavía decidido a proceder en contra de la razón? ¿Hará algo para lo cual no
tiene ninguna razón? Si usted piensa que usted tiene una razón, haga lo mejor
que pueda para producirla. ¿Cuál motivo posible puede dar para atrasar o
rehusar responder al llamamiento de Dios? ¿Tiene usted alguna razón que
satisfaga su propia consciencia, o que se atreverá a presentar cuando se
encuentre ante Dios en el día del juicio?
SUSTITUTOS DE LA RAZON
En
vez de razones, todo lo que los hombres impíos tienen para defenderse son puras
tonterías ignorantes. En seguida examinaremos algunas de los argumentos
insensatos que los pecadores usan y los contestaremos.
1. “Si
solo los hombres convertidos y piadosos son salvos, entonces el cielo estará
vacío”. Es obvio que la persona que dice esto, piensa que Dios no sabe lo que
dice o que no es digno de ser creído. La Biblia nos dice que multitudes estarán
en el cielo, aunque Cristo lo dejó claro que: “Estrecha es la puerta y angosto
el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan.” (Mat.7:14) En vez
de discutir acerca de cuántos serán los salvos, el pecador debería obedecer el
mandamiento de Cristo: “Entrad por la puerta estrecha.” (Mat.7:13)
2. “Si
voy al infierno, tendré mucha compañía”. Pero, ¿Esto le ayudará o le consolará?
¿Piensa usted que Dios tendrá dificultades en ejecutar su justo juicio, debido
a la gran cantidad de personas involucradas? y ¿Piensa usted que no tendría
mucha compañía en el cielo?
3.
“Pero todos los hombres son pecadores, aún los mejores”. De acuerdo, pero no
todos son pecadores inconversos. Como ya vimos en un capítulo anterior, los
creyentes verdaderos no viven en pecado, sino que constantemente anhelan y se
esfuerzan y oran para mortificar sus pecados.
4. “Hay
muchos que profesan ser creyentes cuyas vidas no son mejores que las de los
incrédulos”. Por supuesto hay hipócritas en la iglesia, pero los creyentes verdaderos
no lo son. Hay millones de creyentes piadosos a quienes sería impiedad acusar
de hipocresía. Lo que es más, los hombres impíos frecuentemente acusan a los
creyentes de pecados ocultos porque saben que estos creyentes no son culpables
de los pecados públicos que ellos cometen.
5. “No
soy culpable de pecados graves, entonces ¿Porqué dice usted que necesito ser
convertido?” Pero usted nació con una naturaleza pecaminosa, y usted está
viviendo para agradar esa naturaleza pecaminosa igual como cualquier otro. ¿No
es un grave pecado amar al mundo más que a Dios, o tener un corazón orgulloso e
incrédulo? Muchas personas que evitan pecados abiertamente vergonzosos, son tan
apegados al mundo, tan alejados de Dios, tan esclavizados por el pecado, y tan adversos
al cielo, como aquellos cuyas vidas son abiertamente ofensivas.
6.
“Pero nunca he hecho daño a nadie, ni quiero dañar a nadie; entonces ¿Porqué ha
de condenarme Dios?” ¿No es “ningún daño” no hacer caso de su creador y el
propósito por el cual usted fue creado? ¿No es “ningún daño” descuidar la
gracia que El le ofrece cada día? Si usted no se da cuenta de esto, es un
indicativo de la profundidad de su pecaminosidad. ¡Los muertos no sienten y
están muertos! Si usted estuviera vivo espiritualmente, vería cuán pecaminoso es
y estaría asombrado de haber sido capaz de tratar este asunto tan ligeramente.
7.
“Toda esta palabrería acerca de las cosas eternas es suficiente para volver loca
a una persona; es suficiente para trastornar a aquellos que piensen demasiado
en ello.” Pero nadie puede ser más loco y más trastornado que aquellos que
descuidan su bienestar eterno. Nadie es verdaderamente sano en su mente hasta
que es convertido. La Biblia dice que: “Lo insensato de Dios es más sabio que
los hombres” (1Cor.1:25) y que “el principio de la sabiduría es el temor de
Jehová” (Sal.111:10).
En
una parábola muy conocida el hijo pródigo decidió volver a su padre, cuando
“volvió en sí” (Luc.15:17). Es ridículo argumentar que los hombres desobedecen
a Dios y corren hacia el infierno, porque temen volverse locos y
desequilibrados. ¿Que les volvería locos o desequilibrados? Amar a Dios,
invocarle, dar la espalda al pecado, amar al pueblo de Dios, deleitarse en el
servicio de Dios, anhelar el cielo, ¿Son éstas cosas las que le trastornarían a
usted? y ¿Porqué animaría Dios a los hombres a que piensen seriamente en estas
cosas, si les volverían locos? Si el cielo es demasiado alto para que usted
piense y se prepare para él, entonces, será demasiado alto para que usted entre
y disfrute de él. Si alguien es trastornado por pensar en las cosas eternas, es
debido a que las mal entiende. Es mejor estar en tal estado que engañarse
pensando que es sabio ignorarlas.
8 Si Dios no se preocupara por usted, usted ya
no estaría aquí; Dios habría permitido que cualquiera de los cientos de
enfermedades que existen, hubiera terminado con su vida. Es obvio que Dios hizo
al hombre para traer gloria a su nombre; ¿Cómo puede ser posible imaginar que a
Dios no le importe si este propósito es cumplido o no? ¿No tuvo Dios ningún
propósito en crear al mundo? ¿Porqué nos sostiene a todos la tierra? ¿Creó Dios
todo esto colocando al hombre en un sitio de honor, y ahora no le importará
como piensa, habla o vive? ¡Nada podría ser más irrazonable!
9. “El
mundo será un mejor lugar cuando los hombres piensen que la religión no es un
asunto tan importante”. Por supuesto, aquellos que no quieren ninguna religión,
piensan que el mundo sería mejor sin ella. El diablo piensa lo mismo. La verdad
es que la sociedad solo es mejor cuando Dios es amado, obedecido y servido. ¿En
cuál otra manera podríamos concluir que el mundo sería mejor?
10. “Hay
tantas religiones diferentes en el mundo, que no tengo ninguna idea de cual sea
la verdadera, entonces permaneceré tal como estoy”. Pero si una religión es la
correcta, entonces no tener ninguna es un error. Aún mas, usted puede estar
seguro de que el camino en que usted anda está equivocado.
Ninguno
está más equivocado que los pecadores mundanos, carnales e inconversos. Ellos
no sólo se equivocan con respecto a uno o dos puntos doctrinales, sino que se
equivocan en la dirección entera de sus vidas. Si usted estuviera haciendo un
viaje, en el cual su vida estuviera en juego, y llegará a una encrucijada, se
detendría o ¿Se volvería atrás por no saber cuál camino tomar? Sin lugar a
dudas usted haría todo lo posible para asegurarse de tomar el camino correcto.
Porque algunos se pierden en el camino, ¿Esto le daría un pretexto para no
buscar el correcto?
11.
“Conozco algunos creyentes que son pobres y que tienen más problemas que otros
que no son creyentes”. Esto pudiera ser cierto, es un hecho que algunos
creyentes son más pobres y tiene más problemas que los incrédulos, porque Dios
considera que esto es lo mejor para ellos. Pero los creyentes no consideran la
prosperidad terrenal, ni su confort como un derecho o una recompensa en este
mundo. Más bien sus tesoros y sus esperanzas están en el cielo, y están
contentos en esperar por toda la gloria que Dios les ha preparado en el cielo.
12.
“Estoy satisfecho con ser tan bueno como pueda y esperar que al final Dios se
compadezca de mí”. ¿Cómo puede decir, “hago lo mejor que puedo”?, cuando rehúsa
volverse a Dios y su corazón está en contra de su nombre santo y de su santo
servicio. Usted no está siendo tan bueno como puede, sino tan bueno como
quiere, entonces ¿Qué resultado puede esperar de esto? Si usted espera ser
salvo sin ser convertido y vivir una vida santa, su esperanza no es en Dios
sino en Satanás o en usted mismo. Dios nunca le ha prometido tal cosa.
