(1)
A.
Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su
propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente: Pr. 19: 21; Is. 14: 24-27; 46:10, 11; Sal
115: 3; 135:6; Ro. 9:19.
B.
Todas las cosas, todo lo que sucede: Dn.
4:34, 35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11.
C.
Sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene
comunión con nadie en el mismo: Gn.
18:25; Stg. 1:13; 1 Jun. 1:5.
D.
Ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o
contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece: Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5-7; Mt.
17:12; Jun. 19:11; Hch. 2:23; 4:27, 28.
E.
En lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y
fidelidad en llevar a cabo sus decretos: Nm.
23:19; Ef. 1:3-5.
EL PRINCIPIO ETERNO DE DIOS.
El título de este articulo quizá no sea
suficiente explicito para indicar su tema. Ello es debido en parte, al hecho de
que muy pocas personas cristianas, hoy en día, están acostumbradas a meditar
sobre las perfecciones personales de Dios. Relativamente pocos de aquellos que
leen la Biblia ocasionalmente, saben de la grandeza del carácter divino, que
inspira temor e incita a la adoración. Que Dios es grande en sabiduría,
maravilloso en poder, y sin embargo, lleno de misericordia, es tenido por
muchos como algo casi del dominio publico; pero tomar en consideración algo
parecido a un conocimiento adecuado de su Ser, su Naturaleza, sus Atributos,
tal como se revelan en la Santa Escritura, es cosa que poquísimas personas
cristianas han alcanzado en estos decaídos y degenerados tiempos. Dios es único
en su excelencia. “¿quien como tú, Jehová, entre los Dioses? ¿Quién como tú,
Magnifico en Santidad, terrible en sus loores, hacedor de maravillas”? (Éxodo
15: 11)
“En el principio, Dios” (Génesis 1: 1). Hubo
un tiempo, Sí “tiempo” puede llamársele, cuando Dios, en la unidad de su
naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres seres divinos) “personas”
habitaba solo. “En el principio, Dios” No había cielo, donde su gloria es
manifestada particularmente ahora. No había tierra que ocupara su atención. No
había ángeles que cantaran sus alabanzas, ni universo que se sostuviese por la
palabra de su poder. No había nada ni nadie sino Dios; y esto, no durante un
día, un año, o una época, sino “desde el siglo” Durante una eternidad pasada,
Dios estuvo solo: Completo, Suficiente, Satisfecho en sí mismo, no necesitando
nada. Si un universo, o Ángeles, o seres humanos le hubiesen sido necesarios en
alguna manera, hubiese sido llamados a la existencia desde toda la eternidad.
Nada añadieron esencialmente a Dios al ser creados. Él no cambia (Malaquías 3.
6), por lo que su gloria substancial no puede ser aumentada ni disminuida.
Dios no estaba bajo coacción, obligado, ni
necesidad alguna de crear. El hecho de que quisiera hacerlo fue puramente un
acto soberano de su parte, no producido por nada fuera de de sí mismo; no
determinado por nada sino por su propia buena voluntad, ya que Él “hace todas
las cosa según el consejo de su voluntad” (Efesio 1: 11). Que Él creara fue
simplemente par su gloria manifestativa. ¿Cree alguno de nuestros estudiantes
que hemos ido más allá de lo que la Escritura nos autoriza? Entonces, nuestra
apelación será a la Ley y al testimonio: “Levantaos, bendecid a Jehová vuestro
Dios desde el Siglo hasta el Siglo; y bendigan el nombre Tuyo, glorioso y alto
sobre toda bendición y alabanza” (Nehemías 9: 5). Dios no sale ganado nada ni
siquiera con nuestra adoración. Él no necesitaba esa gloria externa de su
gracia que procede de sus redimidos, porque es suficientemente glorioso en Sí
mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le movió a predestinar a sus elegidos para la
alabanza de su gloria de su gracia? Fue como nos dice Efesios 1: 5, “El puro
afecto de su voluntad”.
Sabemos que el elevado terreno que estamos
pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros estudiantes y lectores; por
esta razón, haremos bien en movernos despacio. Recurramos de nuevo a las
Escrituras. Al final de Romanos 11: 34-35, donde el Apóstol concluye su larga
argumentación sobre la salvación por la pura y soberana gracia, pregunta:
“Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quien fue su consejero? ¿O quien
le dio a Él primero, para que le sea pagado. La importancia de esto es que es
imposible someter al Todopoderoso a obligación alguna hacia la criatura; Dios
no sale ganado nada con nosotros. “Sí fueres justo, ¿Qué le darás a Él? ¿O que
recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañará tu impiedad, y al hijo del hombre
aprovechará tu justicia” (Job 35: 7-8), pero no puede en verdad, afectar a Dios, quien es Bendito en Sí Mismo. “Cuando
hubieres hecho todo lo que os he mandado, decid: siervos inútiles somos” (Lucas
17: 10), nuestra obediencia no ha aprovechado en absoluto a Dios.
Es más, nuestro Señor Jesucristo no añadió
nada al ser y gloria esenciales de Dios, ni por lo que hizo, ni por lo que
sufrió, porque el en sí mismo tiene toda su plenitud de Dios, tanto como en
existencia eterna y gloriosa. (Juan 1: 1-3). Es verdad, bendita y gloriosa
verdad que nos manifestó la gloria del Dios Padre, pero no añadió nada a Dios.
Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación y sin apelación posible al
decir: “Mi bien a ti no aprovecha” Salmos 16: 2). Todo este salmo es de Cristo.
La bondad o justicia de Cristo aprovechó a sus santos en la tierra, (Salmos 16:
3), pero Dios estaba por encima y más allá de todo ello, pues es “El Bendito”
(Marcos 14: 61).
Es absolutamente cierto que Dios es honrado y
deshonrado por los hombres; no en su Ser substancial, sino en su carácter
oficial. Es igualmente cierto que Dios ha sido “glorificado” por la creación,
la providencia y la redención. Esto no lo negamos, ni nos atrevemos a hacerlo.
Pero todo ello tiene que ver con su Gloria manifestativa, y nuestro
reconocimiento de ella. Con todo si Dios así lo hubiera deseado, habría podido
continuar solo por toda la eternidad, sin dar a conocer su gloria a criatura
alguna. El que lo hiciera así o no, fue determinado solamente por su propia
voluntad. Él era perfectamente Bendito en si mismo antes de que la primera
criatura fuera creada, o llamada a la vida. Y, ¿Qué son para Dios todas las
obras de sus manos, incluso ahora? Dejemos otra vez que la Escritura conteste.
“He aquí que las naciones son reputadas como
la gota de un acetre, y como el orín del peso; he aquí que Él hace desaparecer
las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales
para el sacrificio. Como nada son todas las gentes delante de Él; y en su
comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. “¿A qué pues
haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?” (Isaías 40: 15-18). Este
es el Dios de la Escritura; sí, todavía es “El Dios desconocido” (Hechos 17:
23) para las multitudes descuidadas. “Él está sentado sobre todo el globo de la
tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una
cortina, los tiende como una tienda para morar; Él torna en nada los poderosos,
y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana”. (Isaías 40: 22-23). ¡Cuan
infinitamente distinto es el Dios de la Escritura del “dios” de los pulpitos
corrientes de lo contemporáneo.
El testimonio del Nuevo Testamento no difiere
nada del que hallamos en el Antiguo: no podría ser de otro modo, teniendo ambos
el mismo Autor. También ahí leemos: “La cual a su tiempo mostrará el Bienaventurado
y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de señores; quien sólo tiene
inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha
visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén. (1ª
Timoteo 6: 15-16). El tal debe ser reverenciado, glorificado y adorado. Él está
solo en su majestad, es único en su excelencia, incomparable en sus
perfecciones. Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es independiente de todo.
