(1)
A.
A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente: Ro. 3:24; 8:30.
B.
No infundiéndoles justicia y rectitud sino perdonándoles sus pecados, y
considerando y aceptando sus personas como justas: Ro. 4:5-8; Ef. 1:7.
C.
no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de
Cristo: 1 Co. 1:30, 31; Ro. 5:17-19.
D.
No imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia
evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a
toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única
justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios: Fil. 3:9; Ef. 2:7, 8; 2 Co. 5:19-21; Tit.
3:5, 7; Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch. 13:38, 39.
LA JUSTIFICACIÓN
NATURALEZA Y ELEMENTOS DE LA JUSTIFICACIÓN
La justificación puede ser definida como el acto legal por el cual
Dios declara justo al pecador sobre la base de la perfecta justicia de
Jesucristo. No es un acto o proceso de renovación, como lo son la regeneración,
la conversión o la santificación, y no afecta la condición, sino el estado del
pecador. Difiere de la santificación en varios aspectos: la justificación tiene
lugar fuera del pecador, ante el tribunal de Dios, quitando la culpa del
pecado, y es un hecho completo de una vez y para siempre; mientras que la
santificación tiene lugar en el hombre, quitando la inmundicia del pecado, y es
un proceso continuado durante toda la vida. Distinguimos dos elementos en la
justificación, que son:
EL PERDÓN DE LOS PECADOS SOBRE LA BASE DE LA JUSTICIA DE
JESUCRISTO
El perdón concebido se aplica a todos los pecados, pasados,
presentes y futuros, y por lo tanto no puede ser repetido. Salmo 103-12; Isa.
44-22; Rom. 5:21, 8-1, 32-34; Ef. 10: 14. Esto no significa que no necesitamos
orar más por perdón, pues la consciencia del pecado queda más refinada que
nunca, creando un sentimiento de separación y repulsa del pecado, y a causa de
la debilidad humana resulta necesario buscar repetidamente, la consoladora
seguridad del perdón. Sal. 25:7; 32:5; 51:1; Mat. 6:12; Santo 5:15; La Juan
1:9.
LA ADOPCIÓN
COMO HIJOS DE DIOS
En la justificación Dios adopta a los creyentes como hijos suyos,
les pone en la posición de hijos y les da todos los derechos de tales,
incluyendo el de una herencia eterna. Rom. 8: 17; 1.a Ped. 1:4. Esta adopción
legal de los creyentes debe ser distinguida de su adopción moral por la
regeneración y la santificación.
El primer aspecto se ha definido en Juan 1:12, 13, y el segundo en
Romanos 8: 15, 16. En Gal.. 4:5, aparece el primero, ambos en Gal.. 4:5, 6, por
orden correlativo.
EL CUÁNDO Y CÓMO DE LA JUSTIFICACIÓN
La palabra justificación no es usada siempre en el mismo sentido,
algunos hablan de cuatro aspectos de la justificación.
1. Justificación desde la Eternidad.
2. Justificación en la resurrección de Cristo.
3. Justificación por la fe.
4. Justificación pública en el juicio final.
Como explicación a este cuádruplo aspecto de la Justificación,
puede decirse que en un sentido ideal, la justicia de Cristo ya es aplicada a
los creyentes, en el consejo de la Redención, y por lo tanto desde la eternidad;
pero no es esto lo que quiere decir la Biblia cuando habla de la justificación
del pecador. Debemos distinguir entre lo que fue decretado en el eterno consejo
de Dios y lo que es realizado en el curso de la historia.
También hay alguna razón para hablar de la justificación en la
resurrección de Cristo. En cierto sentido puede ser dicho que la resurrección
fue la justificación de Cristo, la declaración de que su obra era perfecta, y
aceptada por Dios, y en El todo el conjunto de los creyentes fue justificado.
Pero esta es una transacción general y puramente objetiva, que no debe ser
confundida por la justificación personal de cada pecador.
Cuando la Biblia habla de la justificación del pecador, se refiere
generalmente a la aplicación subjetiva y personal, o sea a la apropiación de la
gracia justificadora de Dios. Generalmente se dice que somos justificados por
fe. Esto significa que tiene lugar en el momento cuando aceptamos a Cristo por
fe. La fe ha sido llamada el instrumento o el órgano que se apropia la
justificación decretada por Dios. Por fe el hombre se apropia, esto es: toma
para sí, la justicia de Cristo, y sobre esta base es justificado ante Dios. La
fe le justifica en cuando toma posesión de Cristo. Rom. 4:5; Gal.. 2:16.