UNA PERSPECTIVA CORRECTA
Si
estos argumentos y otros semejantes son todo lo que usted tiene en contra de la
conversión y una vida santa, entonces el resultado de su balance es menos que
nada. Si estos argumentos le persuadirán a dar la espalda a Dios y a echarse
hacia el infierno, solo puedo orar que el Señor le libre de tal ceguera espiritual
y ceguera de corazón.
¿Se
atreverá a pararse ante Dios en el día del juicio con tales argumentos? ¿Le
ayudará en aquel momento decir, “Señor, no te busqué porque estaba muy ocupado
con otras cosas, conocí a algunas personas que eran hipócritas y también estaba
confundido porque existían tantas diferentes opiniones religiosas?” ¿De qué le
servirá decir esto?
La
Biblia le dice: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mat.6:33)
y que “La piedad para todo aprovecha pues tiene promesa de la vida presente y
de la venidera” (1 Tim.4:8). Entonces, ¿Porqué rehúsa usted hacer caso? Si los hipócritas
le impiden, entonces usted debería ser más cuidadoso y no más negligente. Dios
le dice que mire a la Biblia y no a los hipócritas. ¿Está confundido porque hay
tantas opiniones religiosas? Entonces, ¿Porqué no depende solo de la Biblia, en
donde la enseñanza divina acerca de la salvación es perfectamente clara?
Si
estas respuestas no le han silenciado, entonces Dios tiene otras cosas que lo
harán. Jesús dijo una parábola acerca de un hombre que entró a una fiesta de
bodas sin estar vestido adecuadamente para la ocasión, y cuando el encargado le
preguntó: “Amigo, ¿Cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?”
El
enmudeció y le echaron fuera. (Mat.22:12) En la misma manera, cualquiera que se
imagina que puede entrar al cielo sin ser convertido, quedará mudo en el día
del juicio. No tendrá nada que decir, porque no tendrá ninguna razón para dar,
de porqué no se volvió al Señor cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.
¿Está
satisfecha su propia conciencia con las razones que usted da para no volverse a
Dios? Si lo es, entonces es obvio que usted no piensa seriamente en arrepentirse.
¿Cuál razón puede usted dar por permanecer tal como está? ¿Está usted decidido
a ir al infierno aún en contra de la razón? Piense seriamente acerca de esto
mientras tenga tiempo para hacerlo. ¿Puede usted encontrar algún defecto en
Dios, en su obra o en sus promesas? ¿Es un mal Patrón? O ¿Acaso es mejor el
diablo? ¿Hay algo dañino en una vida santa, o es mejor una vida de mundanalidad
e impiedad? ¿Su conciencia le dice que le haría daño ser convertido y vivir una
vida santa? ¿Sería dañino que el Espíritu de Cristo cambiara su corazón?
Si es
malo ser santo, entonces ¿Porqué dice Dios “Sed santos porque yo soy santo”? (1
Pe.1:16). En el principio Dios hizo al hombre “a su propia imagen” (Gen.1:27).
Es esta imagen la que fue perdida en la caída y que Dios quiere restaurar en
usted. Puede ser que usted sea renuente a vivir una vida santa pero sea
honesto, ¿No preferiría morir la muerte de los santos? ¿No preferiría morir
convertido que inconverso? ¿Santo que impío? No hay nada dentro de usted que
clame, “muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya” (Num.23:10).
Entonces, ¿Porqué no volverse a Dios ahora?
La
verdad del asunto es que usted será convertido o deseará ser convertido cuando
ya sea demasiado tarde. ¿Qué teme perder si llega a ser cristiano? ¿Sus amigos?
Pero usted ganará nuevos amigos. Dios será su amigo, Cristo será su amigo, el
Espíritu Santo será su amigo y todos los demás creyentes en el mundo serán sus
amigos. Los amigos que usted tiene en la actualidad le seducirán al camino que
conduce al infierno; el Señor Jesucristo, su nuevo amigo, le salvará del
infierno y le llevará al cielo.
¿Teme
perder sus placeres? ¿Imagina que nunca podría volver a tener otro día feliz si
fuera convertido? ¡Qué tragedia que usted se complazca más en las cosas que
agradan a su naturaleza pecaminosa que en las cosas que sirven para glorificar
a Dios! La Biblia dice, “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rom.14:17) Un niño jugando con sus
juguetes piensa más en ellos que en ninguna otra riqueza que usted pudiera
ofrecerle, y es necedad maliciosa lo que le hace al pecador preferir los
placeres y las posesiones terrenales antes que las riquezas del reino de Dios.
¿Qué hará usted cuando los placeres y las posesiones terrenales se desvanezcan?
Para
el creyente ese momento es cuando sus gozos más grandes comienzan. Yo conozco
algo de lo que significa entregarse a los placeres terrenales, pero también
conozco el gozo del amor de Dios en Cristo, y no hay ninguna comparación. Hay
más gozo en un solo día con Cristo, que de una vida entera sin El. Eso es
porque el salmista dijo a Dios: “Porque mejor es un día en tus atrios, que mil
fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que
habitar en las moradas de maldad”. (Salmo 84:10)
Vale
la pena recordar algunas de las palabras escritas por el rey Salomón, uno de
los hombres más ricos de la historia: “Propuse en mi corazón agasajar mi
corazón con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la
necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual
se ocuparan debajo del sol todos los días de su vida. No negué a mis ojos
ninguna cosa que desearan, ni aparte mi corazón de placer alguno, porque mi
corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo
luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para
hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho
debajo del sol”. (Ecl.2:3, 10-11)
Más
tarde agregó: “Mejor es ir a la casa del luto, que a la casa del banquete; porque
aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.
Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará
el corazón. El corazón de los sabios está en la casa del luto; mas el corazón
de los insensatos, en la casa en que hay alegría. Mejor es oír la reprensión
del sabio, que la canción de los necios. Porque la risa del necio es como el
estrépito de los espinos debajo de la olla. Y también esto es vanidad”. (Ecl.7:2-6)
La
risa más fuerte del pecador inconverso es como la risa de un hombre que está
fuera de sí, se ríe cuando no tiene motivo alguno para hacerlo. ¿Tiene esto
algún sentido? Es su naturaleza pecaminosa lo que le hace pensar que una vida
carnal sería placentera mientras que una vida santa no. Pero si usted es convertido
a Dios, le dará un corazón nuevo, que resultará en que le será más placentero
mortificar el pecado, que abrigarlo. Usted descubrirá que lo único que
satisface es la vida que se vive para Dios.
RAZONES PARA LO IRRACIONAL
¿Porqué
son los hombres tan irracionales cuando se trata de la salvación, y perfectamente
razonables cuando se trata de otras cosas? ¿Porqué son tan renuentes a ser
convertidos que necesitan tanta persuasión? Es un hecho que una gran mayoría
vivirán y morirán como inconversos. En seguida daré seis respuestas a estas
preguntas:
1.
Porque el hombre es un pecador por nacimiento, lo cual significa que por naturaleza
está enamorado del mundo y del pecado y opuesto a Dios y a todo bien.
2. El
hombre está en tinieblas espirituales. Es como un hombre ciego de nacimiento,
quien no puede entender una descripción de la luz. Así, el pecador no sabe nada
acerca de Dios, el poder de la cruz de Cristo o la persona y la obra del
Espíritu Santo. No puede entender lo que significa ser convertido, ni vivir una
vida cristiana, ni saber la certidumbre de ir al cielo. Se encuentra en medio de
la ignorancia, perdido en la confusión del pecado, como alguien que tropieza en
la oscuridad de la noche y no sabe en donde está, hasta que amanece.
3.
Están seguros de que no necesitan ser convertidos, más bien piensan que un poco
de mejoramiento moral, será suficiente para llegar al cielo. Ninguno que rehúsa
creer que es perdido, hará caso de alguien que trata de orientarle hacia la
dirección correcta.