Él da a todos pero no es enriquecido por nadie.
Un Dios tal no puede ser conocido mediante la
investigación; Él sólo puede ser conocido tal como el Espíritu Santo lo revela
al corazón, por medio de la palabra. Es verdad que la creación revela un
creador, y que los hombres son totalmente “inexcusables”, sin embargo, todavía
tenemos que decir con Job: “He aquí, estas son partes de sus caminos; ¡más cuan
poco hemos oído de Él¡ Porque el estruendo de sus fortalezas, ¿Quién lo
detendrá”? (Job 26: 14). Creemos que le llamado argumento según su designio,
usado por algunos “Apologistas” sinceros, ha producido mucho más daño que
beneficio, ya que han intentado bajar al Gran Dios al nivel de la comprensión
finita, y de este modo se ha perdido de vista su excelencia única.
Se ha trazado una analogía con el salvaje que
encuentra un reloj en la selva, quien después de un examen detenido, deduce que
existe un relojero. Hasta aquí esta muy bien. Pero intentemos ir más lejos:
supongamos que el salvaje trata de formarse una concepción de este relojero,
sus afectos personales y maneras su disposición, conocimiento y carácter moral;
todo lo que en conjunto forma una personalidad. ¿Podría nunca pensar o imaginar
un hombre real; al hombre que fabrico el reloj, y decir: “Yo le conozco?” Tal
pregunta parece Fútil pero, ¿Está el Dios eterno e infinito mucho más al
alcance de la razón humana? Ciertamente, no. El Dios de la Escritura puede ser
conocido solamente por aquellos a los cuales Él mismo se da a conocer.
Tampoco el intelecto puede conocer a Dios.
“Dios es espíritu” (Juan 4: 24), y, por lo tanto, sólo puede ser conocido
espiritualmente. El hombre caído no es espiritual, sino carnal. Está muerto a
todo lo que es espiritual. A menos que nazca de nuevo, que sea llevado
sobrenaturalmente de la muerte a la vida, milagrosamente trasladado de las
tinieblas a la luz, no puede ver las cosas de Dios (Juan 3: 3), y mucho menos
entenderlas (1ª Cor. 2: 14). El Espíritu Santo ha de resplandecer en nuestros
corazones (no en el intelecto) para darnos “el conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo” (2ª Cor. 4: 6). E incluso el conocimiento
espiritual es solamente fragmentario. El alma regenerada ha de creer en la
gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2ª Ped. 3: 18).
La oración y propósito principal de los
Cristianos ha de ser el 2andar como es digno del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col.
1: 10).
(2)
A.
Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones que
se puedan suponer: 1 S. 23:11, 12; Mt.
11:21, 23; Hch. 15:18.
B.
Sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro o como aquello que
había de suceder en dichas condiciones: Is.
40:13, 14; Ro. 9:11-18; 11:34; 1 Co. 2:16.
(3)
A.
Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y
ángeles son predestinados, o preordenados, a vida eterna por medio de
Jesucristo, para alabanza de la gloria de su gracia: 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef. 1:5, 6.
B.
A otros se les deja actuar en su pecado para su justa condenación, para
alabanza de la gloria de su justicia: Jun
12:37-40; Ro. 9:6-24; 1 P. 2:8-10; Jud. 4.
DEFINICIÓN DE LOS DECRETOS DE DIOS
“Y sabemos que
Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a
los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28) “conforme al
propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Efe. 3:11) EL
decreto de Dios es su propósito o su determinación respecto a las cosas
futuras. Aquí hemos usado el singular, como hace la Escritura, porque sólo hubo
un acto de su mente infinita acerca del futuro.
Nosotros
hablamos como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes sólo pueden
pensar en ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y ocasiones; o
en referencia a los distintos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos,
nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno. Pero el
conocimiento Divino no procede gradualmente, o por etapas: (Hech. 15:18;).
“Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras”
Las Escrituras
mencionan los decretos de Dios en muchos pasajes y usando varios términos. La
palabra “decreto” se encuentra en el Sal. 2:7, (Yo publicaré el decreto;). En
Efe. 3:11, leemos acerca de su “determinación eterna”. En Hech. 2:23, de su
“determinado consejo y providencia”. En Efe. 1:9, el misterio de su “voluntad”.
En Rom. 8:29, que él también “predestinó”. En Efe. 1:9, de su “beneplácito”.
Los decretos
de Dios son llamados sus “consejos” para significar que son perfectamente
sabios. Son llamados su “voluntad para mostrar que Dios no está bajo ninguna
sujeción, sino que actúa según su propio deseo, en el proceder Divino, la
sabiduría está siempre asociada con la voluntad, y por lo tanto, se dice que
los decretos de Dios son “el consejo de su voluntad”.
Los decretos
de Dios están relacionados con todas las cosas futuras, sin excepción: todo lo
que es hecho en el tiempo, fue predeterminado antes del principio del tiempo.
El propósito de Dios afectaba a todo, grande o pequeño, bueno o malo, aunque
debemos afirmar que, si bien Dios es el Ordenador y controlador del pecado, no
es su Autor de la misma manera que es el Autor del bien.
El pecado no
podía proceder de un Dios Santo por creación directa o positiva, sino solamente
por su permiso, por decreto y su acción negativa. El decreto de Dios es tan
amplio como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y eventos. Se
relaciona con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y
en la eternidad.
De la misma
manera que juzgamos los planos de un arquitecto inspeccionando el edificio
levantado bajo su dirección, así también, por sus obras, aprendemos cual es
(era) el propósito de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su
voluntad. Dios no decretó simplemente crear al hombre, ponerle sobre la tierra,
y entonces dejarle bajo su propia guía incontrolada; sino que fijó todas las
circunstancias de la muerte de los individuos, y todos los pormenores que la
historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin.
No decretó
solamente que debían ser establecidas leyes para el gobierno del mundo, sino
que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros días
están contados, así cómo también los cabellos de nuestra cabeza. (Mat. 10:30).
Podemos entender el alcance de los Decretos Divinos si pensamos en las
dispensaciones de la Providencia en las cuales aquellos son cumplidos. Los cuidados
de la Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más
minucioso de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída
de un cabello. (Mat. 10:30).
Consideremos
ahora algunas de las características de los Decretos Divinos. Son, en primer
lugar, eternos. Suponer que alguno de ellos fue dictado dentro del tiempo,
equivale a decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de
circunstancias que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución.
Esto significaría
que los conocimientos de la Deidad son limitados, y con el tiempo va aumentando
en sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el
entendimiento Divino es infinito, abarcando el pasado, presente y futuro,
afirmará la doctrina de los decretos temporales. Dios no ignora los
acontecimientos futuros que serán ejecutados por voluntad humana; los ha
predicho en innumerables ocasiones, y la profecía no es otra cosa que la
manifestación de su presencia eterna.
La Escritura
afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del
mundo (Efe. 1:4), más aun, que la gracia les fue “dada” ya entonces: (2Tim.
1:9). “Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a
nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue
dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo”. En segundo lugar, los
decretos de Dios son sabios.
La sabiduría
se muestra en la selección de los mejores fines posibles, y de los medios más
apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos de los Decretos de Dios, es
evidente que les corresponde tal característica. Se nos descubre en su
cumplimiento; todas las muestras de sabiduría en las obras de Dios que son
prueba de la sabiduría del plan por el que se llevan a cabo. Como declara el
salmista: (Sal. 104:24). “¡Cuán numerosas son tus obras, oh Jehová! A todas las
hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas”. Sólo podemos
observar una pequeñísima parte de ellas, pero, como en otros casos, conviene
que procedamos a juzgar el todo por la muestra; lo desconocido por lo conocido.