Debemos guardarnos contra el error del católico romano, y de los
Arminianos, que dicen que el hombre es justificado sobre la base de su propia
justicia inherente, o por su fe. Ni la propia justicia del hombre, ni su propia
fe pueden ser base de su justificación. Esta se halla tan solamente en la
perfecta justicia de Jesucristo. Rom. 3:24; 10:4; 2.a Cor. 5:21 y Fil. 3:9.
OBJECIONES A LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN
Se han presentado varias objeciones a esta doctrina. Se dice que
si el hombre es justificado sobre la base de los méritos de Cristo, no es salvo
por gracia. Pero la justificación con todo lo que incluye, es una generosa obra
de Dios. El don de Cristo.
El hecho de que Dios nos aplique su justicia, y su modo de tratar
a los pecadores como justos, en virtud de este plan de salvación, es todo ello
gracia desde el principio al fin. También se dice que es indigno de Dios el
declarar justos a los pecadores, pero Dios no declara que los justificados son
justos por sí mismos, sino que son vestidos con la justicia de Jesucristo.
Finalmente se arguye que esta doctrina es a propósito para hacer a
la gente indiferente en cuanto a su vida moral. Si son justificados, sin
consideración a sus obras, ¿por qué tendrían que tener cuidado en cuanto a su
vida moral ya su piedad? Pero la justificación pone los fundamentos para una
vida de comunión con Cristo, y es la más segura garantía para una vida
verdaderamente santa. El hombre que vive realmente en unión con Cristo, no
puede ser indiferente a sus deberes morales, Rom. 3:5-8.
TEXTOS PARA APRENDER DE MEMORIA
LA JUSTIFICACIÓN EN GENERAL
1. Rom. 3:24. «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, por
la Redención que es en Cristo Jesús».
2. 2ª Cor. 5:21. «Al que no conoció pecado, hizo pecado por
nosotros; para que nosotros pudiéramos ser hechos justicia de Dios en El».
LA JUSTIFICACIÓN POR FE, NO POR OBRAS
1. Rom. 3:28. «Así que concluimos ser el hombre justificado por fe
sin las obras de la ley».
2. Rom. 4:5. «Mas al que no obra pero cree en Aquel que justifica al
impío, la fe le es contada por justicia».
3. Gal. 2:16. «Sabiendo que el hombre no es justificado por las
obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en
Jesucristo para que fuésemos justificados para la fe de Cristo y no por las
obras de la Ley, por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será
justificada».
LA JUSTIFICACIÓN Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS
1. Salmo 32:1, 2. «Bienaventurado es el hombre cuyas iniquidades son
perdonadas y. borrados sus pecados, bienaventurado aquel a quien Jehová no
imputa iniquidad y en cuyo espíritu no hay superchería».
2. Hechos 13:38-39. «Os Sea pues notorio, varones hermanos, que por
este os es anunciada remisión, de pecados; y de todo lo que por la ley de
Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que
creyere».
LA ADOPCIÓN DE HIJOS, HEREDEROS DE LA VIDA ETERNA
1. Juan 1:12. «Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre».
2. Gálatas 4:4-5. «Mas venido el cumplimiento del tiempo Dios envió
a su hijo hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, para que redimiese a los que
estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos».
LA JUSTIFICACIÓN BASADA EN LA JUSTICIA DE CRISTO
1. Rom. 3:21-22. «Mas ahora sin la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, testificada por la ley y por los profetas: la justicia de Dios por
la fe de Jesucristo, para todos los que creen en El; porque no hay diferencia».
2. Rom. 5:18. «Así que de la manera que por un delito vino la culpa
a todos los hombres para condenación, así por una justicia vino la gracia a
todos los hombres para justificación de vida».
PARA ESTUDIO BÍBLICO ADICIONAL
1. ¿Qué frutos de la justificación se mencionan en Rom.5:1-5?
2. ¿Enseña Santiago que el hombre es justificado por las obras? Sant
21:25.
3. ¿A qué objeciones contra la doctrina de la justificación responde
Pablo en Rom. 3:5-28?
LA JUSTIFICACIÓN (LA
SITUACIÓN LEGAL CORRECTA DELANTE DE DIOS)
¿CÓMO Y CUÁNDO
OBTENEMOS UNA SITUACIÓN LEGAL CORRECTA DELANTE DE DIOS?