4. Han
llegado a ser esclavos de su propia naturaleza pecaminosa. Sus deseos y
apetitos egoístas tiene tanto control sobre ellos, que no pueden pensar en otra
cosa, salvo en cómo satisfacerlos. Pero su propia determinación se ha convertido
en su propia debilidad. Dicen que no tienen poder para dar la espalda al
pecado, la verdad es que no lo desean. El pecador está tan ocupado con las cosa
terrenales que no tiene ni tiempo, ni corazón, ni mente para las cosa celestiales.
5.
Algunos están rodeados por muchos amigos impíos, de tal manera que nunca
piensan ni por un momento en vivir una vida santa. Cuando alguno de estos
amigos muere, no se imaginan ni por un momento que se ha ido al infierno.
Entonces,
están muy felices en seguir viviendo como sus amigos vivieron y morir como
ellos murieron. Hay una historia acerca de un pastor que estaba guiando un
rebaño de corderos sobre un puente que cruzaba el río Severn (Inglaterra).
Cuando de repente algo obstaculizó el camino, uno de los corderos brincó sobre
el muro, pero sus piernas se resbalaron y cayó al río.
Antes
de que el pastor pudiera detenerlos, un cordero tras otro hicieron lo mismo y
muy pronto todos se ahogaron. Aquellos corderos que venían de atrás, no tenían ninguna
idea de lo que les estaba sucediendo a los que iban al frente. Pensaron que
todo estaba bien, pero cuando subieron al muro del puente, resbalaron y perecieron.
Es lo mismo con los hombres impíos y sus amigos impíos. Uno muere y cae en el
infierno y los otros le siguen sin saber hacia donde van. Cuando ya están al
otro lado del muro de la muerte, y sus ojos son abiertos, darían cualquier cosa
para regresar a la vida y volverse.
6.
Tienen un enemigo poderoso, sutil, malicioso que es el diablo, cuya meta principal
es la de impedir su conversión. El les persuade, a no preocuparse por estos
asuntos y a no creer en las Escrituras. Les dice que una vida santa es una vida
miserable, que no hay ninguna necesidad de ser convertidos, y que un Dios de
amor jamás enviaría a nadie al infierno. Y si ellos empiezan a pensar
seriamente acerca de su condición, les dice que no hay prisa para que hagan
algo. Por medio de todos estos engañosos medios, el diablo mantiene a la
mayoría de los hombres en sus garras y les guía a la destrucción.
Estas
son algunas de las razones por las cuales tantas personas permanecen inconversas.
Aunque Dios ha hecho tanto, Cristo ha sufrido tanto y los predicadores
verdaderos del evangelio han dicho tanto para conducirles a la conversión,
permanecen inconversos. Aún cuando todas sus razones han sido manifiestas como
no válidas, ellos rehusan escuchar el llamamiento misericordioso de Dios a
“Volverse y vivir”. Como ya hemos visto que los mandamientos de Dios son
razonables y la desobediencia del hombre es irracional, queda solamente un
asunto importante que considerar: ¿Quién tiene la culpa si los pecadores se
condenan?
8. EL CULPABLE NECIO
En
esta altura de nuestro estudio del mensaje divino a Ezequiel, hemos establecido
más allá de toda duda que Dios ha hecho todo lo posible para salvar a los
pecadores de la necedad y el peligro de sus pecados. Esto nos deja con un solo
principio para considerar: Si después de todo esto los impíos se niegan a volverse,
no es culpa de Dios si perecen, sino que es culpa de ellos. Su propia obstinación
viene a ser la causa de su propia maldición; son condenados porque esto es lo
que escogieron.
Una
cosa queda muy clara de todo lo que hemos visto, que si alguien es eternamente
perdido no es la culpa de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios compara a la
humanidad con una viña que ha sido plantada y cuidada con esmero, solamente
para encontrar que sus frutos fueron amargos y malos. Y como resultado Dios
pregunta: “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?
¿Cómo esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” (Isa.5:4) Dios
creó al hombre a su propia imagen, le dio razonamiento y entendimiento, suplió
todas sus necesidades y le dio una perfecta ley.
Cuando
el hombre quebrantó esa ley, Dios tuvo misericordia de él y envió a su Hijo a morir
en lugar de los pecadores. Ahora Cristo ofrece a todos los hombres el perdón de
pecados y la vida eterna si se vuelven a El en arrepentimiento y fe.
El
Espíritu Santo ha capacitado a generaciones de predicadores fieles para que llamen
a los pecadores a que se vuelvan a El. ¿No puede ver usted en donde cabe en
este cuadro? Dios ha sostenido su vida a pesar de sus pecados, le ha rodeado de
misericordias cada día y ha mezclado sus misericordias con aflicciones para recordarle
de su necedad y llamarle a volverse. En todo esto el Espíritu Santo le ha
estado llamando a volverse a Dios, ¿Sabe usted hacia donde va o que está
haciendo? ¿Cuándo volverá a ser sensato, dejando su pecado para ser salvo? A
usted y a todos los pecadores el Espíritu Santo clama: “Si oyereis hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones” (Heb.3:7).
Dios
coloca la vida eterna delante de usted, le asegura de la realidad del cielo con
todos sus gozos y de la realidad del infierno con toda su miseria. En el
evangelio Cristo Jesús ha sido “ya presentado claramente entre vosotros como
crucificado” (Gál.3:1), y se le ha dicho que a menos que usted confíe en El,
está perdido en sus pecados.
Se le
ha dicho de la pecaminosidad y la vanidad del pecado y también de la vanidad de
los placeres y riquezas de este mundo. Se le ha recordado la brevedad y la
incertidumbre de su vida y de la duración eterna del gozo o del tormento, que
seguirán en la vida venidera. Pudiera ser que usted ha escuchado tanto estas
cosas que ya está cansado de escucharlas. Usted puede estar en tal condición
que ya no se fija en estos asuntos. Como el perro de un herrero que se ha
acostumbrado tanto al ruido del martillo, que puede dormirse aún cuando salten
las chispas cerca de él. Sin embargo, Dios todavía le ofrece misericordia si
usted se vuelve a El de todo corazón.
¿QUIEN TIENE LA CULPA?
Entonces
en el nombre de la cordura, sea usted el juez de quien tiene la culpa de que
usted permanezca aún como inconverso, ¿Usted o Dios? Si usted permanece como no
salvo, es porque escoge esto. ¿Qué más se podría decir o hacer para lograr que
usted cambiara de opinión? Puede usted decir: ¿Me gustaría volverme a Dios pero
no puedo; me gustaría dejar mis pecados pero no puedo; me gustaría cambiar la
manera en que pienso, hablo y actúo pero no puedo?
Pero,
¿Porqué no? ¿No es la perversidad de su propio corazón lo que se lo impide?
¿Quién le obliga a pecar? Usted tiene la misma libertad, oportunidad y tiempo
para vivir una vida piadosa como cualquier otro, entonces ¿Porqué no lo está
haciendo? ¿Acaso las puertas del templo le han sido cerradas? ¿La Biblia le
excluye a usted de sus promesas de misericordia y perdón para los pecadores que
se vuelvan a Dios? ¿Le prohíbe Dios orar a El? Usted sabe las respuestas a estas
preguntas. Es usted mismo quien ha decidido no vivir una vida piadosa, no
asistir al templo, no leer la Palabra de Dios, no orar y no volverse a Cristo.
Si
Dios le hubiera excluido de sus promesas de misericordia, o si le hubiera dicho
específicamente a usted que no le respondería, sin importar cuán celosamente
fuera a llamarle, entonces por lo menos usted tendría algún pretexto para su
condición. Pero el caso no es así. Ya desde hace mucho tiempo pudiera haber
tenido a Cristo como su Señor y salvador, pero usted decidió no acudir a
El
porque pensó que no lo necesitaba. En una ocasión Jesús dio una parábola acerca
de unas personas que se rebelaron contra el hombre que había sido designado
como su gobernante. Ellos gritaron: “No queremos que este reine sobre nosotros”
(Luc.19:14). En una manera semejante, los pecadores rechazan el señorío de
Cristo sobre sus vidas. Como vimos en un capítulo anterior, cuando Jesús fue a
Jerusalén por última vez y lloró sobre su pecado, dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén,
que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces
quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las
alas, y no quisiste!” (Mat.23:37).
