(1)
A.
Agradó a Dios: Is. 42:1; Jun. 3:16.
B.
En su propósito eterno: 1
P. 1:19.
C.
Escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo unigénito,
conforme al pacto hecho entre ambos: Sal
110:4; He 7:21, 22.
D.
Para que fuera el mediador entre Dios y el hombre; profeta, sacerdote, y rey;
cabeza y Salvador de la iglesia, el heredero de todas las cosas y juez del
mundo: 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He 5:5, 6;
Sal 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22, 23; 5:23; He 1:2; Hch. 17:31.
E.
A quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y
para que a su tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y
glorificara: Ro. 8:30; Jun. 17:6; Is.
53:10; Sal 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4, 5; 1 Co. 1:30.
JESUCRISTO COMO EL MEDIADOR
Un
mediador es un intermediario. Es alguien que hace de intermediario entre dos o
más personas o grupos en disputa e intenta reconciliarlos. En términos
bíblicos, los seres humanos son considerados en enemistad contra Dios. Nos
hemos rebelado, revolucionado y rehusado a obedecer la ley de Dios. Como
resultado, la ira de Dios está sobre nosotros. Para modificar o redimir esta
situación catastrófica, es necesario que seamos reconciliados con Dios.
Para
efectuar nuestra reconciliación, Dios el Padre nombró y envió
a su Hijo como nuestro Mediador. Cristo nos trae nada más y
nada menos que la majestad divina de Dios mismo -Él es Dios encarnado.
Sin embargo, tomó sobre sí mismo una naturaleza humana
y se sometió voluntariamente a las demandas de la ley de Dios.
Cristo
no comenzó la reconciliación en un intento para persuadir al Padre a dejar de
lado su ira. Por el contrario, en el eterno consejo de la Divinidad había un
acuerdo total entre el Padre y el Hijo para que el Hijo viniera como nuestro
Mediador. Ningún ángel podía venir como representante de Dios; únicamente Dios
mismo podía hacer eso.
En
la Encarnación, el Hijo tomó sobre sí mismo la naturaleza humana para obtener
la redención de la simiente caída de Adán.
Por
su perfecta obediencia, Cristo satisfizo las demandas de la ley de Dios y logró
la vida eterna para nosotros. Por su sumisión a la muerte expiatoria en la
cruz, satisfizo las demandas de la ira de Dios contra nosotros. Tanto desde una
perspectiva positiva como negativa, Cristo satisfizo las condiciones divinas
para la reconciliación.
Nos
hizo un nuevo pacto con Dios por su sangre y continúa diariamente intercediendo
por nosotros como nuestro
Sumo Sacerdote.
Un
mediador efectivo es alguien que es capaz de lograr que dos partes que están en
conflicto, o alejadas entre sí, logren la paz.
Este
es el papel que desempeñó Jesús como nuestro Mediador perfecto. Pablo declaró
que tenemos paz con Dios mediante la obra de reconciliación de Cristo:
"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1).
La
obra mediadora de Cristo es superior a la obra ejercida por cualquier otro
mediador. Moisés fue el mediador del Antiguo Pacto. Fue el intermediario de
Dios, entregándoles a los israelitas la ley. Pero
Jesús es superior a Moisés. El autor del libro a los Hebreos declara: Porque de
tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra
que la casa el que la hizo... Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de
Dios, como siervo... pero Cristo (fue fiel) como hijo sobre su casa, la cual
casa somos nosotros (Hebreos 3:3-6).
RESUMEN
1.
Un mediador trabaja para lograr la reconciliación entre dos partes alejadas.
2.
Cristo como el Dios-hombre nos reconcilia con el Padre.
3.
Cristo y el Padre estaban de acuerdo desde la eternidad de que Cristo debería
ser nuestro Mediador.
4.
La obra de mediación de Cristo es superior a la de los profetas, la de los
ángeles, y la de Moisés.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Romanos
8:33-34, 1 Timoteo 2:5, Hebreos 7:20-25, Hebreos 9:11-22.
EL OFICIO TRIPLE DE CRISTO
Una
de las grandes contribuciones para un entendimiento cristiano de la obra de
Cristo es la exposición de Juan Calvino sobre el oficio triple de Cristo como
Profeta, Sacerdote y Rey] . Como el profeta de
Dios por excelencia, Jesús fue el objeto y el sujeto de la profecía. Su persona
y su obra son el punto focal de las profecías del Antiguo Testamento, pero Él
mismo también fue un profeta.
El
reino de Dios y el papel que Jesús desempeñaría dentro de dicho reino venidero
son temas principales en las afirmaciones proféticas de Jesús. La función
principal de un profeta era transmitir la Palabra de
Dios. Jesús transmitió la Palabra de Dios, pero además,
El
mismo es la Palabra de Dios. Jesús fue el Profeta de Dios supremo, siendo la
Palabra de Dios en la carne.
El
profeta del Antiguo Testamento era una clase de mediador entre Dios y el pueblo
de Israel. Hablaba al pueblo como representante de Dios. El sacerdote hablaba a
Dios como representante del pueblo. Jesús también cumplió el papel del Sumo
Sacerdote.
Los
sacerdotes del Antiguo Testamento ofrecían sacrificios regularmente, pero Jesús
ofreció un sacrificio de valor eterno, una vez y para siempre. La ofrenda de
Jesús al Padre consistió en el sacrificio de sí mismo. Él era la ofrenda y el
que ofrendaba.
Mientras
que en el Antiguo Testamento los oficios mediadores de profeta, sacerdote y rey
eran ejercidos por individuos distintos, estos oficios son ejercidos de manera
suprema en la persona de Jesús. Jesús cumplió la profecía mesiánica del Salmo
110. Él es descendiente de David y el Señor de David. Él es el sacerdote que
también es Rey. El Cordero que es sacrificado es también el León de Judá. Para
entender la obra de Cristo en su totalidad, no debemos considerarlo simplemente
como un profeta, o un sacerdote, o un rey. Todas estos tres oficios fueron
perfectamente cumplidos por Él.
RESUMEN
1. Jesús
fue el cumplimiento
de las profecías del Antiguo Testamento y El mismo fue un profeta.
2.
Jesús fue el Sacerdote y el sacrificio. Como el Sacerdote, Él se ofreció a sí
mismo como el sacrificio perfecto por el pecado.
3. Jesús
es el ungido Rey de Reyes y el Señor de Señores.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Salmo
110, Isaías 42:1-4, Lucas 1:26-38, Hechos 3:17-26, Hebreos 5:5-6.
(2)
A.
El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo Dios verdadero
y eterno, el resplandor de la gloria del Padre, consustancial con aquel e igual
a él, que hizo el mundo, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha
hecho: Jun. 8:58; Jl. 2:32 con Ro.
10:13; Sal 102:25 con He 1:10; 1 P. 2:3 con Sal 34:8; Is. 8:12,13 con 3:15;
Jun. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit. 2:13; He 1:8,9; Fil. 2:5,6; 2 P. 1:1; 1
Jun. 5:20.
B.
Cuando llegó la plenitud del tiempo: Gá.
4: 4.
C.
Tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus
propiedades esenciales: He 10:5; Mr.
14:8; Mt. 26:12,26; Lc. 7:44-46; Jun. 13:23; Mt. 9:10-13; 11:19; Lc. 22:44; He
2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jun. 19:32-35; Mt. 26:36-44; Stg. 2:26; Jun. 19:30;
Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr. 3:5; 10:14; Jun. 11:35; Lc. 19:41-44; 10:21;
Mt. 4:1-11; He 4:15 con Stg. 1:13; Lc. 5:16; 6:12; 9:18,28; 2:40,52; He 5:8, 9.
D.
Y con sus debilidades concomitantes: Mt.
4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jun. 4:7; 19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3; He 5:8;
2:10,18; Gá. 4:4.
E.
Aunque sin pecado: Is. 53:9; Lc. 1:35;
Jun. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He 4:15; 7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1
Jun. 3:5.
F.
Siendo concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, al
venir sobre ella el Espíritu Santo y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así
fue hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y David
según las Escrituras: Ro. 1:3,4; 9:5.
G.
De manera que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron
inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión
alguna. Esta persona es verdaderamente Dios: Tit. 2:13; He 1:8,9; Fil. 2:5,6; 2 P. 1:1; 1 Jun. 5:20.
H.
Y verdaderamente hombre: Hch. 2:22;
13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5.
I.
Aunque un solo Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre: Ro. 1:3,4; Gá. 4:4,5; Fil. 2:5-11.
LOS NOMBRES DE CRISTO
Los nombres de Cristo más importantes son los siguientes:
1. JESÚS. Este nombre es el equivalente griego
del nombre Hebreo Josué. Josué 1:1; Zacarías 3:1; o Jesús, Esdras 2:2. Se
deriva de la palabra hebrea que significa «salvar» y designa a Cristo como
Salvador, Mateo 1:21. Dos tipos de Cristo en el Antiguo Testamento llevaron
este mismo nombre, a saber, Josué el hijo de Nun y Josué el hijo de Josadec.
2. CRISTO. La palabra Cristo es el equivalente en el Nuevo Testamento
del Hebreo «Mesías» que significa «el ungido». Según el Antiguo Testamento, los
profetas, 1 Reyes 19:6, los sacerdotes Éxodo 29:7 y los reyes 1 Samuel 19:1
eran ungidos con aceite, que simbolizaba el Espíritu Santo. Este ungimiento
señalaba que habían sido apartados para sus tareas respectivas., y se hallaban
calificados para ejercer las mismas. Jesucristo fue ungido por el Espíritu
Santo para su triple oficio de profeta, sacerdote y rey. Desde un punto de
vista histórico, este ungimiento tuvo lugar cuando fue concebido por el
Espíritu Santo y cuando fue bautizado.