EXPLICACIÓN Y
BASES BÍBLICAS
En los capítulos anteriores hablamos del llamamiento del evangelio
(mediante el cual Dios nos llama a confiar en Cristo para salvación), la
regeneración (mediante la cual Dios nos imparte nueva vida espiritual), y la
conversión (mediante la cual nosotros respondemos al evangelio con
arrepentimiento de pecado y fe en Cristo para salvación).
Pero, ¿qué de la culpa de nuestro pecador El evangelio nos invita a
confiar en Cristo en cuanto al perdón de nuestros pecados. La regeneración hace
posible que respondamos a esa invitación. En la conversión respondimos,
confiando en Cristo para el perdón de los pecados.
El siguiente paso ahora en el proceso de aplicación de la redención es
que Dios debe responder a nuestra fe y hacer lo que prometió, esto es, declarar
que nuestros pecados quedan perdonados. Esta debe ser una declaración legal
concerniente a nuestra relación con las leyes de Dios, estableciendo que
estamos completamente perdonados y que ya no estamos sujetos a ningún castigo.
Una comprensión correcta de la justificación es absolutamente esencial
para toda la fe cristiana. Una vez que Martín Lutero se dio cuenta cabal de la
verdad de la justificación solo por la fe, se convirtió en cristiano y se
sintió rebosar con el gozo recién encontrado del evangelio. El asunto primario
de la reforma protestante fue la controversia con la Iglesia Católica Romana
sobre la justificación.
Si vamos a salvaguardar la verdad del evangelio para futuras
generaciones, debemos entender la verdad de la justificación. Incluso hoy, un
entendimiento correcto de la justificación es la línea que divide el evangelio
bíblico de la salvación de solo por la fe y todos los evangelios falsos de
salvación basados en las buenas obras.
Cuando Pablo nos da una perspectiva general del proceso mediante el cual
Dios nos aplica la salvación, menciona explícitamente la justificación: «A los
que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a
los que justificó, también glorificó» (Ro 8: 30). Como explicamos en el
capítulo anterior, la palabra llamó aquí se refiere al llamamiento eficaz del
evangelio, que incluye la regeneración y produce de nuestra parte la respuesta
de arrepentimiento y fe (o conversión).
Después del llamamiento eficaz y de la respuesta que inicia de nuestra
parte, el paso siguiente en la aplicación de la redención es la
«justificación». Pablo menciona aquí que esto es algo que Dios mismo hace: «A
los que llamó, a éstos también justificó».
Además, Pablo enseña con bastante claridad que esta justificación viene
después de nuestra fe y es la respuesta de Dios a nuestra fe. Él dice que Dios
es «el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26), y que «todos
somos justificados por fe, y no por las obras que la ley exige» (Ro 3:28). Él
dice: <<Justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1).
Además, «nadie es justificado por las obras que demanda la ley, sino por
la fe en Jesucristo» (Gá 2: 16).
¿Qué Es, Pues, La Justificación? La Podemos Definir De La Manera Siguiente:
La Justificación Es Un Acto Legal Instantáneo De Parte De Dios Mediante El Cual
Él:
(1)
Declara Que Nuestros Pecados Están Perdonados Y Que La Justicia De Cristo Nos
Pertenece, Y:
(2) Nos
Declara Justos Ante Sus Ojos.
AL explicar los elementos de esta definición, consideraremos primero la
segunda parte de la misma, el aspecto de la justificación mediante el cual Dios
«nos declara justos ante sus ojos». Tratamos estos elementos en orden inverso
porque el énfasis del Nuevo Testamento en el uso de la palabra justificación y
los términos relacionados está en la segunda parte de la definición: la
declaración legal de Dios.
Pero también hay pasajes que muestran que esta declaración está basada
en el hecho de que Dios primero declara la justicia que nos pertenece. De modo
que ambos aspectos deben ser considerados, aun cuando los términos del Nuevo
Testamento que denotan justificación se enfocan en la declaración legal de
Dios.
LA JUSTIFICACIÓN INCLUYE UNA DECLARACIÓN LEGAL DE
PARTE DE DIOS
El uso de la palabra justificar en la Biblia indica que la justificación
es una declaración legal de Dios. El verbo justificar en el Nuevo Testamento
(gr. dikaioo) tiene una gama de significados, pero el sentido más común es el
de «declarar justo». Por ejemplo, leemos: «y todo el pueblo y los publicanos,
cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan»
(Lc 7: 29, RVR 1960).