Aquel que, al
examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio
de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente
admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios
asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar las objeciones sugeridas por algo
que no podemos reconciliar con nuestras ideas (Rom. 11:33).
“¡Oh la
profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y del conocimiento de Dios!
¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!" En
tercer lugar, son libres. (Isa. 40:13,14). “¿Quién ha escudriñado al Espíritu
de Jehová, y quién ha sido su consejero y le ha enseñado? ¿A quién pidió
consejo para que le hiciera entender, o le guió en el camino correcto, o le
enseñó conocimiento, o le hizo conocer la senda del entendimiento?”
Cuando Dios
dictó sus decretos, estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas
por causa externa alguna. Era libre para decretar o dejar de hacerlo, para
decretar una cosa y no otra. Es preciso atribuir esta libertad a Aquel que es
supremo, independiente, y soberano en todas sus acciones. En cuarto lugar, los
decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no esta
supeditada a condición alguna que se pueda o no cumplir. En todos los casos en
que Dios ha decretado un fin, ha decretado también todos los medios para dicho
fin.
El que decretó
la salvación de sus elegidos, decretó también darles la fe, (2Tes. 2:13). “Pero
nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del
Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la
santificación del Espíritu y fe en la verdad” (Isa. 46:10); “Yo anuncio lo
porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no ha sido hecho.
Digo: Mi plan se realizará, y haré todo lo que quiero”. Pero esto no podría ser
así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de cumplirse. Dios
“hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efe. 1:11).
Junto a la
inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios. La Escritura enseña
claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las
cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas reciben su forma de La Palabra
de Dios, la afirmación de una enseñanza de ellas no nos llevará a la negación
de la otra. Reconocemos que existe verdadera dificultad en definir dónde
termina una y donde comienza la otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo
humano se mezclan. La verdadera oración está redactada por el Espíritu, no
obstante, es también clamor de un corazón humano.
Las Escrituras
son la Palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que eran
algo más que máquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también
hombre. Es omnisciente, más crecía en sabiduría, (Luc. 2:52). “Y Jesús crecía
en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” Es
Todopoderoso y sin embargo, fue (2Cor. 13:4 “crucificado en debilidad”). Es el
Espíritu de vida, sin embargo murió. Estos son grandes misterios, pero la fe
los recibe sin discusión. En el pasado se ha hecho observar con frecuencia que
toda objeción hecha contra los Decretos Eternos de Dios se aplica con la misma
fuerza contra su eterna presciencia. “Tanto si Dios ha decretado todas las
cosas que acontecen como si no lo ha hecho, todos los que reconocen la
existencia de un Dios, reconocen que sabe todas las cosas de antemano.
Ahora bien, es
evidente que si El conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no, es
decir, o quiere que acontezcan o no. Pero querer que acontezcan es
decretarlas”. Finalmente trátese de hacer una suposición, y luego considérese
lo contrario de la misma. Negar los Decretos de Dios sería aceptar un mundo, y
todo lo que con él se relaciona, regulado por un accidente sin designio o por
destino ciego.
Entonces, ¿qué
paz, que seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y
mentes? ¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la
prueba? Ni el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el
repugnante horror del ateísmo. Cuán agradecidos deberíamos estar porque todo
está determinado por la bondad y sabiduría infinitas!
¡Cuánta alabanza
y gratitud debemos a Dios por sus decretos! Es por ellos que “Sabemos que Dios
hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que
son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28). Bien podemos exclamar como
Pablo: “Porque de él y por medio de él y para él son todas las cosas. A él sea
la gloria por los siglos. Amen”. (Rom. 11:36).
(4)
A.
Estos ángeles y hombres así predestinados y preordenados están designados
particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se
puede aumentar ni disminuir: Mt.
22:1-14; Jun. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co. 7:20-22; 2 Ti. 2:19.
(5)
A.
A los humanos que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación
del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y
beneplácito de su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna,
meramente por su libre gracia y Amor: Ro.
8:30; Ef. 1:4-6,9; 2 Ti. 1:9.
B.
Sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, le moviera a
ello: Ro. 9:11-16; 11:5,6.
ELECCIÓN INCONDICIONAL
Cuando
se utilizan los términos Predestinación o elección Divina, muchas personas se estremecen;
y se imaginan al hombre aprisionado en las garras de un Destino horrible e
impersonal. Otros –aun algunos los que creen en la doctrina- piensan que esto
está muy bien pero para las aulas de teología, pero que no tiene por qué
mencionarse desde el púlpito. Preferirían que la gente lo estudiara en secreto
en su propia casa.*
Una
actitud tal no es bíblica y se origina en la falta de conocimiento de la que la
Biblia dice acerca de la elección. Porque la elección, lejos de ser una
doctrina horrible, si se entiende bíblicamente, es quizás la mejor enseñanza,
la más cálida y más alegre de toda la Biblia. Esta hará que el cristiano alabe
a Dios y le agradezca su bondad al salvarlo gratuitamente, ya que como pecador
lo que merecía era el infierno.
* Como la
predestinación está asociada tan íntimamente con Juan Calvino, es muy
instructivo ver la actitud humilde, piadosa y temerosa de Dios que el
reformador tuvo hacia el tema. Fue tan deliciosamente bíblica y humana, que lo
he citado extensamente en la parte final del estudio.
A fin
de entender lo que la Biblia dice acerca de la elección divina, examinémosla
bajo los siguientes aspectos:
I. Lo
qué es.
II. Base
bíblica.
I. LO QUE ES
Para
poder entender claramente lo que es la elección incondicional, ayudará el
conocer el significado de algunos términos:
A. PREDETERMINACIÓN.
Predeterminación
significa el plan soberano de Dios, por medio del cual éste decide todo lo que
va a suceder en el universo entero. Nada sucede en este mundo por casualidad.
Dios está detrás de todas las cosas. Él decide y hace que las cosas sucedan. No
se sitúa al margen, temiendo quizá lo que pueda suceder a continuación. No, Él
ha predeterminado todas las cosas “según el designio de su voluntad” (Ef.
1.11): el movimiento de un dedo, el pálpito del corazón, la risa de una niña,
el error de una mecanógrafa-incluso el pecado. (Vea Gn. 45.5-8; Hch. 4.27-28; y
el cap. 6 de este libro.)
B. PREDESTINACIÓN.
La
predestinación es parte de la predeterminación. En tanto que la
predeterminación se refiere a los planes que Dios tiene para todas las cosas
que suceden, la predestinación es la parte de la predeterminación que se
refiere al destino eterno del hombre: cielo o infierno. La predestinación se
compone de dos partes: elección y reprobación. La elección tiene que ver con
los que van al cielo, y la reprobación con los que van al infierno.
C. ELECCIÓN INCONDICIONAL.
Para
entender este término, consideramos cada palabra:
1.
Elección. Todos sabemos que es una elección nacional: escoger entre candidatos a
uno para que sea presidente. Elegir significa escoger, seleccionar, optar. La
elección divina significa que Dios escoge a algunos para que vayan al cielo. A
otros los pasa por alto y éstos irán al infierno.
2.
Incondicional. Una elección condicional es una elección que está
condicionada por algo que hay en la persona que es elegida. Por ejemplo, todas
las elecciones políticas son elecciones condicionales, la selección del votante
está condicionada por algo que el candidato es o ha prometido.
Algunos
candidatos prometen el cielo si son elegidos. Otros prometen solamente ser
buenos representantes y hacer todo lo que crean mejor. Otros apelan al hecho de
que son de un grupo determinado o de una clase social determinada. Así pues las
elecciones humanas son siempre elecciones condicionales, ya que la decisión del
votante se basa en las promesas e índole del que va a ser elegido.