3. HIJO DEL HOMBRE. Este nombre, al ser aplicado a Cristo, se deriva de Daniel
7:13. Es un nombre que Jesús se da generalmente a sí mismo, y que otros
raramente usan. Aun cuando contiene una indicación a la naturaleza humana de
Cristo, a la luz de su origen histórico nos dirige hacia su carácter
sobrehumano y a su futura venida en las nubes del cielo con gloria y esplendor,
Daniel 7:13; Mateo 16:27, 28; 26:24 y Lucas 21:27.
4. HIJO DE DIOS. Cristo recibió el nombre de «Hijo de Dios» en diversos
sentidos. Fue llamado así porque es la segunda persona de la Trinidad y por
tanto es Dios, Mateo 11:27, pero también porque es el Mesías escogido, Mateo
24:36, y porque su nacimiento fue debido a la obra sobrenatural del Espíritu
Santo, Lucas 1:35.
5. SEÑOR. Los contemporáneos de Jesús usaron algunas veces este
nombre para con Jesús como a una forma de hablar cortésmente, tal como nosotros
usamos el vocablo «señor». Poco después de la resurrección de Cristo este
nombre adquiere un significado especial mucho más profundo. En algunos pasajes
designa a Cristo como a Poseedor Y Gobernador de la Iglesia, Romanos 1:7,
Efesios 1:17 y en otros ocupa el mismo lugar que debiera ocupar el nombre de
Dios, 1 Corintios 7:34, Filipenses 4:4-5.
LAS NATURALEZAS DE CRISTO
La Biblia nos presenta a Cristo como a un ser dotado de dos
naturalezas, la divina y la humana. Grande es el misterio de la piedad que Dios
se haya manifestado en carne, 1 Timoteo 3:16.
LAS DOS NATURALEZAS
Dado que muchos hoy día niegan la divinidad de Cristo, es
necesario poner énfasis en las pruebas bíblicas de la misma. Algunos pasajes
del Antiguo Testamento ya nos dirigen a tal doctrina, Isaías 9:6, Jeremías
23:6, Miqueas 5:2, Malaquías. 3: 1. En el Nuevo Testamento, las pruebas son muy
abundantes, Mateo 11:27; 16:16; 26:63,64 Juan 1:1,18; Romanos 9:5; 1 Corintios
2:8; 2 Corintios 5:10; Filipenses 2:6; Colosenses 2:9; Hebreos 1:1-3; Apocalipsis
19:16.
Ninguno de los que aceptan la existencia de Cristo niega su
humanidad. De hecho, el único detalle de divinidad que muchos le otorgan es el
poseer una humanidad perfecta. De todos modos hay pruebas abundantes de la
humanidad de Cristo. Cristo habla de sí mismo como un hombre, Juan 8:40, y
otros le llaman así, Hechos 2:22; Romanos 5:15; 1 Corintios 15:21. Cristo tenía
los elementos esenciales de una naturaleza humana, a saber, cuerpo y alma,
Mateo 26:26,38; Lucas 24:39; Hebreos 2:14. Además, se hallaba sujeto a las
leyes ordinarias del desarrollo humano, Lucas 2:40, 52, y a las necesidades y
sufrimientos humanos, Mateo 4:2; 8:2; Lucas 22:44; Juan 4:6; 11:35; 12:27;
Hebreos 2:10, 18; Hebreos 5:7, 8. Sin embargo, a pesar de ser un hombre real,
Cristo no tenía pecado.
No pecó, ni podía pecar, Juan 8; 46; 2 Corintios 5:21; Hebreos
4:15; 9:14; 1 Pedro 2:22, 1 Juan 3:5. Era necesario que Cristo fuera a la vez
Dios y hombre. Sólo como a hombre podía ser nuestro substituto, y como tal
sufrir y morir, y solamente como a hombre sin pecado podía pagar por los
pecados de otros. Pero era solamente como a Dios que podía dar a su sacrificio
un valor infinito, y llevar sobre sí la ira de Dios, para así librar a otros de
ella, Salmos 40 :7-10; 130:3.
LAS
DOS NATURALEZAS UNIDAS EN UNA PERSONA.
Cristo tenía una naturaleza humana, pero no era persona humana. La
Persona del Mediador es el Hijo de Dios inmutable. En la encarnación, Cristo no
se cambió en una persona humana, ni tampoco adoptó para sí una personalidad
humana. Cristo asumió, a más de su naturaleza divina, una naturaleza humana.
Esta naturaleza humana no llegó a desarrollar una personalidad independiente,
sino que se personalizó en la Persona del Hijo de Dios. Al tomar esta
naturaleza humana, la persona del Mediador fue a la vez divina y humana, es
decir, Dios y hombre, poseyendo todas las cualidades esenciales de las
naturalezas divina y humana.
Cristo tiene conciencia divina y humana, a la par que una voluntad
divina y humana. Este es realmente un misterio que no podemos concebir. Las
Escrituras enseñan claramente esta unidad en la persona de Cristo. Es siempre
la misma Persona la que habla, tanto si expresa hechos divinos como humanos,
Juan 10 :30; 17:5 comparado con Mateo 27 :46; Juan 19 :28. Aun a veces acciones
y atributos humanos nos son presentados como obra de la Persona de Cristo en su
divinidad Hechos 20:28; 1 Corintios 2:8; Colosenses 1: 13-14. A veces atributos
y acciones divinas son imputados a la persona de Cristo bajo un nombre que
designa su humanidad, Juan 3:13; 6:62; Romanos 9:5.
ALGUNOS ERRORES IMPORTANTES CONTRA ESTA DOCTRINA
En la Iglesia Primitiva los Ebionistas y los Alogi-negaron la
divinidad de Cristo. En los días de la Reforma, también los Socinianos negaron
tal verdad" y hoy día los Unitarios y modernistas la niegan también.
Asimismo en la Iglesia primitiva encontramos el caso de Ario que negó la
completa divinidad de Cristo y hablaba de él como a un semi-dios. Al contrario,
Apolinario no reconoció su completa humanidad y mantuvo que el Logos divino,
ocupó el lugar del espíritu humano en Cristo. Nestorio y sus seguidores negaron
la unidad de las dos naturalezas en una Persona, y Eutique s y sus discípulos
no llegaron a distinguir entre las dos naturalezas en la forma debida.
TEXTOS PARA APRENDER DE MEMORIA
LA DIVINIDAD DE CRISTO
1. Isaías 9:6. «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el
principado sobre su hombro, y llamarse su nombre Admirable, Consejero, Dios
fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz».
2. Jeremías 23:6. «En sus días será salvo Judá, e Israel habitará
confiado y este será su nombre que le llamarán: Jehová nuestra justicia».
3. Juan 1:1. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios».
4. Romanos 9:5. «Cuyos son los padres, y de los cuales es Cristo
según la carne, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos».
5. Colosenses 2:9. «Porque en él habita toda la plenitud de la
divinidad corporalmente».
LA HUMANIDAD DE CRISTO
1. Juan 8:40. «Empero ahora procuráis matarme, hombre que os he
hablado la verdad, la cual he oído de Dios».
2. Mateo 26:38. «Entonces Jesús les dice: Mi alma está muy triste
hasta la muerte; quedaos, aquí, y velad conmigo».
3. Lucas 24:39. «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy,
palpad y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo
tengo».
4. Hebreos 2:14. «Así que, por cuanto los hijos participaron de
carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte
al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo».
LA UNIDAD DE LA PERSONA DE CRISTO
1. Juan 17:5. «Ahora pues, Padre glorifícame tú cerca de ti mismo
con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese».
2. Juan 3: 13. «Y nadie subió al cielo, sino el que descendió del
cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo».
3. 1 Corintios 2:8. «La que ninguno de los príncipes de este siglo
conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de
gloria».
PARA ESTUDIO BÍBLICO ADICIONAL
1. ¿En qué sentido fueron Josué hijo de Nun (Zacarías 3:8-9) y Josué
hijo de Josadec (Hebreos; 4:8), tipos de Cristo?
2. ¿Qué nos enseñan los pasajes siguientes, acerca del ungimiento de
Cristo? Salmo 2:2; 45:7; Proverbios 8:23; Isaías 61:1.
3. ¿Qué atributos divinos posee Cristo según Isaías 9:6; Proverbios
8:22-31; Miqueas 5:2; Juan 5:26; 21: 17? ¿Qué obras divinas? Marcos 2:5-7; Juan
1:1-3; Colosenses 1:16-17; Hebreos 1:1-3. ¿Qué honores divinos? Mateo 28:19;
Juan 5:19-29; 14:1; 2 Corintios 13:14.
(3)
A.
El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona
del Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo
en sí todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al
Padre que habitase toda plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin
mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese completamente apto para desempeñar
el oficio de mediador y fiador: Sal
45:7; Col. 1:19; 2:3; He 7:26; Jun. 1:14; Hch. 10:38; He 7:22.
B.
El cual no tomó por sí mismo, sino que fue llamado para el mismo por su Padre,
quien también puso en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo
cumpliera: He 5:5; Jun. 5:22,27; Mt.
28:18; Hch. 2:36.
(4)
A.
El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio: Sal 40:7,8 con He 10:5-10; Jun. 10:18; Fil. 2:8.
B.
Y para desempeñarlo, nació bajo la ley:
Gá. 4:4.
C.
La cumplió perfectamente y sufrió el castigo que nos correspondía a nosotros,
el cual deberíamos haber llevado y sufrido: Mt. 3:15; 5:17.
D.
Siendo hecho pecado y maldición por nosotros: Mt. 26:37,38; Lc. 22:44; Mt. 27:46.
E.
Soportando las más terribles aflicciones en su alma y los más dolorosos
sufrimientos en su cuerpo: Mt. 26-27.
F:
Fue crucificado y murió, y permaneció en el estado de los muertos, aunque sin
ver corrupción: Fil. 2:8; Hch. 13:37.
G.
Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo cuerpo en que sufrió: Jun. 20:25, 27.
H.
Con el cual también ascendió al cielo: Hch.
1:9-11.