Por supuesto, el pueblo y los recaudadores de impuestos no hicieron a
Dios justo: sería imposible que alguno de nosotros pudiera hacerlo. Más bien
ellos declararon que Dios era justo.
Este es también el sentido del término en pasajes donde el Nuevo
Testamento habla acerca de que nosotros hemos sido declarados justos por Dios
(Ro 3: 20, 26, 28; 5:1; 8: 30; 10: 4; Gá 2:16; 3: 24). Este sentido es
particularmente evidente, por ejemplo, en Romanos 4:5: «Mas al que no obra,
sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia
(RVR 1960).
Pablo no puede estar diciendo que Dios «hace que los impíos sean justos»
(al cambiarlos en su interior y hacerlos moralmente perfectos), porque entonces
ellos tendrían méritos u obras propias de las que depender. Más bien, él quiere
decir que Dios declara que los impíos son justos ante sus ojos, no en base de
sus buenas obras, sino en respuesta a su fe.
La idea de que la justificación es una declaración legal es también
bastante evidente cuando se contrasta la justificación con la condenación.
Pablo dice: «¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará?» (Ro 8: 33-34). «Condenar» a alguien es declarar
que esa persona es culpable.
Lo opuesto a la condenación es la justificación, que, en este contexto,
debe significar «declarar que alguien no es culpable». Esto es también evidente
en el hecho de que el acto de Dios de justificar se da al responder Pablo a la
posibilidad de que alguien presente acusaciones o cargos en contra del pueblo
de Dios. Una declaración así de culpabilidad no puede sostenerse ante la
realidad de la declaración de Dios de justicia.
Algunos ejemplos en el Antiguo Testamento de la palabra justificar (gr.
Dikaoo en la Septuaginta, cuando se traduce tsadak, (justificar) da apoyo a
este entendimiento.
Por ejemplo, leemos de jueces que deciden un caso «absolviendo
[justificando] al inocente y condenando al culpable» (Dt 25: 1). De manera que
en este caso (justificar) debe significar «declarar que es justo o no
culpable», del mismo modo que «condenar» significar «declarar culpable».
No tendría sentido decir que (justificar) aquí significa «hacer que
alguien sea interiormente bueno», porque los jueces no hacen, ni pueden
hacerlo, que alguien sea bueno dentro de su ser. Como tampoco la acción del
juez de condenar al impío hace que esa persona sea mala en su interior;
simplemente está declarando que esa persona es culpable con respecto a un
delito en particular que ha sido presentado ante el tribunal (Éx 23: 7; 1ª R 8:
32; 2ª Co 6: 23).
Del mismo modo, a Job rehúsa decir que sus amigos que le consolaban
tuvieran razón en lo que le decían: «Jamás podré admitir que ustedes tengan
razón» Job 27: 5, usando los mismos términos en hebreo y griego que se traduce
(justificar). La misma idea la encontramos en Proverbios: «Absolver al culpable
y condenar al inocente son dos cosas que el Señor aborrece» (Pr 17: 15).
Aquí la idea de la declaración legal es especialmente fuerte. Desde
luego no sería una abominación para el Señor si (justificar) significara «hacer
a alguien bueno o justo en su ser interior». En ese caso, (justificar al impío)
sería algo muy bueno a los ojos del Señor. Pero si (justificar) significara
«declarar justo», está perfectamente claro por qué el que <<justifica al
impío» es una abominación para el Señor.
Del mismo modo, Isaías condena «a los que justifican al impío mediante
cohecho» (Is 5: 23); de nuevo, (justificar) significar «declarar que es justo»
(usado aquí en el contexto de una declaración legal).
Pablo usa con frecuencia la palabra en este sentido de «declarar ser
justo» o «declarar no ser culpable» cuando habla de que Dios nos justifica, su
declaración de que nosotros, aunque pecadores convictos, somos, no obstante,
justos ante sus ojos. Es importante enfatizar que esta declaración legal no
cambia por sí misma para nada nuestra naturaleza o carácter interior. En este
sentido de (justificar),
Dios hace una declaración legal acerca de nosotros. Esta es la razón por
la que los teólogos han dicho también que la justificación es forense, y esta
palabra denota lo que «tiene que ver con procedimientos legales».