Pero,
por sorprendente que pueda parecer, la elección divina es siempre elección
incondicional. Dios nunca basa su elección en lo que el hombre piensa, dice,
hace o es. No sabemos en qué basa Dios su selección, pero no es algo que esté
en el hombre. No es que ve algo bueno en un hombre específico, algo que induce
a Dios a decidir elegirlo.
¿Y no
es esto maravilloso? Supongamos que la elección que Dios hace para el cielo se
basara en algo que teníamos que ser o pensar o hacer. ¿Quién se salvaría
entonces? ¿Quién podría presentarse delante de Dios y decirle que ha hecho
alguna vez algo siquiera por un instante, que fuera realmente bueno en el
sentido más profundo de esta palabra? Todos nosotros estamos muertos en
nuestros pecados y transgresiones (EF. 2).
No
hay nadie que haga el bien, nadie (Ro. 3) Si la elección de Dios se basara en
una sola cosa buena que se encuentra en nosotros, entonces nadie sería elegido.
Entonces nadie iría al cielo; todos irían al infierno. Porque nadie es bueno.
Por lo tanto, agradezcamos a Dios su elección incondicional.
Para
dejar bien claro lo que quiere decir elección incondicional, es necesario
referirse al arminianismo. No me agrada tener que hacerlo, porque puede parecer
que sea enemigo de los arminianos. Por el contrario, creo que los arminianos
pueden ser cristianos nacidos de nuevo. * Ellos creen que hay un Dios
trino, que Jesús es Dios, y que murió por los pecados del hombre, sostienen la
salvación por la fe sola y no por las obras. Por consiguiente, todos los
verdaderos creyentes los que confían en Jesús como salvador suyo deberían
sentirse en verdadera comunión cristiana con los arminianos. Son uno en Cristo.
Aunque
los arminianos son cristianos sinceros, están completamente equivocados
respecto a las siguientes doctrinas de depravación total, elección
incondicional, expiación limitada, gracia irresistible y perseverancia de los
santos. Y la única razón por la que mencionamos el arminianismo es para mostrar
con mayor claridad las enseñanzas bíblicas.
* El
arminianismo recibió el nombre del teólogo Holandés, Jacobus Arminius, quien
vivió de 1560 a 1609. Desarrolló los Cinco Puntos del Arminianismo, contra los
cuales se pronunció el concilio de la iglesia de Dort (Holanda) en 1618-19.
Porque
lo blanco nuca es tan blanco como cuando se contrapone a lo negro. Así también,
las verdades bíblicas del Calvinismo nunca se ven tan claras como cuando se le
contrapone a las ideas erróneas del arminianismo. De esta manera, no es sino
con renuencia que menciono tanto al arminianismo, pero lo hacemos por amor y
aprecio por ellos. Simplemente deseamos presentar el gozo pleno de la fe
cristiana que no sea oscurecido con la idea errónea de la elección condicional.
Según
el Arminiano, la elección divina y si creen en la elección es incondicional.
Creen que Dios prevé quien creerá en Cristo, y entonces, basado en ese
conocimiento previo, Dios decide elegir a los creyentes para el cielo. Creen
que a veces el hombre natural y no regenerado posee suficiente bondad en sí
mismo para que, si el Espíritu Santo lo ayuda, desee elegir a Jesús. El hombre
elige a Dios, y entonces Dios elige al hombre. La elección de Dios queda
condicionada por la elección del hombre. El Arminiano, pues enseña la elección
condicional; en tanto que el calvinista enseña la elección incondicional.
II. BASE BÍBLICA
Los
Cinco Puntos del Calvinismo están íntimamente ligados entre sí. El que acepta
uno de los puntos aceptará los demás. La elección incondicional se desprende
necesariamente de la depravación total.
Si
los hombres son totalmente depravados y sin embargo, algunos se salvan,
entonces es obvio que la razón de que algunos se salven y otros se pierdan
descansa enteramente en Dios. Todo el género humano continuaría perdido si
quedara abandonado a sí mismo y Dios no escogiera a algunos para que se
salvaran. Porque por naturaleza el hombre está espiritualmente muerto (Ef. 2) y
no sólo enfermo. No posee en sí mismo ni vida ni bondad espirituales. No puede
hacer nada que sea verdaderamente bueno nada, ni siquiera entender las cosas de
Dios y de Cristo, y mucho menos desear a Cristo o la salvación.
Sólo
cuando el Espíritu Santo regenera al hombre tener fe en Cristo y ser salvo. Por
consiguiente, si la depravación total es bíblicamente verdadera, entonces la fe
y la salvación consiguiente se dan sólo cuando el Espíritu Santo actúa por
medio de la regeneración. Y la decisión respecto a que a qué personas serán
objeto de su acción debe pertenecer por completo, ciento por ciento, a Dios, ya
que el hombre, como está espiritualmente muerto, no puede pedir ayuda. Esto es
elección incondicional: La elección de Dios no depende de nada de lo que el
hombre hace.
A. JUAN 6.37, 39
Jesús
prometió a sus oyentes, “Todo lo que el padre me da, vendrá a mí; y al que a mi
viene, no le hecho fuera, Y ésta es la voluntad del padre, el que me envió: Que
de todo lo que me diere, no pierda yo nada sino que lo resucite en el día
postrero.”
Se ve
muy claramente que aquellos que resucitarán en el último día- todos los
creyentes verdaderos- el Padre se los da a Cristo. Y sólo aquellos que el Padre
a Cristo pueden venir a él. La salvación está por completo en las manos del
Padre. Él es quien se los da a Jesús para que se salven. Una vez que hayan sido
entregados a Jesús, éste se preocupará entonces de que ninguno de ellos se
pierda. Así pues, la salvación depende por completo de que el Padre entregue a
algunos a Cristo. Esto no es más que la elección incondicional.
B. JUAN 15.16.
Cristo
dijo, “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros.”
Si
hay algún texto que señale claramente la elección incondicional es éste. El
Arminiano dice que él escoge a Cristo. Cristo dice, “No, vosotros no me
elegisteis a mí. Al contrario, yo os elegí a vosotros.”
Es
cierto que el cristiano elige a Cristo. Cree en él. Es decisión suya. Y sin
embargo Cristo dice, “No, no me elegisteis vosotros a mí.” La observación
negativa de Cristo es una forma de decir que si bien el cristiano cree a veces
que él mismo es el factor decisivo en elegir a Cristo, la verdad es que en
último término, es Cristo quien escoge al creyente.
Y
entonces después de esto, el creyente elige a Cristo. Nosotros pensamos que
todas las cosas buenas que hacemos en la vida, tal como creer en Cristo las
logramos por nuestros propios medios; pero debemos recordar que Dios es quien
produce en nosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad
(Fil. 2.12, 13). Juan lo expresó de otra forma en su primera carta, “Nosotros
le amamos a él, porque él nos amó primero.” El amor de Dios es anterior al amor
del hombre. Este es el amor selectivo de Dios.
C: HECHOS 13.48.
Lucas
informó, “Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.”
He
aquí otro texto de una claridad total para quienquiera que lea la Biblia sin
nociones preconcebidas acerca de la elección. Lucas cuenta las conversiones
ocurridas en Antioquía donde Pablo y Bernabé habían predicado. Al informar
acerca de los resultados del ministerio de ellos emplea las palabras del texto
citado.
Esto
ha turbado a los arminianos hasta tal punto que sus teólogos han tratado de
retorcer las palabras para hacerlas decir, ”Todos los que creyeron estaban
ordenados para vida eterna”; y el predecesor del unitarianismo, Socino
(1539-1604), de hecho tradujo de esta forma, pero esto violenta totalmente el
texto. Esta traducción armonizaría muy bien con la teoría arminiana según la
cual Dios prevé quiénes van a creer y luego los predetermina. Pero la Biblia
dice exactamente lo contrario: “Creyeron todos los que estaban ordenados para
vida eterna.” La sencillez cabal de este texto es sorprendente.