I.
Y allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo: Ro. 8:34; He 9:24.
J.
Y regresará para juzgar a los hombres y a los ángeles al final del mundo: Hch. 10:42; Ro. 14:9, 10; Hch. 1:11; Mt.
13:40-42; 2 P. 2:4; Jud. 6.
LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO POR
NOSOTROS (LLAMADOS A VECES «OBEDIENCIA PASIVA»).
Además de obedecer la ley perfectamente durante toda su vida a favor
nuestro, Cristo también experimentó los sufrimientos necesarios para pagar el
castigo de nuestros pecados.
SUFRIÓ DURANTE TODA SU VIDA:
En un sentido amplio el castigo
que Cristo sufrió para pagar por nuestros pecados fue sufrimiento tanto en su
cuerpo como en su alma durante toda su vida. Aunque los sufrimientos de Cristo
culminaron con su muerte en la cruz (vea abajo), toda su vida en un mundo caído
involucró sufrimiento.
Por ejemplo, Jesús soportó un tremendo sufrimiento durante sus
tentaciones en el desierto (Mt 4: 1-11), cuando soportó durante cuarenta días
los ataques de Satanás. 5 También sufrió al crecer en madurez: «Aunque era
Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer» (He 5: 8). Conoció el
sufrimiento en la intensa oposición que enfrentó de parte de los líderes judíos
a lo largo de gran parte de su ministerio terrenal (vea He 12: 3-4).
Podemos suponer también que experimentó sufrimiento y tristeza ante la
muerte de su padre terrenal, y desde luego también lo experimentó por causa de
la muerte de su íntimo amigo Lázaro Gn 11: 35). Al predecir la venida del
Mesías, Isaías dijo que sería un «varón de dolores, hecho para el sufrimiento»
(Is 53: 3).
EL DOLOR DE LA
CRUZ:
Los sufrimientos de Jesús se intensificaron al irse acercando a la cruz.
Les contó a sus discípulos algo de la agonía que estaba experimentando cuando
les dijo: «Es talla angustia que me invade, que me siento morir» (Mt 26: 38).
Fue en la cruz donde los sufrimientos de Jesús alcanzaron su clímax,
porque fue allí donde cargó con el castigo que correspondía a nuestros pecados
y murió en nuestro lugar. Las Escrituras nos enseñan que hubo cuatro aspectos
diferentes del dolor que Jesús experimentó:
DOLOR FISICO Y MUERTE.
No tenemos necesidad de aseverar que Jesús sufrió más dolor físico que
cualquier ser humano haya jamás sufrido, porque la Biblia en ninguna parte hace
esa afirmación. Pero con todo no debemos olvidar que la muerte por crucifixión
era una de las formas más horribles de ejecución inventadas por el hombre.
Muchos lectores de los evangelios en el mundo antiguo habrían sido
testigos de alguna crucifixión y eso crearía alguna imagen mental vívida y dolorosa
al leer las palabras «y lo crucificaran» (Mt 15: 24).
Un condenado a muerte que moría crucificado se veía esencialmente
forzado a infligirse él mismo una muerte lenta por asfixia. Cuando los brazos
del condenado eran extendidos y sujetados mediante los clavos a la cruz, tenía
que sostener la mayor parte del peso de su cuerpo con los brazos.
En esa posición, la cavidad torácica tenía dificultades para respirar y
obtener aire renovado. Pero cuando la necesidad de aire de la víctima se hacía
insoportable, tenía que hacer lo posible por levantarse empujando con sus pies,
dando así un apoyo más natural a su cuerpo y aliviando los brazos del peso del
cuerpo, y de esa forma podía respirar un poco mejor.
Al esforzarse por levantar el cuerpo apoyándose en los pies el
crucificado podía aliviar la asfixia, pero resultaba en extremo doloroso para
él porque implicaba poner toda la presión de sostener el cuerpo sobre los
clavos que le sujetaban los pies, y doblar los codos y empujar hacia arriba
sobre los clavos que le sujetaban las muñecas. La espalda del crucificado, que
había sido flagelada repetidas veces mediante los latigazos propinados, se
rozaría contra la madera de la cruz con cada movimiento.
Por eso Séneca (del primer siglo d.C.) habló de los crucificados como
personas que «aspiraban el aire vital en medio de intensa agonía» (Epístola
101, a Lucio, sección 14).
Un médico que escribió en el journal ofthe American Medical Association
en 1986 explicó el dolor que solía experimentar la persona condenada a muerte
por crucifixión:
Un Proceso De Respiración Adecuado Requiere Levantar El Cuerpo Empujando
Con Los Pies Y Flexionando Los Codos... Sin Embargo, Este Movimiento Ponía Todo
El Peso Del Cuerpo Sobre Los Tarsos Y Producía Un Punzante Dolor.
Además, La Flexión De Los Codos Causaba Rotación De Las Muñecas
Alrededor De Los Clavos De Hierro Y Causaba Fiero Dolor Por Los Nervios
Dañados. Calambres Musculares Y Parestesia En Los Brazos Extendidos Y
Levantados Se Agregaba A La Incomodidad. Como Resultado, Cada Esfuerzo Por
Respirar Resultaba Agonizante Y Agotador Y Llevaba Al Final A La Asfixia.
En algunos casos, los hombres crucificados sobrevivían varios días, casi
asfixiados pero sin morir. Esa era la razón por la que los encargados de la
ejecución quebraban a veces las piernas del crucificado, con el fin de que la
muerte sobreviniera rápidamente, como vemos en Juan 19: 31-33:
Era El Día De La Preparación Para La Pascua. Los Judíos No Querían Que
Los Cuerpos Permanecieran En La Cruz En Sábado, Por Ser Éste Un Día Muy
Solemne. Así Que Le Pidieron A Pilato Ordenar Que Les Quebraran Las Piernas A
Los Crucificados Y Bajaran Sus Cuerpos. Fueron Entonces Los Soldados Y Le
Quebraron Las Piernas Al Primer Hombre Que Había Sido Crucificado Con Jesús, Y
Luego Al Otro. Pero Cuando Se Acercaron A Jesús Y Vieron Que Ya Estaba Muerto,
No Le Quebraron Las Piernas.
EL DOLOR DE CARGAR CON EL PECADO
Más horrible que el dolor del sufrimiento físico que Jesús soportó fue
el dolor psicológico de estar cargando con la culpa de nuestros pecados. En
nuestra experiencia como cristianos sabemos algo de la angustia que sentimos
cuando hemos pecado.
El peso de la culpa es tremendo sobre nuestros corazones, y hay un
sentido amargo de separación de todo lo que es recto en el universo, una
conciencia de algo que en un sentido muy profundo no debiera ser. De hecho,
cuanto más crecemos en santidad como hijos de Dios, tanto más sentimos esta
instintiva repugnancia en contra del mal.
Ahora bien, Jesús era perfectamente santo. Aborrecía el pecado con todo
su ser.
El concepto del mal, del pecado, lo contradecía todo en su carácter.
Mucho más de lo que nosotros lo hacemos, Jesús se rebelaba instintivamente
contra el mal. Con todo, en obediencia al Padre, y por amor a nosotros, Jesús
tomó sobre sí todos los pecados de todos los que un día serían salvos. Cargar
sobre sí todo el mal en contra del cual su alma se rebelaba creaba una
repugnancia profunda en el centro de su ser. Todo lo que aborrecía más
profundamente estaba siendo derramado sobre él.
La Escrituras dicen con frecuencia que Cristo cargó con nuestros
pecados: «El Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53:
6), y «cargó con el pecado de muchos (Is 53: 12). Juan el Bautista señaló a
Jesús como «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» Gn 1:29). Pablo
declara que Dios «lo trató como pecador» (2ª Co 5: 21) y que Cristo se hizo
«maldición por nosotros» (Gá 3: 13).
El autor de Hebreos dice que Cristo «fue ofrecido en sacrificio una sola
vez para quitar los pecados de muchos» (He 9: 28). Y Pedro dice: «él mismo, en
su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados» (1ª P 2:24).
El pasaje de 2 Corintios citado arriba, junto con los versículos de
Isaías, indican que fue Dios el Padre quien cargó nuestros pecados sobre
Cristo. ¿Cómo era posible?
En la misma manera que los pecados de Adán fueron imputados a nosotros o
Dios imputó nuestros pecados a Cristo; es decir, los declaró pertenecientes a
Cristo, y, puesto que Dios es el juez supremo y definidor de lo que de verdad
es en el universo, cuando Dios pensó que nuestros pecados le pertenecían a
Cristo, de verdad le pertenecían a Cristo.
Esto no quiere decir que Dios concluyó que Cristo de veras hubiera
cometido aquellos pecados, ni que Cristo mismo tuviera de verdad una naturaleza
pecadora, sino más bien quiere decir que Dios declaró que la culpa de nuestros
pecados (esto es, la responsabilidad de pagar el castigo) era de Cristo y no de
nosotros.
Algunos han objetado que no era justo que Dios hiciera esto de
transferir la culpa del pecado de nosotros a una persona inocente, a Cristo.
Pero debemos recordar que Cristo tomó voluntariamente sobre sí la culpa de
nuestros pecados, de modo que esta objeción pierde mucha de su fuerza. Además,
Dios mismo (Padre, Hijo y Espíritu Santo) son la norma suprema de lo que es
justo y correcto en e! universo, y él decretó que la expiación tendría lugar de
esta manera, y que eso en realidad satisfacía sus demandas de rectitud y
justicia.
ABANDONO
El dolor físico de la crucifixión y e! dolor de cargar sobre sí e! mal
absoluto de nuestros pecados se agravó por e! hecho de que Jesús enfrentó este
dolor solo. En el huerto de Getsemaní, cuando llevó consigo a Pedro, Juan y
Santiago, les expresó algo de la agonía que sentía: «Es talla angustia que me
invade que me siento morir.