John Murray hace una distinción importante entre regeneración y
justificación:
La Regeneración Es Algo Que Dios Hace En Nosotros; La Justificación Es
Un Juicio De Dios Con Respecto A Nosotros. Esa Diferencia Es Semejante A La
Diferencia Entre Lo Que Hace Un Cirujano Y Lo Que Hace Un Juez. Cuando El
Cirujano Nos Extirpa Un Cáncer Interno Hace Algo Dentro De Nosotros. Eso No Es
Lo Que Hace El Juez: El Juez Da Un Veredicto En Cuanto A Nuestra Posición
Judicial. Si Somos Inocentes, Así Lo Declara.
La pureza del evangelio está ligada al reconocimiento de esta
diferencia. Si se confunde la justificación con la regeneración o
santificación, queda abierta la puerta para la perversión del evangelio en su
esencia. La justificación es todavía el artículo sobre el cual se mantiene o
cae la iglesia.
DIOS DECLARA QUE SOMOS JUSTOS ANTE SUS OJOS
En la declaración legal de Dios de la justificación, declara
específicamente que somos justos ante sus ojos. Esta declaración abarca dos
aspectos. Primero, significa que declara que no tenemos que pagar un castigo
por el pecado, incluyendo los pecados pasados, presentes y futuros. Después de
una larga reflexión sobre la justificación solo por la fe (Ro 4: 1-5: 21), y
una reflexión parentética sobre la permanencia del pecado en la vida cristiana,
Pablo regresa a su argumento principal en el libro de Romanos y dice 10 que es
cierto de los que han sido justificados por la fe:
«Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús» (Ro 8: 1). En este sentido los que están justificados ya no
tienen ningún castigo que pagar por el pecado. Esto quiere decir que no estamos
sujetos a ninguna acusación de culpabilidad o condenación: «¿Quién acusará a
los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará?» (Ro 8:
33-34).
La idea de un perdón completo de los pecados es prominente cuando Pablo
habla de la justificación solo por la fe en Romanos 4. Cita a David cuando
pronuncia una bendición sobre «aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la
mediación de las obras». Después recuerda cuando David dice: «¡Dichosos
aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los
pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Ro 4: 6-8).
Tal justificación, por tanto, incluye claramente el perdón de los
pecados. David habla de la misma forma en el Salmo 103: 12: «Tan lejos de
nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente»
(cf v. 3).
Pero si Dios solo declarara que estamos perdonados de nuestros pecados,
no resolvería nuestros problemas del todo, porque eso solo nos haría moralmente
neutros delante de Dios. Estaríamos en el estado en que Adán se encontraba
antes de que hubiera hecho algo bueno o malo ante los ojos de Dios: no era
culpable ante Dios, pero tampoco tenía un historial de justicia ante Dios.
Este primer aspecto de la justificación, en el cual Dios declara que
nuestros pecados están perdonados, lo podemos representar mediante en la que
los signos de menos representan pecados en nuestra cuenta que han sido
completamente perdonados en la justificación.
Sin embargo, ese movimiento no es suficiente para que obtengamos el
favor de Dios. Debemos movernos más bien desde un punto de neutralidad moral a
otro punto en el que tengamos una justicia positiva delante de Dios, la
justicia de una vida de perfecta obediencia a él. Nuestra necesidad la podemos
representar, por tanto, en la que el signo de más indica un registro de
justicia delante de Dios.
LA ADJUDICACIÓN DE LA
JUSTICIA DE CRISTO A NUESTRO FAVOR ES LA OTRA PARTE DE LA JUSTIFICACIÓN
Por tanto, el segundo aspecto de la justificación es que Dios debe
declarar que no somos solo neutrales ante sus ojos, sino que somos justos ante
sus ojos. De hecho, él debe declarar que tenemos los méritos de la perfecta
justicia ante él. El Antiguo Testamento a veces presenta a Dios como dando esa
justicia a su pueblo aun cuando este no la ha ganado por sí mismo: «Me deleito
mucho en el Señor; me regocijo en mi Dios.
Porque él me vistió con ropas de salvación y me cubrió con el manto de
la justicia» (Is 61: 10). Pero Pablo habla más específicamente acerca de esto
en el Nuevo Testamento. Como solución para nuestra necesidad de justicia, el
apóstol nos dice que «ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas.
Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los
que creen» (Ro 3: 21-22). Él dice: «Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en
cuenta como justicia» (Ro 4: 3, citando Gen 15: 6). Esto sucedió gracias a la
obediencia de Cristo, porque Pablo dice al final de esta amplia reflexión sobre
la justificación por la fe que «por la obediencia de uno solo muchos serán
constituidos justos» (Ro 5: 19). Entonces, el segundo aspecto de la declaración
de Dios en la justificación es que tenemos los méritos de la perfecta justicia
delante de él.
Pero surge la pregunta: ¿Cómo puede Dios declarar que no tenemos castigo
que pagar por el pecado, y que tenemos los méritos de la perfecta justicia, si
en realidad somos pecadores culpables? ¿Cómo puede Dios declarar que no somos
culpables sino justos cuando en realidad somos injustos? Estas preguntas nos
llevan al siguiente punto.
DIOS PUEDE DECLARAR QUE SOMOS JUSTOS PORQUE NOS
ATRIBUYE LA JUSTICIA DE CRISTO
Cuando decimos que Dios nos atribuye la justicia de Cristo queremos
decir que Dios ve la justicia de Cristo como nuestra, o considera que nos
pertenece a nosotros.
Él lo acredita en nuestra cuenta. Leemos: «Creyó Abraham a Dios, y esto
se le tomó en cuenta como justicia» (Ro 4:3, citando Gn 15:6). Pablo explica:
«Al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en
cuenta la fe como justicia. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de
aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras» (Ro 4:
5-6). De esta manera la justicia de Cristo viene a ser nuestra. Pablo dice que
nosotros somos «los que reciben en abundancia la gracia y el don de la
justicia» (Ro 5: 17).
Esta es la tercera vez al estudiar las doctrinas de las escrituras que
nos hemos encontrado con la idea de atribuir culpa o justicia a alguien.
Primero, cuando Adán pecó, su culpa nos fue imputada a nosotros; Dios el Padre
lo vio como que nos pertenecía y, por tanto, lo hizo.
Segundo, cuando Cristo sufrió y murió por nuestros pecados, nuestro pecado le
fue imputado a Cristo; Dios lo vio como que le pertenecía, Y Jesús pagó el
castigo correspondiente.
Ahora vemos en la doctrina de la justificación algo similar por tercera
vez. La justicia de Cristo es adjudicada a nosotros, y, por tanto, Dios
considera que nos pertenece. No es nuestra propia justicia sino la justicia de
Cristo la que nos acreditan. Por eso Pablo puede decir que Dios hizo que Cristo
fuera hecho «nuestra sabiduría, es decir, nuestra justificación, santificación
y redención» (1ª Co 1: 30).
Y Pablo dice que su meta es ser encontrado en Cristo, pues no quiere su
«propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe
en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe» (Fil 3: 9). El
apóstol sabe que la justicia que tiene delante de Dios no está basada en algo
que él haya hecho; es la justicia de Dios que nos viene por la fe en Cristo
Jesús (ef. Ro 3:21-22).
Es fundamental para la esencia del evangelio insistir en que Dios nos
declara justos no en base a nuestra condición real de justicia o santidad, sino
más bien sobre la base de la justicia perfecta de Cristo, que según él nos
pertenece. Esta fue la esencia de la diferencia entre el protestantismo y el
catolicismo romano en el tiempo de la Reforma.
El protestantismo desde el tiempo de Martín Lucero ha insistido en que
la justificación no nos cambia interiormente y no es una declaración basada en
ninguna manera en bondad alguna que tengamos en nosotros. Si la justificación
nos cambiara en nuestro ser interno y entonces nos declarara justos basado en
cuán buenos éramos.
(1) Nunca
podríamos ser declarados perfectamente justos en esta vida, porque el pecado
permanece siempre en nuestra vida, y:
(2) No
habría provisión para el perdón de los pecados pasados (que cometimos antes de
haber sido cambiados interiormente), y, por tanto, nunca podríamos tener
seguridad de estar en una situación correcta con Dios. Perderíamos la seguridad
que Pablo tiene cuando dice: «Ya que hemos sido justificados mediante la fe,
tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5: 1).
Si pensamos que la justificación está basada en lo que somos
interiormente, nunca tendríamos la confianza de decir con Pablo: «Ya no hay
ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1). No
tendríamos seguridad de perdón con Dios, ni confianza de poder acercamos a él
«con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe» (He 10: 22).