D. 2 TESALONICENSES 2.13.
El
apóstol Pablo afirmó, “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios
respecto a vosotros, hermanos amados por el señor, de que Dios os haya escogido
desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y
la fe en la verdad.”
Adviértase
ante todo que se dice que el Señor amó a los tesalonicenses. Este es ya amor
selectivo. Este término “amados por” nunca se emplea para el caso del no
creyente, o del mundo, en ninguno de los pasajes de la Biblia. Dios nunca llama
a Judas o al mundo que lo rechaza, “amados por el Señor.” Este término se
reserva para aquellos que aman a Jesús y que han sido salvados por su muerte.
Esto es ya un indicio del amor eterno y selectivo de Dios.
Luego
adviértase que Pablo dice expresamente que Dios escogió a los tesalonicenses,
dando a entender que pasó por alto a otros.
Además,
Pablo escribe que Dios los escogió desde el principio; es decir desde antes de
la fundación del mundo (Ef. 1.4)-desde la eternidad. Alguien dirá, “Seguro que
los escogió desde la eternidad, que preordenó quiénes irían al cielo; pero lo
hizo basado en el conocimiento previo. Dios previó quienes creerían en Cristo y
basado en esto los escogió.”
Esta
forma de razonar pasa por alto la enseñanza clara de Pablo. Pablo no dice que
Dios escogió a los tesalonicenses porque eran santos o creyeron. Al contrario, dice
exactamente lo opuesto. Dios los escogió “para salvación”. Algunas de las
versiones modernas lo traducen “para ser salvados” (Versión Popular). La
salvación viene sólo por fe; de manera que cuando Pablo dice que Dios escogió a
los tesalonicenses “para ser salvados”, esto, desde luego, implica que Dios
eligió darles el único medio para conseguir esa salvación a saber, la fe.
Si
Dios eligiera dar a alguien el resultado sin darles los medios para
conseguirlo, la elección no tuviera significado. Por si hubiera todavía algunos
que dudaran de la que la fe sea un don de Dios y no fruto de los esfuerzos del
hombre (Ef. 2.8), Pablo dice expresamente que Dios los escogió para salvación
“mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”. En otras palabras,
salvación, santificación y fe forman un todo que les vino a los tesalonicenses
de parte de Dios. Así pues, 2 Tesalonicenses enseña una elección de Dios que no
depende de nada que haya en el hombre, ni de su santificación ni de su fe. No,
la elección de Dios es incondicional.
E. EFESIOS 1.4-5.
Pablo
dice que Dios padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual, “según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinados para ser adoptados
hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.”
Adviértase
con qué vigor habla Pablo de la elección. Dice que Dios “nos escogió”, no que
nosotros escogimos a Dios. Luego agrega que Dios nos ha “predestinado”. Además,
la elección soberana se subraya más con la afirmación de que Dios nos escogió
en Cristo; es decir, nos escogió no debido a nosotros mismos sino por causa de
Cristo Jesús.
Quizá
algunos arminianos continuarán arguyendo que Dios sí predestinó a algunos, pero
que esto se basó en el conocimiento que Dios tenía de quienes iban a creer. Por
consiguiente, la decisión depende realmente del hombre y no de Dios. Pero
adviértase que Pablo no dice que Dios nos escogió porque somos santos, sino,
para que fuésemos santos y sin mancha. Y la santidad incluye la fe, porque no
hay santidad sin fe. Efesios 1 se opone por completo a lo que dice el
Arminiano, y excluye la elección que se base en algo que haya en el
hombre-obras o fe.
Esta
conclusión se refuerza más cuando Pablo agrega que esta elección y
predestinación fueron “según el puro afecto de su voluntad”. Dios no escogió al
hombre porque previó que hubiera en él algo que valiera la pena, como la fe,
porque entonces hubiera dicho que nos predestinó “según la fe prevista en el
hombre”. Por el contrario, Pablo omite cualquier alusión al hombre y dice que
la razón se encuentra solamente en “el puro afecto” de Dios.
Para
hacer resaltar con más fuerza esta elección soberana de Dios, que no se basó en
nada que exista en el hombre, Pablo agrega la expresión, “de su voluntad”. Esto
no fue necesario para su razonamiento. Había dicho que la elección había sido
según el puro afecto de Dios; esto era suficiente para indicar que la elección
de Dios se basaba en razones que estaban totalmente en el mismo. Pero luego
agrega “de su voluntad”, lo cual indica todavía con más vigor la libertad de la
elección de Dios, el hecho de que la razón hay que buscarla sólo en su
voluntad.
F. ROMANOS 8.29, 30.
Pablo
afirma, a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo…Y a los que predestinó a éstos también llamó;
y a los que llamó, a éstos también justificó: y a los que justificó, a éstos
también glorificó.”
Si
hay algún versículo que parezca apoyar el concepto Arminiano de la
predeterminación basada en el conocimiento previo, es éste. Pero sólo mediante
una lectura superficial se llegaría a esta conclusión. Porque la palabra
traducida en la versión antigua como “antes conoció” es una expresión griega y
hebrea que significa “amar antes”. Cuando la Biblia dice que Adán “conoció” a
Eva, no quiere decir que Adán conoció lo alta que era y la clase de
temperamento que tenía. No, significa que Adán amó a Eva. Y cuando David dice
que Dios “conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá”
(Sal, 1), no dice que Dios conoce al justo y no conoce al malo. Dios conoce
todas las cosas y a todas las personas, incluyendo a los malos. Propiamente
David quiere decir que Dios ama el camino de justo y odia el camino del malo,
al cual castigará.
En
forma semejante, cuando dios dice por medio de Amós, “a vosotros solamente he
conocido de todas las familias de la tierra” (3.2), no niega su omnisciencia,
diciendo que no conoce a nadie más intelectualmente. No se trata de una
metáfora que significa, “de entre todas las familias de la tierra solamente os
he amado a vosotros.”
Del
mismo modo, cuando pablo dice en romanos 8.29, “a los que antes conoció,
también los predestinó”, Pablo utiliza la expresión bíblica de “conocer” en
lugar de “amar” y quiere decir “a los que antes amó, los predestinó.” Si
“conoció” significara aquí sólo conocimiento intelectual, entonces Dios no lo
conocería todo; porque entonces no conocería a los que no ha predestinado para
la justificación y glorificación. Lo que Pablo dice en Romanos 8 es que hay una
cadena áurea de salvación que comienza con el amor eterno y selectivo de Dios y
continua por eslabones irrompibles a través de la predeterminación, el
llamamiento efectivo, la justificación, hasta la glorificación final en el
cielo.
En
lugar de apoyar el punto de vista Arminiano de que la predeterminación se basa
en el conocimiento previo, Romanos 8 está de acuerdo en forma definitiva con el
resto de la Escritura en el sentido de que la predeterminación del creyente se
basa en el amor eterno de Dios. Gracias a Dios de que existe esta cadena
ininterrumpida de salvación. El que cree en Cristo sabe que forma parte de
ella.
G. ROMANOS 9:_6-26.
Todos
los textos mencionados previamente son excelentes para mostrar que Dios no
elige a las personas porque haya algo en ellas que lo atraiga. Pero la
afirmación más espléndida de todas se encuentra en Romanos 9.
El
problema principal de Romanos 9-11 es éste: “¿Cómo pueden los israelitas,
quienes poseyeron todas las bendiciones de Dios en el pasado, estar
espiritualmente perdidos? ¿Ha olvidado Dios sus promesas a Israel?” Pablo
responde con un no rotundo. “No que la palabra de Dios haya fallado” (9.6).