Dios
dijo algo semejante en los tiempos del Antiguo Testamento, “¡Quien diera que
tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis
mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre”
(Deut.5:29). “¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, y se dieran cuenta
del fin que les espera” (Deut.32:29). Pero también se nos dice lo que Dios hace
cuando el pueblo lo rechaza: “Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me
quiso a mí. Los dejé, por lo tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus
propios consejos”. (Salmo 81:11-12)
“Tu
maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo
y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en tí, dice
el Señor, Jehová de los ejércitos.” (Jer.2:19)
Entonces
pues, Dios condesciende a razonar con usted, expone el caso ante usted y
pregunta: “¿Qué hay en mí o en servirme a mí que usted odia tanto? ¿Qué daño le
he hecho? ¿Merezco esta clase de trato? ¿Soy Yo o es Satanás quien es su
enemigo? ¿Soy Yo o es usted quien arruinará su vida? ¿Es una vida santa o una
vida pecaminosa, respecto a cual usted debería huir? Si usted está perdido es
porque no quiso volverse a mí y ser salvo”.
INVITACION Y ADVERTENCIA
Pero
Dios no quiere que usted se pierda, entonces una vez más le llama a considerar
sus caminos y a volverse a El: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y a
los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y
sin precio, vino y leche. ¿Porqué gastáis el dinero en lo que no es pan, y
vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente y comed del bien, y se
deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y
vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes
a David.
Buscad
a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje
el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová,
el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en
perdonar.” (Isaías 55:1-3, 6-7)
Dios
tiene algo igualmente claro que decir a aquellos que rechazan tal asombrosa
invitación: “Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran
manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí,
fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no
retienen agua.” (Jeremías 2:12-12)
¿No
es esto exactamente lo que usted ha hecho? Una y otra vez Cristo le ha dado la
maravillosa invitación: “El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del
agua de la vida gratuitamente” (Apo.22:17), y su rechazo le obliga a El a
decir: “No queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn.5:40). El le ha invitado
a comer con El en el reino de su gracia, y usted sólo ha puesto pretextos para
no aceptar su invitación. Entonces, no debería sorprenderle de escucharle decir,
como lo dijo Jesús en la parábola: “Os digo que ninguno de aquellos hombres que
fueron convidados gustará mi cena.” (Luc.14:22)
En el
Antiguo Testamento hay un muy desafiante texto en el cual la “Sabiduría” es
usada como personificando la voz de Dios llamando a las personas a considerar
sus caminos: “La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas;
clama en los principales lugares de reunión; en las entradas de las puertas de
la ciudad dice sus razones.
¿Hasta
cuando, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y
los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; he aquí yo
derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras.
Por
cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese,
sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis, también
yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis;
cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare
como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia.
Entonces
me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana y no me hallarán. Por
cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni
quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto
de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.
Porque
el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los
echará a perder; mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá
tranquilo, sin temor del mal.” (Proverbios 1:20-33)
Fíjese
cuán claramente estas palabras muestran que los impíos son destruidos, no
porque Dios no les enseñó, sino porque ellos no le quisieron escuchar; no
porque Dios no les llamara, sino porque ellos no quisieron volverse a El. Es
blasfemia inculpar a Dios por la perdición del pecador. Aún más, aquellos que
inculpan a Dios y que no tienen ninguna razón, ni derecho para hacerlo.
Ellos
dicen que Dios es duro al condenar a todos los inconversos, y piensan que es
injusto castigar los pecados temporales con la perdición eterna. Dicen que no
pueden detener a Dios, pero todo el tiempo están ocupados en destruirse a sí
mismos y nada les persuade a detenerse. Piensan que Dios es cruel en condenarlos,
pero la verdad es que ellos son crueles consigo mismos, por correr a toda
velocidad hacia el infierno y no hacer caso de las advertencias y promesas de
Dios. Su estilo de vida nos dice que ellos están bajo el control del diablo; y
si mueren así, no hay nada en este mundo que les pueda salvar. Sus vidas penden
de un hilo, y no obstante cuando les advertimos de su peligro y les rogamos que
tengan misericordia de sus propias almas, ellos rehusan escuchar. Cuando les
rogamos que se vuelvan de sus pecados y confíen en Cristo, ellos no quieren saber
nada de esto.
¡Y
sin embargo dicen que Dios es cruel al condenarlos! Pero no es Dios quien es
cruel. Dios no es cruel para con usted; le dice vuélvete o te quemarás; pero
usted no se vuelve. Dios le dice que si conserva sus pecados, tendrá que sufrir
el juicio que estos le acarrearán, y usted está decidido a conservarlos. Dios
le dice que la única manera para ser feliz es siendo santo; y usted rehúsa ser
santo. ¿Qué más puede Dios hacer o decir? Usted está hundido en un pantano de
pecado y miseria y Dios le ofrece sacarlo. El dice: “Todo el día extendí mis
manos a un pueblo rebelde y contradictor” (Rom.10:21), y usted rehúsa la oferta
porque ama sus pecados y no los quiere dejar. ¿Se atrevería a sugerir que Dios
debería llevarle al cielo contra su voluntad, o llevarle a usted al cielo junto
con sus pecados? Sería más fácil esperar que el sol se volviera tinieblas:
“¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz
con las tinieblas?” (2 Cor.6:14)
La
Biblia es perfectamente clara acerca de las calificaciones para ir al cielo:
“No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación o mentira,
sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del cordero.”
(Apo.21:27)
La
verdad es que los pecadores obstinados no clamarán a Dios por misericordia, ni
tendrán misericordia de sí mismos. Al borracho se le dice que se está envenenando
y yendo hacia el infierno en ese camino, y él responde que no puede detenerse.
Al mundano descuidado se le dice que si sigue viviendo así, nunca llegará al
cielo, y él no hace nada al respecto. Cuando rogamos a los pecadores a volverse
a su Creador, y a Cristo que murió por los pecadores, pidiéndoles por el bien
de sus propias almas, que tengan misericordia de sí mismos, que ya no sigan
adelante en el camino al infierno, sino que vengan a Cristo mientras que la
puerta de la vida eterna está abierta y la misericordia les es ofrecida
libremente, ellos rehusan ser persuadidos.
Todo
lo que dicen es: “Espero que de alguna manera Dios tendrá misericordia de mí.”
Pero si ellos no quieren volverse a El, no hay posibilidad de misericordia. La
Biblia dice específicamente a ellos: “Porque aquel no es pueblo de
entendimiento; por tanto, su Hacedor no tendrá de él misericordia, ni se
compadecerá de él, El que lo formó.” (Isaías 27:11)
INCULPANDO A DIOS
Si
alguien fuera a negarle ayuda cuando usted estuviera sin ropa o sin comida, o
si fuera a tratarle mal en alguna otra manera, usted diría que le trató sin
misericordia. Sin embargo, al desperdiciar deliberadamente su propio cuerpo y
alma, usted está siendo mil veces más inmisericorde consigo mismo.
Lo
que es más, usted quiere que Dios le permita escupir al rostro de su Hijo,
tapar sus oídos a la voz del Espíritu Santo, tratar al pecado como si fuera una
broma y burlarse de la santidad, y entonces que le salve, aún cuando usted rehúsa
su oferta de perdón, y como no lo hace así, entonces usted se atreve a decir
que ¡No es un Dios de amor! Si usted fuera tan cuidadoso en evitar el pecado y
sus consecuencias, como lo es en buscar pretextos para justificar su
comportamiento e inculpar a Dios, entonces emplearía mejor su tiempo.
Es
espantoso pensar que los hombres tienen una opinión tan alta de sí mismos, que
para poder disculparse, están dispuestos aún a inculpar a Dios. Esto es
precisamente lo que sucedió cuando Adán comió el fruto prohibido en el jardín
de Edén. Dijo a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y
yo comí” (Gen.3:12), insinuando indirectamente que Dios era culpable.