Quédense aquí y vigilen» (Mr 14: 34). Esta es la clase de confidencia
que uno expresa a un amigo íntimo, e implica un ruego de apoyo en horas de gran
prueba.
Sin embargo, tan pronto como arrestaron a Jesús «todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron» (Mt 26: 56).
Aquí también tenemos una cierta analogía de nuestra experiencia, porque
no podemos vivir largo tiempo sin probar el dolor interno de! rechazo, ya sea
el rechazo de un amigo cercano, de un padre o hijo, o de un esposo o esposa.
Con todo, en esos casos hayal menos la sensación de que podíamos haber hecho
algo de manera diferente, de que al menos en cierta parte nosotros somos
culpables.
Esa no era la situación con Jesús
y sus discípulos, porque «habiendo amado a los suyos que estaba en e! mundo,
los amó hasta el fin» Gn 13: 1). Él no había hecho otra cosa que amarlos; pero
ellos lo abandonaron.
Pero mucho peor que la deserción de sus más íntimos amigos humanos fue
el hecho de que Jesús se vio privado de la cercanía con e! Padre que había sido
su más profundo gozo durante toda su vida terrenal. Cuando Jesús exclamó: «EH,
EH, ¿lama sabactani? (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparador'» (Mt 27: 46), él mostró que estaba separado por completo del
dulce compañerismo con su Padre celestial que había sido la fuente constante de
su fortaleza interna y el elemento de su mayor gozo en una vida llena de dolor.
Al cargar Jesús con nuestros pecados en la cruz, se vio abandonado por su Padre
celestial porque «son tan puros tus ojos que no pueden ver el mal» (Hab 1: 13).
Jesús se enfrentó solo al peso de la culpa de millones de pecados.
CARGAR CON LA IRA DE DIOS
Sin embargo, más dificil que estos aspectos previos del dolor de Jesús
fue e! dolor de cargar sobre sí la ira de Dios. Al llevar Jesús solo la culpa
de nuestros pecados, Dios el Padre, e! Creador todopoderoso, e! Señor del
universo, derramó sobre Jesús la furia de su ira: Jesús se convirtió en e!
objeto del intenso odio por el pecado y de la venganza en contra del pecado que
Dios había acumulado pacientemente desde el comienzo del mundo.
Romanos 3:25 nos dice que Dios ofreció a Cristo como «propiciación»
(sacrificio expiatorio), palabra que significa «sacrificio que carga con la ira
de Dios hasta el final y que al hacerse cambia en favor la ira de Dios contra
nosotros ». Pablo nos dice que «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación
que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia.
Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados;
pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su
justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, e! que justifica a los que
tienen fe en Jesús» (Ro 3: 25-26). Dios no solo había perdonado el pecado y
olvidado el castigo en generaciones pasadas. Había perdonado los pecados y
había acumulado ira en contra de esos pecados. Pero en la cruz la furia de toda
esa ira acumulada en contra del pecado se desató contra el propio Hijo de Dios.
Muchos teólogos fuera del mundo evangélico han objetado fuertemente la
idea de que Jesús sufrió la ira de Dios en contra del pecado. Su suposición
básica es que puesto que Dios es un Dios de amor, sería inconsecuente con su
carácter descargar su ira contra seres humanos que él ha creado y de quienes es
un Padre amoroso.
Pero los eruditos evangélicos han argumentado convincentemente que la
idea de la ira de Dios está bien enraizada en el Antiguo y Nuevo Testamentos:
«Todo el argumento de la parte primera de Romanos tiene que ver con los
hombres, gentiles y judíos, que son pecadores, y que han caído bajo la ira y la
condenación de Dios».
Otros tres pasajes clave en el Nuevo Testamento se refieren a la muerte de
Jesús como una «propiciación»: Hebreos 2: 17; 1ª Juan 2: 2 y 4: 1O. Los
términos griegos (el verbo hilaskomai, «hacer una propiciación» y el nombre
hilasmos, «un sacrificio de propiciación») que se usa en estos pasajes denotan
«un sacrificio que aleja la ira de Dios, y de esa forma hace que Dios sea
propicio (o favorable) hacia nosotros».
Este es el significado coherente de estas palabras fuera de la Biblia
donde fueron bien entendidas en referencia a las religiones paganas griegas.
Estos versículos sencillamente significan que Jesús cargó con la ira de Dios
contra el pecado.
Es importante insistir en este hecho, porque es céntrico en la doctrina
de la expiación.
Quiere decir que hay un requerimiento eterno e inalterable de la
santidad y justicia de Dios de que hay que pagar por el pecado. Además, antes
de que la expiación pudiera tener efecto sobre nuestra conciencia subjetiva,
primero tenía que afectar a Dios y sus relaciones con los pecadores que
planeaba redimir. Aparte de esta verdad central, la muerte de Cristo no puede
entenderse adecuadamente (vea más adelante el estudio de otras perspectivas
sobre la expiación).
Aunque debemos ser cautelosos al sugerir analogías de las experiencias
por la que Cristo pasó (porque su experiencia fue y siempre será sin precedente
o comparación), sin embargo, toda nuestra comprensión del sufrimiento de Jesús
viene en algún sentido por vía de experiencias análogas en la vida, porque esa
es la forma en que Dios nos enseña en las Escrituras.
Una vez más nuestra experiencia humana nos provee de cierta débil
analogía que nos ayuda a entender lo que significa cargar con la ira de Dios.
Quizá como niños nos hemos enfrentado a la ira de un padre humano cuando hemos
hecho algo malo, o quizá como adultos hemos conocido el enojo de un jefe por un
error que hemos cometido. Por dentro nos sentimos aplastados, perturbados por
la fuerza de la otra personalidad, llenos de insatisfacción en lo más profundo
de nuestro ser, y temblamos.
Nos cuesta imaginamos la desintegración personal que nos amenazaría si
esa tormenta de ira no viniera de un ser humano finito sino del Dios
todopoderoso. Si incluso la sola presencia de Dios, cuando no manifiesta ira,
causa temor en las personas (He 12: 21, 28-29), cuán terrible debe ser
enfrentarse a la ira de Dios (He 10: 31).
Con esto en mente, estamos ahora en mejor posición de entender el clamor
de desolación de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt
27: 46).
La pregunta no significa: «¿Por qué me has dejado para siempre?» porque
Jesús sabía que iba a dejar el mundo y regresar al Padre Gn 14: 28; 16: 10,
17). Sabía que resucitaría Gn 2:19; Lc 18:33; Mr 9:31; et al.). «Por el gozo
que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella
significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (He 12:
2).Jesús sabía que todavía podía invocar a Dios y llamarle «mi Dios». Este
grito de desolación no es un grito de desesperación total.
Además, «¿por qué me has desamparado?» no implica que Jesús se esté
preguntando por qué estaba muriendo. Él había dicho: «Ni aun el Hijo del Hombre
vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por
muchos» (Mr 10: 45).
Jesús sabía que estaba muriendo por nuestros pecados. El clamor de Jesús
es una cita del Salmo 22: 1, salmo en el cual el salmista pregunta por qué Dios
no acude en su ayuda, por qué Dios se demora en rescatarle: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Lejos Estás Para Salvarme, Lejos De Mis Palabras De Lamento. Dios Mío,
Clamo De Día Y No Me Respondes; Clamo De Noche Y No Hallo Reposo. (Sal 22: 1-2)
No obstante, Dios al final rescató al salmista, y su clamor de
desolación cambió a un himno de alabanza (vv. 22-31), Jesús, que conocía las
palabras de las Escrituras como propias, conocía bien el contexto del Salmo 22.
Al citar este salmo, está citando un clamor de desolación que tiene también
implícito en su contexto una fe inquebrantable en Dios de que al final le
liberará. Sin embargo, permanece como un auténtico clamor de angustia porque el
sufrimiento se estaba extendiendo mucho y no parecía estar cercana la
liberación.
En este contexto de la cita entendemos mucho mejor la pregunta «¿Por qué
me has desamparado?» como queriendo decir «¿Por qué me has dejado por tanto
tiempo?». Este es el sentido que tiene en el Salmo 22. Jesús, en su naturaleza
humana, sabía que tenía que cargar con nuestros pecados, sufrir y morir. Pero,
en su conocimiento humano, probablemente no sabía cuánto tiempo llevaría este
sufrimiento.
Con todo, llevar sobre sí la culpa de millones de pecados, aunque fuera
solo por un momento, causaría gran angustia en el alma. Enfrentarse a la
profunda y terrible ira de un Dios infinito, aun por un instante, causaría el
más profundo temor. Pero el sufrimiento de Jesús no terminaría en un minuto, ni
dos, ni diez. ¿Cuándo terminaría?
¿Podía haber aun más peso del pecado, más ira de Dios? Las horas fueron
pasando, el peso oscuro del pecado y la profunda ira de Dios cayeron sobre
Jesús en oleadas sobre oleadas. Jesús al final grito: «¿Por qué me has
desamparado?» ¿Por qué tiene que durar tanto este sufrimiento? Dios mío, Dios
mío, ¿no puedes hacer que esto acabe ya?
Entonces al fin Jesús supo que su sufrimiento estaba a punto de
completarse.
Sabía que había cargado conscientemente con toda la ira del Padre en
contra de nuestros pecados, porque el enojo de Dios se había aplacado y aquel
terrible peso del pecado se había aliviado. Sabía que todo 10 que faltaba era
entregar su espíritu en las manos del Padre y morir.
Con un grito de victoria, exclamó: «Todo se ha cumplido» (Jn 19: 30).
Entonces exclamó con fuerza: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc
23: 46). Y entonces entregó voluntariamente la vida que nadie podía arrebatarle
(Jn 10: 17-18), y murió. Como Isaías había predicho, «derramó su vida hasta la
muerte, y fue contado entre los transgresores» (Is 53: 12). Dios el Padre vio
el «fruto de la aflicción de su alma» y quedó satisfecho (Is 53: 11, RVR 1960).