Entonces dedica el resto del capítulo a mostrar que la salvación no se obtiene
porque uno sea descendiente físico de de Abraham, sino que se recibe de la
gracia soberana de Dios. Y esto es lo que deseamos mostrar: El primer indicio
se encuentra en el hecho de que Rom. 9.7 Pablo habla de la elección soberana de
Isaac en lugar de Ismael. Dios habló en forma soberana y selectiva, “en Isaac
te será llamada descendencia.”
Luego
Pablo señala la misma elección soberana en el caso de Jacob y Esaú. Jacob y
Esaú tenían los mismos padres e incluso habían nacido a la vez: eran gemelos.
Sin embargo Dios en forma soberana escogió a Jacob y pasó por alto a Esaú.
Para
mostrar que la elección de Dios no se basó en un conocimiento previo, Pablo
escribe que Dios dio a conocer su elección a Rebeca antes de que nacieran los
mellizos y antes de que hubieran hecho nada, ni bueno ni malo (9.11). “Así fue
dice Pablo, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese,
no por las obras sino por el que llama” (9.11). Dios no escogió a Jacob porque vio
de antemano que sería bueno o creería. La fuente de la elección no se halla en
el hombre, sino en “el que llama”, es decir Dios simplemente afirma, “A. Jacob
amé, mas a Esaú aborrecí” (9.13).
Como
seres humanos quisiéramos preguntar, “¿Pero por qué Dio? Y Dios simplemente
responde reiterando el hecho, “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” y no da
ninguna razón que satisfaga la pregunta inquieta que se hace el hombre.
Pablo
percibe el sentimiento de insatisfacción que sin duda se despertará en la mente
de los que van a escuchar su carta. Percibe que algunos pensarán
espontáneamente, “¿Qué clase de Dios es éste? No es justo amar a uno y
aborrecer a otro incluso antes de que nazcan y antes de que tengan oportunidad
de demostrar lo que son.” Por eso en el versículo siguiente (14) Pablo se
pregunta: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios?” Éste es el
meollo: La elección incondicional parece implicar la idea de un Dios injusto y
por consiguiente no puede ser. Así razona el hombre.
Antes
de que pasemos a examinar la respuesta de Pablo ante tal acusación,
reflexionemos un momento en el hecho de que esta misma pregunta que Pablo se
hace presupone la elección incondicional. La cuestión de la injusticia en Dios
nunca, nunca se suscita dentro de la teoría arminiana. Porque según el
Arminiano, Dios no elige arbitrariamente, ya que prevé quién será bueno o malo,
o quién creerá. La elección de Dios se basa en algo que el hombre hace o cree.
Su predeterminación es completamente justa; se decide sobre los méritos del hombre.
La
acusación de injusticia hecha a Dios se suscita sólo si la elección es
incondicional; porque al hombre le parece necio hablar de un Dios bueno y justo
que simplemente escoge a Jacob y pasa por alto a Esaú, especialmente cuando
Jacob no es mejor que Esaú, ni tiene más méritos que él. Esto es una locura,
piensa. Dios debe ser injusto.
Por
consiguiente, el hecho mismo de que Pablo plantee la pregunta acerca de la
injusticia presupone que habla acerca de la elección incondicional. Según la
teoría arminiana de la elección incondicional, no habría posibilidad de
plantear el problema de la injusticia. Pero Pablo lo hace, con lo que demuestra
que está enseñando la elección incondicional.
La
respuesta de la palabra infalible de Dios a la pregunta de Pablo no es
retractar lo dicho respecto a la soberanía de la elección de Dios, ni tratar de
ofrecer una explicación racional al hombre que duda. Pablo simplemente afirma
“En ninguna manera.” Ni se atrevan a decir o a pensar que Dios es injusto. No
lo es. Es un Dios bueno y santo, y jamás es injusto.
Quizá
no lo podemos entender todo aquí. Después de todo, sólo somos humanos; no somos
Dios. ¿Acaso puede sorprender que siendo pecadores y mezquinos no entendamos
todo lo que se refiere a Dios? ¿Acaso sus caminos no son más elevados que los
nuestros tanto como el firmamento infinito está muy por encima de la tierra?
Incluso
Pablo afirma de otra forma la elección incondicional por parte de Dios con una
expresión del Antiguo testamento. “Tendré misericordia del que yo tenga
misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (9.15). Y más adelante
dice, “de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer,
endurece” (9.18) Según la Biblia, la elección depende en forma exclusiva de
Dios. Es libre de amar al que quiera y pasar por alto al que quiera, no debido
a lo bueno o malo que haya en el hombre, sino por sus propias buenas razones.
Sería
posible considerar como suficientes las pruebas alegadas en cualquiera de los
numerosos puntos mencionados en Romanos 9. Pablo ha demostrado en forma
concluyente que la salvación no del que actúa, sino del que llama, y que la
elección es incondicional. No hace falta proseguir con otros argumentos. Y sin
embargo parece como si Pablo tuviera en mente a los arminianos cuando escribió
el versículo 16. Porque Pablo lo dice en forma tan inequívoca que no puede
haber ningún mal entendido, “Así que no depende del hombre que quiere, desea o
decide; ni tampoco del que corre. Depende exclusivamente de Dios quien tiene
misericordia.
Si
todavía hay alguien que dude de estas afirmaciones explícitas de la Biblia de
que nuestra salvación está totalmente en manos de Dios, y que no depende ni en
lo más mínimo del que quiere o del que corre, que lea una y otras vez Romanos
9.16. Porque ésta es la Palabra de Dios.
(6)
A.
Así como Dios ha designado a los escogidos para la gloria, de la misma manera,
por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordenado todos los
medios para ello: 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13;
Ef. 1:4; 2:10.
B.
Por lo tanto, los que son escogidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por
Cristo: 1 Ts. 5:9, 10; Tit. 2:14.
C.
Eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido
tiempo, son justificados, adoptados, santificados: Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13.
C.
guardados por su poder, mediante la fe, para salvación: 1 P. 1:5.
D.
nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado, justificado, adoptado,
santificado y salvado, sino solamente los escogidos: Jun. 6:64,65; 8:47; 10:26; 17:9; Ro. 8:28; 1 Jun. 2:19.
(7)
A.
La doctrina del profundo misterio de la predestinación debe
tratarse con especial prudencia y cuidado: Dt.
29:29; Ro. 9:20; 11:33.
B:
Para que los hombres, al ocuparse de la voluntad de Dios revelada en su Palabra
y, al obedecerla, puedan, por la certidumbre de su llamamiento eficaz, estar
seguros de su elección eterna: 1 Ts.
1:4, 5; 2 P. 1:10.
C.
De este modo, esta doctrina proporcionará motivo de alabanza, reverencia y
admiración a Dios: Ef. 1:6; Ro. 11:33.
D.
Y de humildad: Ro. 11:5, 6,20; Col.
3:12.
E.
Y diligencia: 2 P. 1:10.
F.
Y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio: Lc. 10:20.
EN LA PREDESTINACIÓN TODOS OBTIENEN LO QUE DESEAN.
A
veces la gente se queja de que la predestinación es una doctrina dura que
obliga a la gente a hacer lo que no quiere hacer. Dicen que si desearan creer,
no podrían, a no ser que Dios los hubiera predestinado; y si desearan no creer,
Dios los iba a obligar ir al cielo. Así pues, ¿de qué sirve el creer?
Debe
decirse con toda firmeza que todos consiguen precisamente lo que desean. Para
decirlo en la forma más brusca posible: Los condenados están contentos de estar
en el infierno. Nadie está en el infierno en contra de su voluntad. Todos los
que están ahí están contentos de ello.