En
una forma semejante, hoy en día los hombres dicen a Dios: ‘Fue el entendimiento
que tú me diste, el que no fue capaz de discernir la verdad; fue la voluntad
que me diste, la que escogió mal; fuiste tú quien permitió que yo fuese
tentado; fuiste tú quien pusiste todas estas cosas pecaminosas en mi camino.’
Este tipo de pensamiento perverso es característico del pecador, porque
instintivamente conoce que Dios es la causa de todo lo que es bueno, concluye
equivocadamente que también es la causa de todo lo que es malo.
Ahora,
permítame tratar con dos objeciones que frecuente mente levantan las personas
sobre este asunto:
PRIMERO, hay
aquellos que dicen: ‘Seguramente nosotros no podemos convertirnos a nosotros
mismos, hasta que Dios nos convierta.” Sin duda la Escritura enseña: “que no
depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”
(Rom.9:16) Claro que sí, pero si un hombre ha de ser salvo, deberá tener tanto
el deseo, como la voluntad de serlo. Dios promete la salvación solamente a
aquellos que la desean y la buscan. Por otra parte, es la misericordia divina
que produce tanto el deseo como la voluntad.
Esto
no significa que cuando un hombre está dispuesto y se esfuerza para ser salvo,
que su disposición y esfuerzo merezcan una recompensa; sino significa que el
rechazo deliberado del pecador de la misericordia divina, resulta en que nunca
podrá ser salvo. La incapacidad más grande del pecador es su voluntad
obstinada, la cual hace que su pecado sea aún mayor. Podría volverse si
quisiera hacerlo, pero su voluntad es tan corrupta que sólo la gracia soberana
de Dios la puede cambiar.
Entonces,
el pecador tiene tanto más razón para pedir la gracia de Dios y ceder ante
ella. No tiene razón alguna para descuidarla u oponerse a ella. Entonces, cuando
el pecador haya hecho todo lo que puede, entonces podrá inculpar a Dios.
SEGUNDO, hay
aquellos que preguntan: Pero, ¿En dónde entra en juego el libre albedrío? Los
argumentos acerca del libre albedrío, no son algo que los pecadores puedan
entender y por lo tanto voy a limitar la respuesta a un solo punto. Hablar de
que el hombre tiene libre albedrío, no es exactamente correcto.
El
albedrío del hombre es ‘libre’ en el sentido de que es su facultad de autodeterminación.
No obstante, no es estrictamente ‘libre’ porque por naturaleza está fatalmente
inclinado hacia lo malo. La voluntad del hombre es esclava de su naturaleza
pecaminosa, y por lo tanto no es neutral o imparcial.
Por
ejemplo, si alguien maliciosamente fuera a herirle, o robarle sus propiedades, o
matar a alguno de sus hijos, ¿Le perdonaría usted, si la persona dijera; ‘no tengo
libre albedrío, mi naturaleza pecaminosa es culpable?’ Si así fuera el caso,
entonces cada criminal podría poner el mismo pretexto y esperar ser absuelto.
Pero no sería un pretexto suficiente en ninguno de los casos, y tampoco es un
pretexto para usted decir; ‘no tengo una voluntad libre de la esclavitud del
pecado.’
¡Qué
tentador tan sutil es el diablo! ¡Cuán engañoso es el pecado! ¡Cuán necio y
corrupto es el hombre!. El diablo ha de ser muy sutil para poder persuadir a
los hombres a que caminen derechito hacia el fuego eterno, después de haber
recibido tantas advertencias. El pecado es ciertamente muy engañoso puesto que
puede convencer a millones de que pierdan la vida eterna a cambio de algo tan
vil. Y el hombre ciertamente tiene que ser corrupto y necio, puesto que puede
ser tan fácilmente robado de algo tan valioso, por amor de algo que no vale
nada.
Parecería
imposible que alguien fuera tan estúpido como para arrojarse al fuego, y no
obstante los pecadores están felices de arrojarse al infierno. Si fuera posible
que usted no muriera hasta que usted mismo decidiera terminar su vida, ¿Cuánto
tiempo escogería vivir? No obstante, cuando bajo la gracia de Dios, la vida
eterna está en sus manos, en el sentido de que le puede pertenecer, a condición
de que usted la quiera y no la desperdicie, entonces ¡cuán necio es desperdiciarla!
Aún más, los pecadores son tan inclinados hacia el mal, que no solo se
destruyen a sí mismos, sino que no vacilan en arrastrar a otros.
EL HOMBRE, EL PEOR ENEMIGO DE SI MISMO
Todo
esto nos dice que el hombre mismo es su peor enemigo, y la peor cosa que puede
pasarle en esta vida es que sea dejado a sí mismo. Su queja principal debería
ser en contra de sí mismo. Su obra más grande debería ser la de resistir a su
propia naturaleza pecaminosa. Su mayor preocupación debería ser orar y luchar
contra su ceguera, su corrupción, la perversión y la impiedad que brotan de su
propio corazón pecaminoso.
La
cosa más grande que la gracia de Dios puede hacer es, salvarnos de nosotros
mismos. Siendo así el caso, le pido que juzgue según las evidencias. Si lo hace,
seguramente será conducido a la conclusión de que usted es culpable ante Dios,
culpable de su propia destrucción.
En
seguida daré algunos argumentos los cuales espero que le convenzan, le humillen
y le ayuden a tomar el curso correcto de acción.
1. Usted
no tiene razón alguna para creer que Dios es cruel o para inculparle por su
propia destrucción, porque la Biblia enseña claramente que esto no está de
acuerdo con la naturaleza divina: “Justo es Jehová en todos sus caminos, y
misericordioso en todas sus obras. Cumplirá el deseo de los que le temen; oirá
asimismo el clamor de ellos, y los salvará.” (Salmo 145:17, 19)
Por
otra parte, sabemos que el entendimiento del hombre es entenebrecido, su
voluntad corrupta y sus afectos están contaminados. Por lo tanto, está muy bien
capacitado para destruirse a sí mismo. Si usted fuera a encontrar una oveja
muerta y junto a ella un cordero y un lobo, ¿De cuál de ellos sospecharía como
el asesino? Si un asesinato fuese cometido, ¿sospecharía usted de alguien conocido
por su integridad o de un conocido asesino profesional? Y la Biblia dice:
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios
no puede ser tentado por el mal, ni El tienta a nadie; sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
Entonces
la concupiscencia, después que ha concebido, da a la luz el pecado; y el
pecado, siendo consumado, da a la luz la muerte.” (Stg.1:13-15) El pecado es el
resultado de la pecaminosidad humana, y no hay ninguna manera en que pueda ser
culpa de Dios. El hombre es como una araña venenosa que se enreda en su propia
telaraña y se mata a sí mismo.
2.
Usted puede ver que es culpable de su propia destrucción al fijarse cuán dispuesto
está a ceder ante la tentación. Usted está tan dispuesto a ceder como el diablo
a tentarlo. Si él le tienta a pensamientos, palabras o actos pecaminosos, usted
está listo a ceder. Si él le quiere obstaculizar de los pensamientos santos, de
las buenas resoluciones, de palabras puras o de buenas acciones, no necesita
animarlo, porque usted está dispuesto a darle la bienvenida con cualquier cosa
que sugiera. Usted casi nunca está preparado para resistirle, pelear con él o
apagar las chispas de pecado que él trata de encender.
3. Su
culpa puede verse en la manera en que usted resiste todos los intentos para
salvarle. Dios le encamina hacia su Palabra y usted la resiste. El Espíritu Santo
le habla y usted tapa sus oídos. Un amigo cristiano le regaña por su pecado y
usted se enoja. Su amigo trata de invitarle a la iglesia y usted le da algún
pretexto o le dice que no necesita eso. Si alguien trata de introducirle en una
conversación seria acerca de su condición espiritual, usted busca alguna manera
para evadir el tema. Usted es tan sabio ante sus ojos que no escuchará a nadie
que trate de convencerle de las verdades bíblicas.