(5)
A.
El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el sacrificio de sí mismo: Ro. 5:19; Ef. 5:2.
B.
Que ofreció a Dios una sola vez a través del Espíritu eterno: He 9:14, 16; 10:10, 14.
C.
Ha satisfecho plenamente la justicia de Dios: Ro. 3:25, 26; He 2:17; 1 Jun. 2:2; 4:10.
C.
Ha conseguido la reconciliación: 2 Co. 5:18, 19; Col. 1:20-23.
D.
y ha comprado una herencia eterna en el reino de los cielos:
He 9:15; Ap. 5:9, 10.
E.
para todos aquellos que el Padre le ha dado: Jun. 17:2.
(6)
A.
Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta
después de su encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y los beneficios
de la misma fueron comunicados a los escogidos en todas las épocas desde el
principio del mundo: Gá. 4:4, 5; Ro. 4:1-9.
B.
En las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los
mismos, en los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la
cabeza de la serpiente: Gn. 3:15; 1 P.
1:10, 11.
C.
Y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo: Ap. 13:8.
D.
Siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos: He 13:8.
EL CASTIGO LO IMPUSO DIOS EL PADRE
Si preguntamos, «¿Quién demandó que Cristo pagara el castigo de nuestros
pecados?» la respuesta que las Escrituras nos dan es que el castigo fue
impuesto por Dios el Padre al representar él los intereses de la Trinidad en la
redención. Era la justicia de Dios la que exigía que se pagara por el pecado,
y, entre los miembros de la Trinidad, era la función del Padre requerir ese
pago.
Dios el Hijo voluntariamente tomó sobre sí la tarea de cargar con el
castigo del pecado. Al referirse a Dios el Padre, Pablo dice: «Al que no
cometió pecado alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador, para
que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2ª Co 5:21). Isaías dice: «El
Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53: 6).
Continúa describiendo los sufrimientos de Cristo: «El Señor quiso
quebrantarlo y hacerlo sufrir, y cómo él ofreció su vida en expiación» (Is 53:
10).
Aquí vemos algo del asombroso amor de Dios el Padre y de Dios el Hijo en
la redención. Jesús no solo sabía que sufriría el dolor increíble de la cruz,
sino que Dios sabía que tendría que imponer ese dolor sobre su propio y amado
Hijo. «Dios muestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8).
NO SUFRIMIENTO ETERNO SINO PAGO COMPLETO
Si tuviéramos que pagar el castigo de nuestros pecados, tendríamos que
sufrir en una eterna separación de Dios. Sin embargo, Jesús no sufrió
eternamente. Hay dos razones para esta diferencia:
(A) Si
sufriéramos por nuestros pecados, nunca podríamos alcanzar una situación
correcta con Dios. No habría esperanza porque no habría forma de vivir de nuevo
y obtener perfecta justicia ante Dios, y tampoco habría manera de corregir
nuestra naturaleza pecaminosa y hacerla recta delante de Dios. Además,
continuaríamos existiendo como pecadores que no sufrirían con corazones puros
de justicia delante de Dios, sino que sufriríamos con resentimiento y amargura
en contra de Dios, y de esa manera agravando nuestro pecado.
(B) Jesús
pudo cargar con la ira de Dios en contra de nuestro pecado y hacerlo hasta el
final. Ningún ser humano hubiera podido hacer esto jamás, pero en virtud de la
unión de las naturalezas divina y humana en sí mismo, Jesús pudo sufrir la ira
de Dios en contra del pecado y hacerlo hasta su fin. Isaías predijo: «Verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is 53: 11, RVR 1960).
Cuando Jesús supo que había pagado todo el castigo de nuestros pecados, dijo:
«Todo se ha cumplido» Jn 19: 30).
Si Cristo no hubiera pagado todo el castigo, todavía habría condenación
para nosotros. Pero puesto que ha pagado completamente el castigo que
merecíamos, las Escrituras dicen que ya «no hay ninguna condenación para los
que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
Nos ayudará en este momento el damos cuenta de que nada en el carácter
eterno de Dios y nada en las leyes que Dios ha dado a la humanidad requería que
hubiera que sufrir eternamente el castigo de los pecados del hombre. De hecho,
si hubiera sufrimiento eterno, el castigo no estaría pagado por completo, y el
que hace el mal continuaría siendo un pecador por naturaleza.
Pero cuando los sufrimientos de Cristo al fin llegaron a su final en la
cruz, demostró que había llevado sobre sí la plena medida de la ira de Dios en
contra del pecado y que no quedaba más castigo que hubiera que pagar. También
mostraba que él mismo era justo delante de Dios.
En este sentido el hecho de que Cristo sufriera por un tiempo limitado
en vez de eternamente muestra que su sufrimiento fue un pago suficiente por el
pecado. El autor de Hebreos repite el tema una y otra vez para recalcar que la
obra redentora de Cristo estaba por completo terminada:
Ni entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo
sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo
habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al
contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para
siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo.
Y Así Como Está Establecido Que Los Seres Humanos Mueran Una Sola Vez, Y
Después Venga El Juicio, También Cristo Fue Ofrecido En Sacrificio Una Sola Vez
Para Quitar Los Pecados De Muchos; Y Aparecerá Por Segunda Vez, Ya No Para
Cargar Con Pecado Alguno, Sino Para Traer Salvación A Quienes Lo Esperan. (He
9: 25-28)
Este énfasis del Nuevo Testamento en el carácter final y completo de la
muerte sacrificial de Cristo contrasta con la enseñanza de la Iglesia Católica
Romana de que en la misa hay una repetición del sacrificio de Cristo. A causa
de esta enseñanza oficial de la Iglesia Católica Romana, muchos protestantes
desde el tiempo de la Reforma, y todavía hoy, están convencidos de que no
pueden participar en buena conciencia en la misa de la Iglesia Católica Romana,
porque eso podría verse como una aprobación de la idea católica de que el
sacrificio de Cristo se repite cada vez que se celebra la misa.
El propósito del sacrificio es e! mismo en el sacrificio de la Misa como
en e! sacrificio de la cruz; en primer lugar la glorificación de Dios, y en
segundo lugar la expiación, la acción de gracias y la apelación.
El énfasis del Nuevo Testamento en el carácter final y completo del
sacrificio y de la muerte de Cristo tiene muchas implicaciones prácticas,
porque nos asegura que no hay más castigo por el pecado que haya quedado por
pagar. El castigo fue pagado completamente por Cristo, y nosotros no debiéramos
vivir en ningún temor de condenación o castigo.
EL SIGNIFICADO DE LA SANGRE DE CRISTO
El Nuevo Testamento relaciona con frecuencia la sangre de Cristo con
nuestra redención. Por ejemplo, Pedro dice: «Como bien saben, ustedes fueron
rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su
rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la
preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto» (1ª P
1: 18-19).
La sangre de Cristo es la clara evidencia externa de que derramó su
sangre cuando murió en sacrificio para pagar nuestra redención: «la sangre de
Cristo» significa su muerte en sus aspectos salvadores. Aunque nosotros podemos
pensar que la sangre de Cristo (como evidencia de que dio su vida) tendría
referencia exclusiva a la eliminación de nuestra culpa judicial ante Dios
porque esa es su referencia primaria-los autores del Nuevo Testamento también
le atribuyen otros varios efectos.
Nuestras conciencias son purificadas mediante la sangre de Cristo (He 9:
14), tenemos acceso libre a Dios en adoración y oración (He 10: 19), somos
purificados progresivamente del pecado que queda (1ª Jn 1: 7; Ap 1: 5b),
podemos conquistar al acusador de los hermanos (Ap 12: 10-11), y somos
rescatados de una manera pecaminosa de vivir (1ª P 1: 18-19).
Las Escrituras hablan tanto acerca de la sangre de Cristo porque su
derramamiento fue una clara evidencia de que su vida fue entregada en una
ejecución judicial (es decir, fue condenado a muerte y murió pagando el castigo
impuesto tanto por un juez humano como por Dios mismo en el cielo).
El énfasis de las Escrituras en la sangre de Cristo lo vemos también en
la relación clara entre la muerte de Cristo y los muchos sacrificios en el
Antiguo Testamento que involucran el derramamiento de la sangre viva del animal
sacrificado. Todos estos sacrificios señalaban hacia el futuro y prefiguraban
la muerte de Cristo.
LA MUERTE DE CRISTO COMO «SUSTITUCIÓN PENAL»
La perspectiva de la muerte de Cristo que presentamos aquí ha sido con
frecuencia llamada teoría de la «sustitución penal». La muerte de Cristo fue
«penal» en que él cargó con un castigo cuando murió. Su muerte fue también una
«sustitución » en el sentido de que él tomó nuestro lugar cuando murió.
Esta ha sido la comprensión ortodoxa de la expiación sostenida por los
teólogos evangélicos, en contraste con otras perspectivas que intentan explicar
la expiación aparte de la idea de la ira de Dios o pago por el castigo del
pecado (vea más adelante).
Esta perspectiva de la expiación es a veces llamada la teoría de la
expiación vicaria.
Un «vicario» es alguien que representa a otro o que está en lugar de
otro. La muerte de Cristo fue, por tanto, «vicaria» porque él ocupó nuestro
lugar y nos representó. Como nuestro representante, sufrió el castigo que
nosotros merecíamos.
LOS TÉRMINOS
DEL NUEVO TESTAMENTO DESCRIBEN ASPECTOS DIFERENTES DE LA EXPIACIÓN:
La obra expiatoria de Cristo es un acontecimiento complejo que tiene
varios efectos sobre nosotros. Se puede ver, por tanto, desde varios aspectos
diferentes.
El Nuevo Testamento usa diferentes palabras para describirlos; nosotros
examinaremos cuatro de los términos más importantes.
Estos cuatro términos muestran cómo la muerte de Cristo satisfizo las
cuatro necesidades que nosotros tenemos como pecadores:
1. Nosotros merecemos morir como castigo
por el pecado.