No
interprete mal esa afirmación. Los condenados saben que después de la muerte
todos van o al cielo o al infierno. No les gusta el infierno, pues de lo
contrario no sería infierno
*Tampoco
Dios posee voluntad libre, Dios no puede escoger hacer el mal, porque es sólo
bien.
No
les gusta el infierno, pues de lo contrario no sería infierno. Es el lugar
donde los gusanos nunca mueren y donde le fuego nunca se apaga. En el infierno
sólo hay agonía eterna. Es infernal. De manera que a los condenados no les
gusta estar ahí. Pero hay algo que odian más que ese mismo tormento: a Dios
Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo.
El
último lugar en ele que quisieran estar es en el cielo. No pueden digerir la
idea de arrepentirse de sus pecados y de amar a Dios y a los demás más que a sí
mismos. No desean estar en el infierno, pero cuando saben que la alternativa
del infierno es ir al cielo con corazón puro, prefieren permanecer en el
infierno. Es pues, cierto que todos consiguen lo que desean: Los cristianos
están contentos de estar con Dios, y los condenados están contentos de no estar
con Dios.
Cuántas
veces el no cristiano se queja de la enseñanza de la predestinación, suele ser
una racionalización hipócrita de su rechazo de Cristo. Yo preguntaría:
¿Qué
desea? ¿Está arrepentido de sus pecados? ¿Confía en Cristo como Salvador? ¿Ama
a Dios y desea ir al cielo? Si la respuesta es sí, entonces debería saber que
es cristiano. Ya ha creído. Y “al que a mí viene, no le hecho fuera”, dice
Jesús. Tiene lo que desea.
Si
responde que no a esas preguntas, entonces preguntaría, “¿Por qué se queja?
Tiene todo lo que desea. No desea a Cristo, no desea el cielo. Bien, tiene exactamente
lo que desea.”
VENTAJAS PRÁCTICAS
Estas
enseñanzas bíblicas acerca de la elección son difíciles de entender. Si alguien
sigue dudando de ellas, debería recordar que la salvación no depende de creer
todo lo que la Biblia dice acerca de la elección incondicional. Podemos tener
confusión de ideas e incluso negar algunas verdades bíblicas, y sin embargo ser
salvos. La salvación no depende de poseer el conocimiento de un teólogo.
Depende sólo de si uno ha puesto verdaderamente la confianza en Jesucristo para
que lo salve de sus pecados. Por consiguiente, tanto los arminianos como los
calvinistas que se arrepienten de sus pecados y acuden a Cristo para conseguir
la salvación irán al cielo.
Pero
si yo fuera Arminiano, desearía saber con certeza lo que dice la Biblia acerca
de la elección; porque es innegable que el Arminiano pierde mucho de la riqueza
de la vida cristiana debido a sus puntos de vista. Véase como ocurre esto de
estas dos formas:
A. ALABANZA AGRADECIMIENTO A DIOS.
Si
uno cree que Cristo murió por sus pecados y que con la ayuda parcial del
Espíritu santo ha llegado a esa convicción, estará sumamente agradecido con
Dios. Pero suponga que, además de estar agradecido con Cristo por haber muerto
en la cruz por usted, cayera en la cuenta de que nunca hubiera amado a Jesús a
no ser que él lo hubiera amado primero, que nunca lo hubiera elegido a no ser
que el lo hubiera elegido a no ser que el le hubiera dado fe en ÉL.
Entonces
lo amaría mucho más. Su humildad sería mucho mayor porque sabría que ni es
suficientemente bueno para distinguir algo bueno que está ante sus ojos. Su
agradecimiento sería mucho mayor porque tendría mucho más de que estar
agradecido. Su decisión de vivir una vida mejor sería mucho más firme porque habría
más razones por las que estar agradecido. Cuán bueno es Dios no sólo en
perdonarnos los pecados sino también en darnos fe en Cristo de modo que podamos
conseguir el perdón de los pecados. ¡Que bueno es Dios¡
B. LA CONFIANZA DE SER SALVO.
Si en
último término nuestra salvación dependiera de nuestra libre voluntad de
aceptar a Cristo, y si dios suministrara la expiación vicaria de Cristo, pero
no nuestra fe, entonces estaríamos en una condición deplorable. Pensemos en
esto - ¡que el seguir siendo cristianos o no, dependiera de nosotros¡ ¡Qué
pensamientos tan terrible¡ ¿La salvación depende de nosotros, quienes por
naturaleza estamos corrompidos y no amamos a Dios? ¿De nosotros, que como
cristianos todavía tenemos al hombre viejo en nosotros? ¿De nosotros, quienes
dudamos, vacilamos, y pecamos? ¿La salvación depende de nosotros? Oh, no, que
no sea así. Creo hoy, pero quizá mañana no creeré.
Quizá
sucumbiré ante los deseos pecaminosos en vez de seguir fiel a Cristo. Quizá mis
profesores escépticos me convencerán de que la Biblia no es la verdad. Éstas
pueden ser las turbaciones del que piensa que en último término su fe depende
fundamentalmente de sí mismo y que no la ha recibido de Dios.
Pero
el calvinista sabe que toda su salvación depende de Dios y no de sí mismo. Sabe
que no sólo Cristo murió por sus pecados, sino también que Dios le dio la fe.
Sabe que el que ha comenzado la buena obra en él la continuará hasta el día del
juicio (Fil. 1.6) Así pues, el Arminiano no puede poseer el gozo y consuelo de
salvación porque hace descansar su fe en sí mismo y no en Dios.
Alabemos
a Dios, de quien provienen todas las bendiciones, incluyendo la fe, que es el
medio de garantizar las bendiciones de la expiación de Cristo. Alabemos a Dios
por su amor selectivo.
MEDITANDO SOBRE DIOS
“¿Alcanzarás
tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más
alto que los cielos: ¿qué harás? Es más profundo que el infierno: ¿cómo lo
conocerás? Su dimensión es más larga que la tierra, y más ancha que la mar” (Job
11:7-9). En los estudios anteriores, hemos observado algunas de las admirables
y preciosas perfecciones del carácter Divino.
Después de
esta meditación sencilla y deficiente de sus atributos, ha de ser evidente para
todos nosotros que Dios es, en primer lugar, un ser incomprensible, y,
maravillados ante su infinita grandeza, nos vemos obligados a usar las palabras
de Sofar: “¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del
Todopoderoso? Es más alto que los cielos: ¿qué harás? Es más profundo que el
infierno: ¿cómo lo conocerás? Su dimensión es más larga que la tierra, y más
ancha que la mar” Cuando dirigimos nuestro pensamiento a la eternidad de Dios,
a su ser inmaterial, su omnipresencia y su omnipotencia, nos sentimos
anonadados.
Pero la
imposibilidad de comprender la naturaleza Divina no es razón para desistir en
nuestros esfuerzos reverentes y devotos para entender lo que tan benignamente
ha revelado Dios de sí mismo en su Palabra. Sería locura el decir que, porque
no podemos adquirir un conocimiento perfecto es mejor no esforzarnos en
alcanzar parte.
‘Nada aumenta
tanto la capacidad del intelecto y del alma humana como la investigación
devota, sincera y constante del gran tema de la Divinidad. El más excelente
estudio para desarrollar el alma es la ciencia de Cristo crucificado y el
conocimiento de la divinidad en la gloriosa Trinidad”. Citando a C. H.
Spurgeon, este gran predicador bautista del siglo pasado, diremos que:
“El estudio
propio para el cristiano es el de la Divinidad: La ciencia más elevada, la
especulación más sublime y la filosofía más importante en la que el hijo de
Dios puede ocupar su atención es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra
y la existencia del gran Dios al que llama Padre.” En la meditación de la Divinidad
hay algo extremadamente beneficioso para la mente. Es un tema tan vasto, que
hace que nuestros pensamientos se pierdan en la inmensidad; tan profundo, que
nuestro orgullo queda ahogado.