4.
Usted puede ver que es culpable por la manera en que se opone a la verdad
acerca de Dios. Usted piensa que la sabiduría divina es injusta y que su justicia
es cruel. Usted piensa que Dios trata con el pecado tan ligeramente como usted
lo hace. Se imagina que sus advertencias son falsas, y usted está preparado
para presumir de su bondad y para continuar en el pecado con la esperanza de
que, Dios encontrará alguna manera para no castigarle.
5.
Usted se destruye a sí mismo imaginando en forma vaga que, puesto que Cristo
murió por los pecadores y usted es un pecador, entonces le salvará. Se imagina
que aunque usted rehusé confiar en El como salvador y someterse a El como su
Señor, que en alguna manera será salvo de todos modos por la obra de Cristo.
Pero éste no es el caso. La Biblia deja claro que aquellos cuyas vidas no han
sido cambiadas, nunca han sido convertidos y que sólo aquellos que confían en
Cristo son transformados. Nos habla de “nuestro gran Dios y salvador Jesucristo,
quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (Tito 2:13-14)
6. Su
culpa puede verse por la manera en que usted hace mal uso de los tratos de Dios
para con usted. Quizás usted sea uno de esos que dicen que, si Dios predestina
a algunas personas a la salvación, y si usted no es uno de los predestinados,
que usted no es culpable de su propia perdición, y que esto le justifica para
vivir una vida impía. Quizás usted haya sido afligido en alguna manera y usted
culpa a Dios de ello. Por otra parte, si usted es prosperado, le conduce a
olvidarse de Dios y a no hacer caso de los asuntos eternos. Y al ver que sus amigos
impíos también son prosperados, eso le conduce a concluir que no tiene ningún
caso ser creyente. ¿Quién tiene la culpa de todo esto?
7.
Usted da por sentado la bondad de Dios para consigo, y usa las bendiciones que
le concede como instrumentos de desobediencia. Usted come y bebe para satisfacer
sus propios apetitos, y no para tener fuerzas para servir a su Hacedor. La ropa
que usted lleva puesta solo sirve para incrementar su orgullo; la prosperidad
desvía su atención de las cosas celestiales; si los hombres le alaban eso le
envanece; si usted tiene salud y fuerza, se olvida de que esta vida es muy
corta; si otros hombres tienen éxito, usted les envidia y codicia lo que tienen;
aún la belleza se convierte en un objeto de su codicia.
8.
Hasta los dones y las capacidades que Dios le ha dado le conducen a pecar. Si
usted es muy dotado, se vuelve muy orgulloso y engreído; si es menos dotado se
queja. Si usted tiene algún elemento religioso en su vida, aún este es corrupto;
sus oraciones no sirven porque no le conducen a “apartarse de iniquidad” (2
Tim.2:19); puede ser que usted lea la Biblia de vez en cuando, pero puesto que
“aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable”.
(Prov.28:9) Escuche lo que Dios le dice: “Cuando fueres a la casa de Dios,
guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los
necios; porque no saben que hacen mal.” (Eclesiastés 5:1)
9.
Usted aún convierte las acciones comunes de otras personas en oportunidades
para pecar: Si son piadosas usted les odia; si son impíos usted les imita. Si
la mayoría de sus amigos son impíos, usted se siente bien en su compañía; y si
solo conoce a algunos creyentes, se siente bien menospreciándolos. Si un
creyente parece ser especialmente santo en su vida, usted piensa que es muy
exagerado; y si un creyente cae en pecado, usted se siente justificado para
hacer lo mismo.
Si un
creyente es descubierto como hipócrita, usted dice: “siempre sospeché que los
creyentes eran así”, y se imagina que usted es tan bueno como cualquiera de
ellos. Aún una pequeña falla en un creyente, es suficiente para que usted
encuentre justificación para pecar; un creyente se lastima un dedo, pero usted
está feliz al degollarse a sí mismo. Si hay un escándalo en la iglesia, usted
concluye que hay escándalos en todas las iglesias. Si alguien trata de
convencerle de que sus creencias son heréticas, usted se adhiere más a ellas.
Puesto que todos los creyentes no están de acuerdo en algunos puntos de
doctrina, usted rehúsa escuchar las doctrinas básicas, en las cuales todos los
creyentes están de acuerdo.
LA NECEDAD DE LA AUTODESTRUCCION
En
estos y en otros puntos, no es difícil llegar a la conclusión de que los pecadores
se están destruyendo a sí mismos. ¿No está usted dispuesto a admitir que
algunas de los puntos anteriores le describen? Si no, considere los siguientes puntos.
1. Destruirse
a sí mismo es un pecado contra el primer principio de su naturaleza, es decir,
el instinto de conservación. Cuando Jesús dijo: “amarás a tu prójimo como a tí
mismo” (Mat.19:19), se infiere que usted se ame a sí mismo. Pero si usted se
ama a sí mismo tan poco que está dispuesto a arrojarse al infierno, entonces
solo podemos concluir que usted estaría dispuesto a llevar a todo el mundo consigo.
2. Al
vivir para gratificar solo sus propios deseos egoístas, usted se está haciendo
el peor daño posible. Si usted realmente quiere el placer duradero, las riquezas
inagotables y el honor eterno, es el colmo de la necedad buscar estas cosas en
el camino que conduce al infierno.
3. Cuán
trágico es que usted se está haciendo a sí mismo algo que ninguna otra persona
en la tierra o en el infierno le pueden hacer. Si todo el mundo estuviera
contra usted, y si cada demonio en el infierno se uniera a ellos, no podrían
forzarle a usted a pecar o a destruirse a sí mismo sin su consentimiento. Si
usted sabe que el diablo es su enemigo y que anhela destruirle, entonces, ¿Porqué
hacer algo que todos los demonios del infierno no le pueden obligar a hacer?
Cuando usted peca deliberadamente, cuando da la espalda a la piedad, cuando
rechaza el llamamiento de Dios, se está hiriendo a sí mismo en la peor forma
posible, y está haciendo algo que los peores hombres y demonios no le podrían
hacer.
4.
Usted está traicionando una confianza sagrada la cual Dios le ha dado. Dios
dice, “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”
(Prov.4:23), pero al vivir descuidadamente, usted está traicionando esa confianza.
5. Al
rehusar escuchar a aquellos que tratan de ayudarle, usted está asegurando que
en el día del juicio Dios rehusará escuchar sus clamores por ayuda. El será
perfectamente justificado en volverle la espalda, porque cuando usted tenía la
oportunidad, no tuvo misericordia de sí mismo y no escuchó a aquellos que le
querían ayudar.
6. Será
más terrible de lo que las palabras pueden expresar, acordarse en el infierno
que usted trajo todo esto sobre sí mismo. Le torturará para siempre recordar
que fue advertido una y otra vez, y que pecó con un entendimiento claro de lo
que estaba haciendo. Será horrible recordar que usted repetida y deliberadamente
tapó sus oídos ante la voz de Dios, que rehusó la oferta de perdón que Cristo
le hizo, y todo esto por el amor de los placeres terrenales y la búsqueda de su
propia satisfacción.
La Biblia dice, “¿De qué sirve el precio en la
mano del necio para comprar sabiduría, no teniendo entendimiento?” (Prov.17:16).
Será doloroso recordar que usted tuvo a su disposición los medios para obtener
la vida eterna, pero no quiso pagar el precio de volverse de sus pecados. La
palabra de Dios le recuerda lo mismo: “Atended el consejo y sed sabios, y no lo
menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas
cada día, aguardando a los postes de mis puertas.
Porque
el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová. Mas el que
peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte.”
(Proverbios 8:33-36)
9. INVITACION A VIVIR
Mi
trabajo está casi terminado, y me duele pensar que después de todo lo que he
escrito, que el mundo, la carne y el diablo tengan un control tan fuerte sobre
usted, que usted permanezca igual como al comienzo de la lectura de este libro.