2. Nosotros merecemos sufrir la ira de
Dios en contra del pecado.
3. Estamos separados de Dios por causa de
nuestros pecados.
4. Estamos esclavizados al pecado y al
reino de Satanás.
Estas cuatro necesidades quedan satisfechas mediante la muerte de Cristo
de la siguiente manera:
(1) SACRIFICIO
Cristo murió en sacrificio por nosotros para pagar la pena de muerte que
nosotros merecíamos por nuestros pecados. «Al final de los tiempos, se ha
presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante
el sacrificio de sí mismo» (He 9: 26).
(2) PROPICIACIÓN
Para alejamos de la ira de Dios que merecíamos, Cristo murió en
propiciación por nuestros pecados. «En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que
fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1ª Jn 4:
10).
(3) RECONCILIACIÓN
Para vencer nuestra separación de Dios, necesitábamos a alguien que nos
proveyera de reconciliación y de ese modo llevamos de vuelta a la comunión con
Dios. Pablo dice que «En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo
mismo, no tomándole en cuenta sus pecados» (2ª Co 5: 18-19).
(4) REDENCIÓN
Debido a que como pecadores estamos esclavizados al pecado y a Satanás,
necesitamos a alguien que nos provea de redención y de ese modo nos «redima» de
esa esclavitud. Cuando hablamos de redención, la idea de «rescate» viene a la
mente.
Un rescate es el precio que se paga para redimir a alguien de la
esclavitud o cautividad. Jesús dijo de sí mismo: «El Hijo del hombre [no] vino
para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos»
(Mr 10: 45). Si preguntamos a quién se le pagó el rescate, nos damos cuenta que
la analogía humana del pago del rescate no encaja muy bien con la expiación de
Cristo en cada detalle.
Aunque nosotros estábamos sometidos a esclavitud del pecado y de
Satanás, no se pagó ningún «rescate» ni al «pecado» ni a Satanás, porque ellos
no tenían poder para demandar ese pago, ni tampoco Satanás, cuya santidad quedó
manchada por el pecado y tenía que pagar un castigo por ello. Como vimos antes,
el castigo del pecado lo pagó Cristo y lo recibió y aceptó Dios el Padre.
Pero titubeamos al hablar de pagar un «rescate» a Dios el Padre, porque
no era él el que nos tenía esclavizados, sino Satanás y nuestros propios
pecados. Por tanto, en este sentido la idea de un pago de rescate no la podemos
usar en cada detalle. Es suficiente que notemos que se pagó un precio (la
muerte de Cristo) y que el resultado fue que nosotros fuimos «redimidos» de la
esclavitud.
Fuimos redimidos de la esclavitud a Satanás porque «el mundo entero está
bajo el control del maligno» (1ª Jn 5: 19), y cuando Cristo vino murió para
«librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud
durante toda la vida» (He 2: 15). De hecho, Dios el Padre «nos libró del
dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo» (Col 1:13).
En cuanto a la liberación de la esclavitud del pecado, Pablo dice:
«También ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús. Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo
la ley sino bajo la gracia» (Ro 6:11, 14). Hemos sido liberados de la esclavitud
de la culpa del pecado y de la esclavitud de su poder dominante en nuestra
vida.
(7)
A.
Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a ambas naturalezas, haciendo
por medio de cada naturaleza lo que es propio de ella; aunque, por razón de la
unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza algunas veces se le
atribuye en las Escrituras a la persona denominada por la otra naturaleza: Jun. 3:13; Hch. 20:28.
(8)
A.
A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido redención eterna, cierta y
eficazmente les aplica y comunica la misma: Jn.6:37,39; 10:15,16; 17:9.
B.
Haciendo intercesión por ellos: 1 Jun.
2:1,2; Ro. 8:34.
C.
Uniéndoles a sí mismo por su Espíritu: Ro.
8:1,2.
D.
Revelándoles en la Palabra y por medio de ella el misterio de la salvación: Jun. 15:13,15; 17:6; Ef. 1:7-9.
E.
Persuadiéndoles a creer y obedecer: 1
Jun. 5:20.
F.
Gobernando sus corazones por su Palabra y Espíritu: Jun. 14:16; He 12:2; Ro. 8:9,14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18,19; Jun. 17:17.
G.
Y venciendo a todos sus enemigos por su omnipotente poder y sabiduría: Sal 110:1; 1 Co. 15:25,26; Col. 2:15.
H.
De manera y en formas que más coincidan con su maravillosa e
inescrutable dispensación: Ef. 1:9-11.
I.
Y todo por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna condición en ellos
para granjearla: 1 Jun. 3:8; Ef. 1:8.
(9)
A.
Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio sólo de Cristo, quien
es el Profeta, Sacerdote y Rey de la iglesia de Dios; y no puede, ni parcial ni
totalmente, ser transferido de él a ningún otro: 1 Ti. 2:5.
(10)
A.
Esta cantidad y orden de oficios son necesarios; pues, por nuestra ignorancia,
tenemos necesidad de su oficio profético: Jun.
1:18.
B.
Y por nuestra separación de Dios y la imperfección del mejor de nuestros
servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para reconciliarnos con Dios y presentarnos
aceptos para con él: Col. 1:21; Gá.
5:17; He 10:19-21.
C.
Y por nuestra falta de disposición y total incapacidad para volver a Dios y
para rescatarnos a nosotros mismos y protegernos de nuestros adversarios
espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos,
atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial: Jun. 16:8; Sal 110:3; Lc. 1:74,75.
LOS ESTADOS DE CRISTO
A menudo usamos las palabras «estado» y «condición» de manera
indistinta. Al hablar de los estados de Cristo, usamos la palabra «estado» en
un sentido más preciso, denotando la relación en que se mantuvo y aun mantiene
con respecto a la ley. En los días de su humillación, Cristo fue siervo bajo la
ley; en su exaltación es Señor por encima de la ley. Es pues natural que estos
dos estados llevaran consigo condiciones de vida diferentes, y que estudiaremos
en las diferentes fases de estos estados.
EL ESTADO DE HUMILLACIÓN
En él, Cristo se despojó de la majestad divina que era suya como
Soberano del universo y asumió una naturaleza humana tomando la forma de un
siervo. El Legislador supremo se sujetó a los requerimientos y maldición de la
ley. Mateo 3:15; Gálatas 3:13; 4:4; Filipenses 2:6-8. Este estado de
humillación se nos presenta bajo varias fases:
LA ENCARNACIÓN Y NACIMIENTO DE CRISTO
En la encarnación el Hijo de Dios se hizo carne y asumió una
naturaleza humana, Juan 1:14; 1 Juan 4:2. Se hizo un miembro real de la raza humana
al nacer de la Virgen María. Si como los Anabaptistas afirmaron, Cristo hubiera
traído consigo desde el cielo una naturaleza humana, ello no le habría hecho
miembro de la raza humana. La Biblia enseña el nacimiento virginal en varios
pasajes, Isaías 7: 14; Mateo 1:20 y Lucas 1:34-35. Este nacimiento maravilloso
fue debido a la influencia sobrenatural del Espíritu Santo, quien al mismo
tiempo preservó la naturaleza humana de Cristo de la contaminación del pecado
ya desde su misma concepción, Lucas 1:35.
LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO
Con frecuencia hablamos de los sufrimientos de Cristo como
limitados a su agonía final, pero esto es falso. Su vida entera fue una vida de
sufrimiento. Fue la vida de un siervo para aquel que era Señor de señores, y
una vida en medio de pecado para aquel que no conoció en sí mismo el pecado.
Satán lo tentó, los suyos le aborrecieron y sus enemigos lo persiguieron. Los
sufrimientos de su alma fueron aún más intensos que los de su cuerpo. Fue
tentado por el diablo, oprimido por un mundo de iniquidad que lo rodeaba, y
afligido por el peso del pecado que reposaba sobre El, fue «varón de dolores,
experimentado en quebranto». Isaías 53:3.
LA MUERTE DE CRISTO
Cuando hablamos de la muerte de Cristo nos referimos a su muerte
física. Cristo no murió como consecuencia de un accidente, no bajo la mano de
un asesino, sino bajo una sentencia judicial y fue contado con los perversos
(Isaías 53:12). Al sufrir la muerte bajo el castigo romano de la crucifixión,
murió de una muerte maldita, llevando sobre sí nuestra maldición, Deuteronomio
21:23; Gálatas 3:13.
LA SEPULTURA DE CRISTO
Parece como si la muerte en la cruz fuera la fase final de sus
sufrimientos. ¿No dijo Jesús «Consumado es»? Estas palabras se refieren a su
sufrimiento activo, pero Cristo continuó aún sufriendo. Su sepultura fue
también parte de su humillación, y de la que como Hijo de Dios tuvo plena
conciencia. El retorno del hombre a la tierra era parte del castigo por causa
del pecado, Génesis 3:19. Que el Salvador tuviera que bajar a la tumba es
también parte de su humillación según el Salmo 16:10; Hechos 2:27, 31; 13:34,
35. Tal humillación nos eliminó el terror de la tumba.
SU DESCENSO AL HADES
Las palabras del Credo Apostólico «descendió a los infiernos (o
hades), han tenido diversas interpretaciones. Los católico-romano dicen que
descendió al Limbus Patrum donde se hallaban los santos del Antiguo Testamento
para darles la libertad; los Luteranos enseñan que entre su muerte y su
resurrección, Cristo bajó a. los infiernos para predicar y celebrar su victoria
sobre los poderes de las tinieblas.
Posiblemente nos encontramos ante una expresión figurada que
denota: 1) que sufrió las agonías del infierno en el jardín y en la cruz, y que
2) Cristo entró en su más profunda agonía y humillación con su muerte, Salmo
16:8-10; Efesios 4:9.