Podemos
comprender y dominar otros temas; al hacerlo, nos sentimos satisfechos,
decimos: He aquí soy sabio, y seguimos nuestro propio camino. Sin embargo, nos
acercamos a nuestra ciencia magistral y nos damos cuenta que nuestra plomada no
alcanza su profundidad, y que nuestros ojos de lince no pueden llegar a su altura,
nos alejamos pensando: Nosotros somos de ayer, y no sabemos, (Mal. 3:6). Sí,
nuestra incapacidad para comprender la naturaleza divina debería enseñarnos a
ser humildes, precavidos y reverentes.
Después de
toda nuestra búsqueda y meditación, hemos de decir como Job: “He aquí, éstas
son partes de sus caminos; ¡mas cuán poco hemos oído de él!” (Job 26:14).
Cuando Moisés imploró que le mostrara su gloria, él le respondió: “Yo
proclamaré el nombre de Jehová delante de ti” (Exo. 33:19), y, como alguien ha
dicho, “el nombre es el conjunto de sus atributos”.
Podemos
dedicarnos por completo al estudio de las diversas perfecciones por las cuales
el Dios nos descubre su propio ser, atribuírselas todas, aunque tengamos
todavía concepciones pobres y defectuosas de cada una de ellas. Sin embargo, en
tanto que nuestra comprensión corresponde a la revelación que él nos
proporciona de sus varias excelencias, tenemos una visión presente de su
gloria.
En verdad, la
diferencia entre el conocimiento que de Dios tienen los santos en esta vida y
el que tendrán en el cielo es grande; con todo, ni el primero ha de ser
desestimado, ni el segundo exagerado. Es cierto que la Escritura declara que le
“veremos cara a cara” y que “conoceremos como somos conocidos” (1Cor. 13:12).
Pero deducir
de esto que entonces conoceremos a Dios como él nos conoce a nosotros es
dejarnos seducir por la mera apariencia de las palabras, y prescindir de la
limitación que ellas mismas imponen necesariamente en tema como éste.
Hay una gran
diferencia entre decir que los santos serán glorificados, y que serán hechos
divinos. Los cristianos, aún en su estado de gloria, serán criaturas finitas,
y, por lo tanto, incapaces de comprender completamente al Dios infinito. “En el
cielo, los santos verán a Dios con ojos espirituales, por cuanto El será
siempre invisible al ojo físico; le verán más claramente de como le veían por
la razón y la fe, y más extensamente de lo que han revelado hasta ahora sus
obras y dispensaciones; pero la capacidad de sus mentes no serán aumentadas
hasta el punto de poder contemplar a la vez y en detalle toda la excelencia de
su naturaleza.
Para
comprender la perfección infinita sería necesario que fuesen infinitos. Aún en
el cielo su conocimiento será parcial; sin embargo, su felicidad será completa
porque su conocimiento será perfecto, en el sentido de que será el adecuado a
la capacidad del ser, aunque no agote la plenitud del fin, creemos que será
progresivo, y que, a medida que su visión se desarrolle, su bienaventuranza
aumentará también; pero nunca alcanzará un límite más allá del cual no hay nada
más por descubrir; y, cuando los siglos hayan transcurrido, él será todavía el
Dios incomprensible.
En segundo
lugar, en el estudio de las perfecciones de Dios se pone de manifiesto que es
todo suficiente. Lo es en sí y para sí mismo. El primero de todos los seres no
podía recibir cosa alguna de otro. Siendo infinito, está en posesión de toda
perfección posible.
Cuando el Dios
trino estaba sólo, él era el todo para sí. Su entendimiento, amor y energía
estaban dirigidos a sí mismo. Si hubiese necesitado algo externo, no hubiese
sido independiente, y, por tanto, no hubiese sido Dios. Creó todas las cosas
“para él” mismo (Col. 1:16). Con todo, no lo hizo para suplir alguna necesidad
que pudiera tener, sino para transmitir la vida y la felicidad a los ángeles y
a los hombres, y para admitirles a la visión de Su propia gloria. Verdad es que
exige la lealtad y la devoción de sus criaturas inteligentes; sin embargo, no
se beneficia de su servicio, antes al contrario, son ellas las beneficiadas
(Job 22:2,3).
Dios usa
medios e instrumentos para cumplir sus propósitos, no porque su poder sea
insuficiente, sino, a menudo, para demostrarlo de modo más sorprendente a pesar
de la debilidad de los instrumentos. La absoluta suficiencia de Dios hace de El
objeto supremo de nuestras aspiraciones. La verdadera felicidad consiste
solamente en el disfrute de Dios. Su favor es vida, y su cuidado es mejor que
la vida misma.
“Mi parte es
Jehová, dijo mi alma; por tanto en él esperaré” (Lam. 3:24); la percepción de
su amor, su gracia y su gloria es el objeto principal de los deseos de los
santos, y el manantial de sus más nobles satisfacciones. Muchos dicen: “¿Quién
nos mostrará el bien?” Haz brillar sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu
rostro. Tú has dado tal alegría a mi corazón que sobrepasa a la alegría que
ellos tienen con motivo de su siega y de su vendimia.” (Sal. 4:6-7).
Sí cuando el
cristiano está en su cabal juicio, puede decir: “Aunque la higuera no florezca
ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del olivo y los campos no
produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil y no haya vacas en
los establos; con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi
salvación” (Hab. 3:17-18).
En tercer
lugar, en el estudio de las perfecciones de Dios resalta el hecho de que El es
Soberano Supremo del universo. Alguien ha dicho, con razón, que, “ningún
dominio es tan absoluto como el de la creación. Aquél que podía no haber hacho
nada, tenía el derecho de hacerlo todo según su voluntad.
En el
ejercicio de su poder soberano hizo que algunas partes de la creación fueran
simple materia inanimada, de textura más o menos refinada, de muy diversas
cualidades, pero inerte e inconsciente. El dio a otras organismo, y las hizo
susceptibles de crecimiento y expansión, pero, aún así, sin vida en el sentido
propio de la palabra. A otras les dio, no sólo organismo, sino también
existencia consciente, órganos del sentido y movimiento propio. A éstos añadió
en el hombre el don de la razón y un espíritu inmortal por el cual está unido a
un orden de seres elevados que habitan en las regiones superiores.
El agita el
cetro de la omnipotencia sobre el mundo que creó. Alabe y glorifique al que
vive para siempre; porque su señorío es sempiterno, y su reino por todas las
edades. Y todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el
ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad:
ni hay quien estorbe su mano y le diga: ¿qué haces? (Dan. 4:3435).
La criatura,
considerada como tal, no tiene derecho alguno. No puede exigir nada a su
Creador, y como quiera que sea tratado, no tiene razón en quejarse. No
obstante, al pensar en el señorío absoluto de Dios sobre todas las cosas, no
deberíamos de olvidar nunca sus perfecciones morales. Dios es justo y bueno, y
siempre hace lo que es recto. Sin embargo, ejerce su soberanía según su
voluntad imperial y equitativa.
Asigna a cada
criatura su lugar según parece bien a sus ojos. Ordena las diversas
circunstancias de cada una según sus propios consejos. Moldea cada vaso según
su determinación inmutable. Tiene misericordia del que quiere, y al que quiere
endurece. Dondequiera que estemos, su ojo está sobre nosotros. Quienquiera que seamos,
nuestra vida y posesiones están a su disposición.
Para el
cristiano es un Padre tierno; para el rebelde pecador será fuego que consume.
“Por tanto, al Rey de siglos, inmortal, invisible, al solo sabio Dios sea honor
y gloria por los siglos de los siglos. Amen” (1Tim. 1:17).