Si así es el caso, Dios sabe que puedo decir igual como uno de los profetas en
el Antiguo Testamento que: “No deseo el día de la calamidad” (Jer.17:16).
Quebrantaría
mi corazón si resultase que toda mi obra fue en vano. Me temo que usted sea
excluido del cielo y encerrado en el infierno y tengo que preguntarle una vez
más ¿Qué va a hacer? ¿Se volverá o morirá? Me siento como un doctor diciéndole
a su paciente gravemente enfermo, la única manera en que puede sobrevivir es
cambiando su estilo de vida y tomando el medicamento recetado. ¿Qué pensaría
usted de una persona que rehusara tal consejo? Pero usted está exactamente en
esa posición. Pero si usted se vuelve de su pecado y confía en Cristo, tendrá
vida eterna.
Y no
estamos tratando solamente con la enfermedad física. Si este fuera el caso,
usted podría ser detenido por la fuerza de hacerse daño. Si fuera necesario, la
medicina que salvara su vida, podría ser metida a fuerza en su garganta. Pero
esto no es aplicable en la enfermedad del alma. Usted no puede ser salvo contra
su voluntad, no será arrastrado al cielo mediante una camisa de fuerza. Dios ha
ordenado que la voluntad del hombre tiene que desempeñar un papel crucial en su
salvación.
Nadie
va al cielo o al infierno en contra de su voluntad; por el contrario, cada quien
escoge ir al cielo o al infierno.
LA NECESIDAD DE TENER VOLUNTAD
¡Si
usted sólo fuera sincero y decidido de todo corazón! Es trágico que los hombres
son tan necios y reaccionan negativamente en un asunto tan importante, pero son
tan sensibles y corteses en las cosas pequeñas. Hasta lo que yo sé, la mayoría
de la gente que vive alrededor de mí, estaría dispuesta a hacerme cualquier
favor razonable que pudiera; pero cuando les pido la cosa más grande del mundo
(no para beneficiarme a mí, sino a ellos), lo máximo que mucho de ellos me
darán será, escucharme pacientemente.
Hay
muchas personas que tratan a los predicadores así. Parece que dudan de si el
predicador habla en serio o no. Si yo fuera a advertir a la gente del peligro
de las arenas movedizas, o cualquier otro peligro, me harían caso; pero cuando
son advertidos de que el diablo les ha puesto en una trampa, que el pecado les
está envenenando y que no debieran tratar al infierno la ligera, ellos siguen
adelante como si no hubieran oído ninguna palabra.
Pero
este asunto es serio y digo estas palabras con absoluta seriedad. Espero que si
mi vida estuviera en peligro y usted tuviera los medios para salvarme, lo
haría. Si necesitara desesperadamente un vaso de agua o un plato de comida, o
una poca de ropa para no morir de frío, ¿No me lo daría? Entonces, véame ahora
como un mendigo, pero no como uno que está rogando para que su propia vida se
salve, sino por la suya; y no solo por su cuerpo sino por su alma.
Le
ruego ahora como si estuviera hincado ante usted, que escuche la voz de Dios y
se vuelva a Cristo para ser salvo. No importa cuán ignorante o descuidado o
hundido en el pecado haya estado, ni tampoco cuantas veces no ha hecho caso en
el pasado. Le ruego que no siga ni un día más en su condición perdida, sino que
invoque a Dios para que le conceda su gracia y le haga una criatura nueva, a
fin de que usted pueda escapar de los horrores del infierno. Si me concediera
cualquier cosa, concédame esto, que usted se volverá de su camino pecaminoso y
vivirá.
Usted
puede negarme cualquier otra cosa a condición de que me conceda esto, porque si
me negara esto, no habría ninguna cosa que me pudiera dar a cambio. Si usted
pudiera hacer algo por Aquel que le creó y que murió para que los pecadores
vivieran; entonces no rechace esto, porque si lo hace, no hay ninguna otra cosa
que le pudiera dar.
Como
usted quiere que El escuche sus oraciones, que le conceda sus peticiones y que
le brinde socorro en el momento de la muerte y en el día del juicio, entonces,
no le niegue a El esta única petición mientras que tenga oportunidad. Amigo
mío, créame, la muerte y el juicio, el cielo y el infierno, son asuntos muy
diferentes cuando usted se acerca a ellos, que cuando parece que están muy
lejos de usted.
EL CAMINO DE LA SALVACION
Casi
he terminado y espero con todo mi corazón que algunos de los que hayan leído
estas palabras, estarán ahora conscientes de su necesidad y desearán ser
convertidos, como aquel hombre en el Nuevo Testamento que clamó a los apóstoles:
“Señores, ¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?” (Hech.16:30) Si ésta es
su posición y si usted se está preguntando: “¿Cómo puedo ser convertido?
Necesito ser salvo, quiero ser salvo, pero necesito saber exactamente qué debo
hacer”. Entonces por última vez déjeme recordarle de su condición y darle
algunas claras indicaciones.
PRIMERO,
usted necesita entender la necesidad y la naturaleza de la conversión verdadera.
Hasta que usted sea convertido, está todavía bajo la culpa de los pecados que
usted haya cometido y bajo la ira de Dios y la maldición de Su santa ley. Usted
es un siervo del diablo que trabaja para él en contra de Dios, en contra de sí
mismo y en contra de los demás. Usted está muerto espiritualmente, moralmente
deformado y no sabe nada de Dios ni de la santidad que El exige.
Usted
no es capaz de agradar a Dios en ninguna cosa que haga. No tiene ninguna
promesa de recibir Su ayuda y diariamente está en peligro de Su justicia, no
sabiendo cuando pudiera ser arrebatado hacia la eternidad. Y ciertamente usted
estará perdido para siempre en el infierno si muere en su actual condición.
Ninguna honorabilidad ni mejoramiento moral le pueden salvar. Solamente la
conversión verdadera que produce un corazón nuevo y una vida nueva, puede
impedir que usted sea perdido para siempre.
SEÑALES DE VIDA
¿Cuáles
serán los resultados de su conversión? En primer lugar, de inmediato llegará a
ser uno de los “miembros de la familia de Dios” (Ef.2:19). Usted recibirá una
vida nueva, la cual será “renovada conforme a la imagen del que lo creó”
(Col.3:10). El Señor Jesucristo será su propio salvador personal. Usted será
salvo de la tiranía de Satanás, del dominio del pecado y del juicio de la ley divina.
Todos sus pecados le serán perdonados.
Usted
será adoptado como hijo de Dios, y tendrá libertad para acudir libremente a El
en la oración en toda situación, sabiendo que El está dispuesto a escucharle.
El Espíritu Santo vivirá dentro de usted, enseñándole a entender las
Escrituras, guiándole en su vida diaria y ayudándole a ser santo. Usted llegará
a formar parte del compañerismo de todos los creyentes verdaderos. Usted será
capacitado para servir a Dios y ser de ayuda para otras personas.
Recibirá
todo lo que es verdaderamente bueno para usted, y le será concedida gracia para
soportar cualquier aflicción que Dios en Su sabiduría fuera a permitir. Usted
sabrá algo de lo que significa tener una relación viva con Dios el Espíritu
Santo. Especialmente al leer la Biblia y al orar, y en la adoración pública, su
alma se alimentará de la Palabra de Dios.
Usted
será unido a aquellos que aunque viven en la tierra son “herederos de Dios y
coherederos con Cristo.” (Rom.8:17) Usted podrá morir y vivir en paz porque por
medio de la fe, ya habrá visto, la certidumbre de la gloria eterna que le
espera en el cielo.
Estas
son algunas de las bendiciones que serán suyas en esta vida, y habrá aún más
grandes bendiciones en el cielo. Cuando usted muera su alma irá de inmediato a
estar con Cristo, lo cual es “muchísimo mejor” (Fil.1:23). En el día del
juicio, su alma y su cuerpo serán justificados y glorificados, para que usted pueda
entrar a la plenitud del gozo eterno el cual Dios le ha preparado. En el cielo
su cuerpo que era “corruptible” será “incorruptible”; y aquello que fue sembrado
en deshonra , será resucitado con “gloria” (1 Cor.15:42-43).