EL ESTADO DE ENSALZAMIENTO
En su estado de ensalzamiento, Cristo pasó de su estado de
sumisión a la ley como obligación del pacto, puesto que había pagado el castigo
de la ley y merecido la justicia y vida eterna para el pecador. Además, fue
coronado de honor y gloria que le correspondían. Hay cuatro fases diferentes en
este ensalzamiento:
LA RESURRECCIÓN
La resurrección de Cristo no consistió en una mera reunión de
cuerpo y alma, sino de un modo especial en que su naturaleza humana, tanto
cuerpo como alma, fueron restablecidos en su belleza y fortaleza original, y
levantados a un nivel muy superior aún. Al contrario de todos los que habían
resucitado antes que El, Cristo se levantó con un cuerpo espiritual, 1
Corintios 15:44-45. Por tal motivo ha sido llamado «las primicias de los que
durmieron», 1 Corintios 15:20, y «el primogénito de los muertos», Colosenses
1:18; Apocalipsis 1:5.
La resurrección de Cristo tiene un triple significado:
1) Fue una declaración por parte del Padre de que Cristo había
cumplido las demandas de la Ley, Filipenses 2:9.
2) Simbolizó la justificación, regeneración y resurrección final de
los creyentes, Romanos 6:4, 5, 9; 1 Corintios 6:14; 15:20-22.
3) Fue la causa de nuestra justificación, regeneración y
resurrección, Romanos 4:25; 5:10; Efesios 1:20; Filipenses 3:10; 1 Pedro 1:3.
LA ASCENSIÓN
La ascensión fue en un sentido el complemento necesario de la
resurrección, pero asimismo tuvo un significado especial. Tenemos una doble
narración de la misma, a saber, Lucas 24:50-53 y Hechos 1:6-11. El apóstol
Pablo la menciona en Efesios 1:20; 4:8-10; 1 Timoteo 3:16 y la epístola a los
Hebreos hace énfasis de su significado en 1:3; 4:14; 6:20; 9:24. Fue una
ascensión visible del Mediador, según la naturaleza humana, yendo de la tierra
al cielo, y de un lugar a otro. Incluyó una nueva glorificación de la
naturaleza humana de Cristo.
Los luteranos la presentan de otro modo. Para ellos fue un cambio
de condición física en la cual la naturaleza humana de Jesús vino a gozar
plenamente de ciertos atributos divinos, y se hizo permanentemente
omnipresente. En la ascensión, Cristo nuestro Sumo sacerdote entró en el lugar
más íntimo del santuario, para presentar al Padre su sacrificio y empezar su
obra intercesora en el trono, Romanos 8:34; Hebreos 4:14; 6:20; 9:24.
Cristo ascendió a los cielos para prepararnos un lugar, Juan
14:1-3. Con El ya estamos sentados en los lugares celestiales y su ascensión
nos asegura que tenemos un lugar reservado en los cielos, Efesios 2:6; Juan
17:24.
SU POSICIÓN A LA DIESTRA DE DIOS
Después de la ascensión, Cristo se sentó a la diestra de Dios,
Efesios 1:20, Hebreos 10:12, 1 Pedro 3:22. La expresión «diestra de Dios» no
puede ser tomada en su sentido literal, sino que es una figura indicando el
lugar que Cristo ocupa en cuanto a su gloria y poder. Durante este período a la
diestra de Dios, Cristo gobierna y protege a su Iglesia, dirige el curso del
universo para el bien de Su Iglesia, e intercede por su pueblo sobre el
fundamento de su sacrificio completado.
SU RETORNO FÍSICO
El ensalzamiento de Cristo alcanza su clímax cuando vuelve para
juzgar a los vivos y a los muertos. Su segunda venida será corporal y visible,
Hechos 1:11; Apocalipsis 1:7. Que Jesucristo volverá como Juez es evidente de
pasajes como estos, Juan 5:22, 27; Hechos 10:42; Romanos 2:16; 2 Corintios 5:
10; 2 Timoteo 4: 1.
No sabemos la hora de su segunda venida. Cristo volverá para
juzgar al mundo y completar la salvación de su pueblo. Esto será la victoria
final de su obra redentora. 1 Corintios 4:5; Filipenses 3:20; Colosenses 3:4; 1
Tesalonicenses 4:13-17; 2 Tesalonicenses 1:7- 10; 2:1-12; Tito 2:13;
Apocalipsis 1:7.
TEXTOS PARA APRENDER DE MEMORIA
EL ESTADO DE HUMILLACIÓN.
1. Gálatas 3:13. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley,
hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito cualquiera que es
colgado en madero).
2. Gá1atas 4:4, 5. Pero venido el cumplimiento del tiempo, Dios
envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la Ley, para que redimiese a
los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de
hijos.
3. Filipenses 2:6-8. El cual, siendo en forma de Dios no tuvo por
usurpación ser igual a Dios; sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma
de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como
hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz.
LA ENCARNACIÓN.
1. Juan 1:14. «Y Aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre los
hombres y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia
y de verdad.
2. Rom. 8:3. «Pues lo que era imposible por la ley, por cuanto yo
era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne pecadora,
y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne».
EL NACIMIENTO VIRGINAL
1. Isaías 7:14. «He aquí, la virgen concebirá y parirá un hijo y
llamarás su nombre Emmanuel».
2. Lucas 1:35. «Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también
lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios».
EL DESCENDIMIENTO AL HADES
1. Salmo 16:10. «Porque no dejarás mi alma en el Sheol (Hades en
Hechos 2:27); ni permitirás que tu Santo vea corrupción».
2. Efesios 4:9. “Y que subió, ¿que es sino que también había
descendido primero a las partes más bajas de la tierra?”
LA RESURRECCIÓN
1. Rom. 4:25. «El cual fue entregado por nuestros delitos y
resucitado para nuestra justificación».
2. 1ª Corintios 15.20. «Pero ahora Cristo ha resucitado de los
muertos; primicias de los que durmieron es hecho».
LA ASCENSIÓN
1. Lucas 24:51. «Y aconteció que bendiciéndolos se fue de ellos; y
era llevado arriba al Cielo.
2. Hechos 1:11. «Los cuales también les dijeron: Va rones galileos
¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros
arriba en el cielo así vendrá, como le habéis visto ir al cielo».
SU POSICIÓN
1. Efesios 1:20. «La cual obró en Cristo resucitándole de los muertos
y colocándole a su diestra en el Cielo».
2. Hebreos 10:12. «Empero éste, habiendo ofrecido por los pecados un
solo sacrificio para siempre, está sentando a la diestra de Dios».
SU SEGUNDA VENIDA
1. Hechos 1:11. (Véase el texto citado arriba.)
2. Apoc. 1:7. «He aquí que viene en las nubes, y todo ojo lo verá, y
los que le traspasaron; y todas las tribus de la tierra lamentarán sobre El».
PARA ESTUDIO BÍBLlCO ADICIONAL
1. ¿Qué nos dice el Antiguo Testamento acerca de la humillación de
Cristo en los pasajes siguientes? Salmo 22: 6-20; 69:7-9; 20:21; Isaías 52:14,
15; 53:1-10; Zac. 11:12-13.
2. ¿Cuál es el valor especial de las tentaciones de Cristo en lo que
a nosotros se refiere? Hebreos 2:18; 4:15; 5:7-9.
3. ¿Cómo prueban los siguientes pasajes que el Cielo es un lugar más
bien que una condición? Deut. 30:12; Josué 2:11; Salmo 139:8; Ec1es. 5:2;
Isaías 66:1; Rom. 10:6, 7
LOS MINISTERIOS DE CRISTO
La Biblia nos dice que Cristo tiene un triple ministerio y nos
habla de El como Profeta, Sacerdote y Rey.
EL MINISTERIO PROFÉTICO
El Antiguo Testamento predijo que Cristo vendría como profeta,
Deuteronomio 18:15 (véase Hechos 3:23). Jesús mismo habla de sí como profeta en
Lucas 18:33, y alega que trae un mensaje del Padre, Juan 8:26-28; 12:49-50;
14:10, 24, predice el futuro, Mateo 24:3-35; Lucas 19: 41-44, y habla con
autoridad singular, Mateo 7:29.
No es pues de extrañar que el pueblo le reconociera como profeta,
Mateo 21:11, 46; Lucas 7:16; 24:19, Juan 6: 14; 9:40; 9:17. Un profeta es
aquella persona que recibe revelaciones divinas en sueños, visiones y mensajes
verbales y que las transmite al pueblo de palabra o bien mediante acciones
proféticas visibles, Éxodo 7:11; Deuteronomio 18:18; Números 12:6-8; Isaías 6;
Jeremías 1:4-10; Ezequiel 3:1-4, 17.
Su obra pertenece al pasado, al presente y al futuro. Una de sus
tareas más importantes fue la de interpretar al pueblo los aspectos morales y
espirituales de la ley. Cristo fue profeta ya en el Antiguo Testamento, 1 Pedro
1:11; 3:18-20. Asimismo fue profeta cuando estuvo en la tierra, y continuó tal
obra, por la operación del Espíritu Santo sobre los apóstoles, después de la
ascensión, Juan 14: 26; 16:12-14; Hechos 1:1. Aún ahora su ministerio profético
continúa a través de la predicación de la Palabra y de la iluminación
espiritual impartida a los creyentes. Esta es la única función que la teoría
modernista reconoce en Cristo.
SU MINISTERIO SACERDOTAL
El Antiguo Testamento también predijo que el Redentor que vendría
sería sacerdote, Salmo 110:4; Zacarías 6:13; Isaías 53. En el Nuevo Testamento
hay solamente un libro en el cual Cristo es llamado sacerdote, la carta a los
Hebreos, pero allí encontramos este nombre repetidas veces, 3:1; 4:14; 5:5;
6:20; 8:1. Sin embargo, hay otros libros que hacen referencia a su obra
sacerdotal, Marcos 10:45; Juan 1:29; Romanos 3:24-25; 1 Corintios 5: 7; 1 Juan
2:2; 1 Pedro 2:24; 3:18. Mientras que un profeta representa a Dios delante del
pueblo, el sacerdote representaba al pueblo delante de Dios.
Ambos eran asimismo maestros, pero mientras el primero enseñaba la
ley moral, el otro impartía al pueblo la ley ceremonial. Además, los sacerdotes
tenían el privilegio especial de acercarse a Dios, y de hablar y actuar en
lugar del pueblo, Hebreos 5:1, nos enseña que el sacerdote era escogido de
entre los seres humanos para ser su representante, que era escogido por Dios y
actuaba ante El para el beneficio de los hombres, y ofrecía dones y sacrificios
por los pecados. Al mismo tiempo intercedía por el pueblo.
La obra sacerdotal de Cristo fue de un modo especial, ofrecer un
sacrificio por el pecado. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran tipos que
señalaban el camino hacia el gran sacrificio de Cristo, Hebreos 9:23-24; 10:1;
13:11, 12. De aquí que Cristo es llamado «el Cordero de Dios», Juan 1:29 y
<<nuestra pascua», 1 Corintios 5:7. El Nuevo Testamento nos habla
claramente de la obra sacerdotal de Cristo en muchos pasajes: Marcos 10:45;
Juan 1:29; Romanos 3:24-25; 5: 6-8; 1 Corintios 5:7; 15:3; Gálatas 1:4; Efesios
5:2; 1 Pedro 2:24; 3:18; 1 Juan 2:2; 4:10 Apocalipsis 5: 12. Las referencias
son aún más frecuentes en la carta a los Hebreos 5:1-10; 7:1-28; 9:11-15,
24-28; 10:11-14, 19-22; 12:24; 13:12.
Además de ofrecer el gran sacrificio por los pecados, Cristo como
sacerdote, intercede también por Su pueblo. Se le llama nuestro paracleto por
deducción de Juan 14:16 y explícitamente en 1 Juan 2:2. Esta palabra significa
«uno que es llamado para ayudar, un abogado, uno que defiende la causa de
otro». En el Nuevo Testamento, Cristo es llamado nuestro intercesor en Romanos
8:34; Hebreos 7:25; 9:24; 1 Juan 2:1.
Su obra intercesora está basada en su sacrificio, y no se halla
limitada, como algunos han pensado, a intercesión en la oración. Cristo
presenta su sacrificio a Dios, y sobre tal base pide bendiciones espirituales
para su pueblo, los defiende de las acusaciones de Satán, la ley y la
conciencia, obtiene el perdón para todas aquellas acusaciones que son justas, y
santifica su adoración y servicio por mediación del Espíritu Santo. Su obra
intercesora es limitada en su carácter, ya que se refiere sólo a los elegidos
de Dios, pero incluye a todos los elegidos, tanto si ya son creyentes como si
se hallan aún en el estado de incredulidad, Juan 17 :9, 20.
EL MINISTERIO REAL
Como Hijo de Dios, Jesucristo goza por naturaleza del dominio
universal de Dios. En distinción a este dominio universal, hablamos ahora de la
majestad que le fue conferida en su ministerio de Mediador. Esta majestad es de
dos clases: Su dominio espiritual sobre la Iglesia, y su dominio del universo.
SU MAJESTAD ESPIRITUAL
La Biblia nos habla de ella en muchos lugares, Salmo 2:6; 132:11;
Isaías 9: 6-7; Miqueas 5:2; Zacarías 6:13; Lucas 1:33; 19:38; Juan 18:36-37;
Hechos 2:30-36. La majestad de Cristo en su soberanía real sobre su pueblo. La
llamamos espiritual porque tiene que ver con un reino espiritual establecido en
los corazones y vidas de los creyentes, tiene fines espirituales que persigue,
es decir la salvación de los pecadores; y su administración es también
espiritual a través de la Palabra Santa y el Espíritu Santo.
Su ejercicio abarca la reunión, gobierno, protección y
perfeccionamiento de la Iglesia. Tanto este gobierno como los límites del mismo
reciben en el Nuevo Testamento los nombres de «reino de Dios» y «reino de los
cielos». En su sentido estricto, sólo los creyentes, miembros de la Iglesia
invisible, son ciudadanos de este reino.
Pero el término «reino de Dios» se usa a veces en un sentido más
amplio, incluyendo a todos aquellos que viven donde el Evangelio es proclamado,
aun aquellos que ocupan un lugar en la Iglesia visible, Mateo 13:24¬30, 47-50.
El reino de Dios, por una parte, es una realidad espiritual y presente en los
corazones y vidas de los hombres, Mateo 12:28; Lucas 17:21; Colosenses 1: 18,
pero por la otra es también una esperanza futura, que no tendrá lugar hasta la
segunda venida de Cristo, Mateo 7:21; Lucas 22:29; 1 Corintios 15:20; 2 Timoteo
4: 18; 2 Pedro 1: 11. Este reino futuro será en su esencia el mismo reino que
el presente, es decir, el gobierno de Dios establecido y reconocido en los
corazones de los hombres.
Pero será asimismo diferente, ya que será un reino visible y
perfecto. Hay quienes opinan que el reino de Cristo cesará en Su segunda
venida, pero la Biblia nos dice muy claramente que el reino de Cristo es
eterno, Salmo 45:6; 72:17; 89:36-37; Daniel 2.44; 2 Samuel 7:13, 16; Lucas
1:33; 2 Pedro 1:11.
SU DOMINIO UNIVERSAL
Después de Su resurrección Cristo dijo a sus discípulos «Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra», Mateo 28:18. Esta misma verdad
es repetida en 1 Corintios 15:27 Efesios 1: 20-22. Esta potestad no debería ser
confundida con la majestad original de Cristo como Hijo de Dios, aun cuando
tiene que ver con el mismo dominio. Esta potestad dada a Cristo tiene que ver
con aquella majestad concedida a Cristo en su capacidad de Mediador de la
Iglesia.
Es como Mediador que Cristo ahora, guía el destino de los
individuos y las naciones, controla la vida del mundo entero y la hace sujeta a
sus propósitos redentores. Asimismo protege a la Iglesia de los peligros a que
se halla expuesta en el mundo. Esta majestad de Cristo continuará hasta que
Cristo haya obtenido la victoria completa sobre todos los enemigos del reino de
Dios. Cuando tal obra haya sido llevada a cabo, Cristo devolverá esta majestad
al Padre, 1 Corintios 15:24-28.
TEXTOS PARA APRENDER DE MEMORIA
CRISTO EN SU MINISTERIO DE PROFETA
1. Deuteronomio 18: 18. «Profeta les suscitaré de en medio de sus
hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará de todo
lo que yo le mandaré».
2. Lucas 7:16. «Y todos tuvieron miedo, y glorificaron a Dios,
diciendo: Que un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y que Dios ha
visitado a su pueblo».
CRISTO EN SU MINISTERIO COMO SACERDOTE
1. Salmo 110:4. «Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote
para siempre según el orden de Melquisedec».
2. Hebreos 3:1. «Por tanto, hermanos santos, participantes de la
vocación celestial, considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión,
Cristo Jesús».
3. Hebreos 4:14. «Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró
los cielos, Jesús el hijo de Dios, retengamos nuestra profesión».
SUS CARACTERÍSTICAS COMO SACERDOTE / SU SACRIFICIO
1. Hebreos 5:1, 5. «Porque todo pontífice, tomado de entre los
hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios toca, para que
ofrezca presentes y sacrificios por los pecados ... Así también Cristo no se
glorificó a sí mismo haciéndose Pontífice, mas el que le dijo: Tú eres mi Hijo,
yo te he engendrado hoy».
2. Isaías 53:5. «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; Y por su llaga fuimos
nosotros curados».
3. Marcos 10:45. «Porque el Hijo del Hombre tampoco vino para ser
servido, mas para servir, y dar su vida en rescate por muchos».
4. Juan 1:29. «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo».
5. 1 Pedro 2:24. «El cual mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo
sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, vivamos a la
justicia».
6. 1 Juan 2:2. «Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo».
SU OBRA INTERCESORA
1. Romanos 8:34. «Cristo es el que murió; más aún, el que también
resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros».
2. Hebreos 7:25. «Por lo cual puede también salvar eternamente a los
que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos».
3. 1 Juan 2:1b. «Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo».
CRISTO COMO REY DE SIÓN
1. Salmo 2:6. « Yo empero he puesto mi rey sobre Sión, monte de mi
santidad».
2. Isaías 9:7. «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán
término, sobre el trono de David, y sobre su reino, disponiéndolo y
confirmándolo en juicio y en justicia, desde ahora para siempre».
3. Lucas 1:32-23. «Este será grande, y será llamado Hijo del
Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su padre. Y reinará en la
casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin».
CRISTO COMO REY DEL UNIVERSO.
1. Mateo 28:18. «Y llegando Jesús les habló, diciendo: Toda potestad
me es dada en el cielo y en la tierra».
2. Efesios 1:22. «Y sometió todas las cosas debajo de sus pies, y lo
dió por cabeza sobre todas las cosa a la Iglesia».
3. 1 Corintios 15:25. «Porque es menester que él reine, hasta poner
a todos sus enemigos debajo de sus pies».
PARA ESTUDIO BÍBLICO ADICIONAL
1. ¿Qué nos enseñan los pasajes siguientes sobre la naturaleza de la
obra de Cristo como profeta? Éxodo 7:1; Deuteronomio 18:18; Ezequiel 3:17.
2. ¿Qué tipos de Cristo en el Antiguo Testamento nos son indicados
en los pasajes siguientes: Juan 1: 29; 1 Corintios 5:7; Hebreos 3:1; 4:14;
8:3-5; 9:13¬14; 10:1-14; 13:11-12?
3. ¿Qué enseñanzas sobre el reino de Dios encontramos en estos
pasajes? 1 Juan 3:3, 5; 18:36-37. Romanos 14:17; 1 Corintios 4:20.