Usted
nunca jamás volverá a experimentar hambre, sed, cansancio, enfermedad, pecado,
vergüenza, tristeza o muerte. Usted será perfecto y finalmente librado de todas
estas cosas, y perfectamente capacitado para conocer, amar y adorar a Dios. Junto
con los demás habitantes en el cielo, usted verá la gloria indescriptible de
Dios y podrá amarle y adorarle perfectamente para siempre.
Su
propia gloria contribuirá a la gloria del cielo; no será algo personal o
egoísta. Aún más, su gloria contribuirá a la gloria de su salvador Jesucristo,
quien sabrá que su gloria fue conseguida por el “aflicción de su alma y quedará
satisfecho.” (Isa.53:11) Y Dios el Padre será glorificado en la glorificación
de usted. No solo recibiendo su adoración, sino viendo la consumación de Su
obra gloriosa de salvación en usted, y compartiendo Su gloria con usted. Aún
los creyentes más pobres y débiles disfrutarán todas estas cosas para siempre.
Pero
usted debe recordar que ninguna de estas bendiciones pueden ser suyas a menos
que sea verdaderamente convertido; ser convertido verdaderamente significa
volverse de todo corazón del mundo, del diablo y de la carne. Significa
volverse del mundo, el cual siempre está tratando de atraparle; de la carne (su
propio “yo” carnal), la cual siempre exige ser complacida; y del diablo quien
le engaña para que desobedezca a Dios. Pero la conversión incluye no solo
volverse de, sino también volverse a. Usted tiene que volverse a Dios el
Padre
quien le llama, al Señor Jesucristo quien es el único camino al Padre, y al Espíritu
Santo quien es el único que le puede capacitar para volverse. Usted tiene que
volverse a los medios de gracia (la Biblia, la oración y la iglesia) que Dios
ha provisto para usted; y tiene que volverse a buscar la santidad de vida. Debe
haber arrepentimiento genuino y fe.
PIENSE Y ACTUE
SEGUNDO, si
usted quiere ser convertido debe pensar seria y profundamente acerca de lo que
está involucrado. La conversión no es algo trivial o superficial.
Apártese
usted solo y piense seriamente acerca de porqué Dios le creó; entonces piense
acerca de la vida que usted ha vivido, los pecados que ha cometido y el peligro
en que se encuentra. Piense acerca de la brevedad de la vida, acerca de la
certeza de la muerte y del juicio, piense en el gozo del cielo y los tormentos del
infierno, y la eternidad de ambas situaciones. Piense entonces en el amor de
Cristo, en su sufrimientos y muerte, en su gloria como el salvador de los hombres.
Asegúrese de meditar profundamente en todas estas cosas.
TERCERO, si
usted está pensando seriamente acerca de la conversión, asegúrese de leer las
Escrituras, “Las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que
es en Cristo Jesús” (2 Tim.3:15); y si puede, lea otros libros cristianos que
explican la enseñanza bíblica acerca de la salvación. No falle en asistir
regularmente a un culto donde se predique fielmente la Palabra de Dios. Dios ha
ordenado la predicación como uno de los medios principales para la conversión
de los hombres.
La
primera carta a los Corintios 1:27 dice: “Agradó a Dios salvar a los creyentes
por la locura de la predicación.” También el apóstol Pablo escribió las
siguientes palabras: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será
salvo. ¿Cómo pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán
en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”
(Rom.10:13-14).
CUARTO,
vuélvase a Dios en oración ferviente y constante. Confiese sus pecados y pida
su gracia para iluminarle y convertirle. Pida a Dios que le perdone todo el
pasado y que le dé su Espíritu Santo para cambiarle su corazón y conducirle a
una vida de santidad. Haga que ésta sea su oración constante.
QUINTO, haga
un esfuerzo decidido a abandonar todo pecado que le sea conocido. Intente odiar
los pecados que antes amaba. Haga todo lo que pueda para dar la espalda al
pecado en todas sus diversas manifestaciones.
SEXTO, si
es posible cambie la clase de compañías que acostumbraba tener. Esto no
significa abandonar a su familia o romper relaciones con sus parientes, sino
que significa tener cuidado para evitar los compañeros o las amistades pecaminosas
que no son necesarias. Busque amigos cristianos, reúnase con ellos tan
frecuentemente como pueda. Hable con ellos acerca de cómo llegar a ser creyente
y cómo vivir la vida cristiana.
SÉPTIMO,
entréguese a Cristo como el gran médico de su alma. El mismo dijo: “Yo soy el
camino, la verdad, y la vida, nadie viene al padre sino por mí.” (Jn.14:6) La
Biblia enseña, “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podemos ser salvos.” (Hech.4:12) Lea y
estudie todo lo que pueda para saber quien es Cristo, qué es lo que ha hecho
para salvar a los pecadores y cómo El está perfectamente capacitado para suplir
todas sus necesidades espirituales.
NO DUDE, NO SE RETRASE
OCTAVO, si
usted piensa seriamente en llegar a ser creyente, entonces actúe con urgencia.
Si usted no está dispuesto a llegar a ser creyente hoy, no está del todo
dispuesto. Recuerde una vez más que si todavía no es convertido, todavía está
muerto en “delitos y pecados” (Ef.2:1), todavía está bajo la ira de Dios y al
borde de la muerte y del infierno. Ninguna persona en su juicio podría estar
tranquilo en esa condición.
Si
usted se diera cuenta del peligro en que está, de la pérdida que está sufriendo
y de la vida mejor y la seguridad que pudiera tener, no se dilataría ni un
momento más. Su vida es corta e incierta, y qué desastroso sería si muriera sin
volverse a Dios. Usted ya ha esperado demasiado tiempo, ya ha pecado demasiado
en contra de Dios. Cada día que usted se dilata, el pecado cobra nuevas fuerzas
y la conversión se hace cada vez más difícil e improbable. No se atreva a
aplazar estas cosas hasta llegar al fin de su vida, porque para entonces Dios
le pudiera haber reprobado y usted será perdido para siempre.
NOVENO, si usted quiere volverse a Dios y vivir, hágalo sin reservas y en forma
absoluta y total. Hacerlo a medias no basta; usted no puede dividir su corazón
entre Cristo y el mundo, ni apartarse de algunos pecados y conservar el resto.
Intentar hacer esto sería engañarse a sí mismo. Usted tiene que estar dispuesto
a abandonar todo si quiere ser un verdadero seguidor de Cristo, como El mismo
lo expresó: “Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo.” (Luc.14:33)
Si
usted no quiere tener a Cristo en estas condiciones, si Dios y la gloria no son
suficientes para usted, sino que quiere también aferrarse a las cosas terrenales,
entonces es en vano pensar que usted pudiera ser salvo. Tampoco es suficiente
llegar a ser religioso. Es posible ser religioso y todavía ser completamente
egoísta, con su propio placer, posesiones y confort como sus metas principales.
Pero esto le condenará tan seguramente como si usted viviera abiertamente en el
pecado.
Finalmente,
si quiere volverse a Dios y vivir, hágalo firme y decididamente, y no como si
los asuntos involucrados estuvieran en duda. No permita ningún titubeo, como si
estuviera inseguro de qué sería mejor: ¿Dios o su propia naturaleza pecaminosa
como Señor? ¿El pecado o la santidad como mejor forma de vida? ¿El cielo o el
infierno como el mejor destino? En cambio, haga un rompimiento claro con el
pecado y un compromiso claro con Cristo.
Una
vez decidido no cambie de opinión; entréguese a sí mismo y todo lo que tiene en
las manos de Dios. Hágalo antes de ir a dormir el día de hoy, antes de que se mueva
de donde está, antes de que el diablo tenga oportunidad para distraerle.
Ahora
mismo, mientras que lee estas palabras, vuélvase a Dios y pídale que le salve.
Sus promesas permanecen tan ciertas hoy, como cuando las otorgó por vez
primera, “Me buscaréis y me hallaréis, cuando me buscaréis de todo corazón.” (Jer.29:13)