No podríamos hablar de la abundante «gracia y el don de la justicia» (Ro
5:17), o decir que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro
Señor» (Ro 6:23).
La interpretación tradicional católica romana de la justificación es muy
diferente.
La Iglesia Católica Romana entiende la justificación como algo que nos
cambia en nuestro interior y nos hace más santos por dentro. «Según la
enseñanza del Concilio de Trento, la justificación es "santificación y
renovación del hombre interior».” Con el fin de que la justificación empiece,
uno debe empezar siendo bautizado y luego (como un adulto) continuar teniendo
fe: «La causa instrumental de la primera justificación es el sacramento del
bautismo».? Pero «la justificación del adulto no es posible sin fe.
En cuanto a lo que tiene que ver con el contenido de la fe que
justifica, la llamada fe fiduciaria no es suficiente. Lo que se demanda es una
fe dogmática o teológica (fe confesional) que consiste de la aceptación firme
de las verdades divinas de la revelación».' De manera que el bautismo es el
medio a través del cual se obtiene primero la justificación, y entonces la fe
es necesaria si el adulto va a recibir la justificación o continuar en el
estado de justificación.
Ott explica que «la llamada fe fiduciaria» no es suficiente, lo que
quiere decir que la fe que simplemente confía en Cristo para el perdón de los
pecados no es suficiente. Debe ser una fe que acepta el contenido de la
enseñanza de la Iglesia Católica, «una fe dogmática o teológica».
Podemos decir que según el concepto católico la justificación no está
basada en la justicia adjudicada sino en la justicia infundida, esto es, la
justicia que Dios en realidad pone en nosotros y que nos cambia en nuestro ser
interior y en términos de nuestro carácter moral real. Entonces nos da varias
medidas de justificación conforme a la medida de la justicia que él ha
infundido o puesto en nosotros.
El resultado de esta interpretación católica romana de la justificación
es que las personas no pueden estar seguras de sí están en un «estado de
gracia» donde experimentan la completa aceptación y favor de de Dios. La
Iglesia Católica enseña que las personas no pueden estar seguras de que están
en un «estado de gracia» a menos que reciban a este efecto una revelación especial
de parte de Dios. El Concilio de Trento declaró:
Si Uno Considera Su Propia Debilidad Y Su Disposición Defectuosa, Bien
Puede Que Esté Temeroso O Ansioso En Cuanto A Su Estado De Gracia, Pues Nadie
Conoce Con Seguridad De Fe, Que No Permite Error, Que Haya Alcanzado La Gracia
De Dios.
Ott Comenta En Cuanto A Esta Declaración:
Esta Incertidumbre Del Estado De Gracia Se Debe A Esto, Que Sin Una
Revelación Especial Nadie Puede Con Certeza De Fe Saber Si Ha Cumplido O No
Todas Las Condiciones Que Son Necesarias Para Alcanzar La Justificación. La
Imposibilidad De De La Certidumbre De Fe, Sin Embargo, No Excluye Bajo Ningún
Concepto Una Elevada Certidumbre Moral Respaldada Por El Testimonio De La
Conciencia.
Además, puesto que la Iglesia Católica Romana ve la justificación como
incluyendo algo que Dios hace dentro de nosotros, le sigue que las personas
pueden experimentar varios grados de justificación. Leemos: «El grado de gracia
justificadora no es idéntico en todos los justos» y «la gracia puede aumentarse
mediante las buenas obras».
Ott explica cómo este punto de vista católico difiere del de los
reformadores protestantes: «Como los reformadores consideraron erróneamente la
justificación como solo la adjudicación externa de la justicia de Cristo, se vieron
también obligados a sostener que la justificación es idéntica en todos los
hombres.
El Concilio de Trento, sin embargo, declaró que la medida de la gracia
de la justificación recibida varía en la persona que es justificada, conforme a
la medida de la libre distribución de Dios y de la disposición y de la
cooperación del recipiente mismo».
Por último, la consecuencia lógica de esta perspectiva de la
justificación es que nuestra vida eterna con Dios no está basada solo en la
gracia de Dios, sino también parcialmente en nuestros propios méritos: «Para el
justificado la vida eterna es tanto un don de gracia prometido por Dios como
una recompensa por sus propias buenas obras y méritos. Las obras beneficiosas
son, al mismo tiempo, dones de Dios y acciones meritorias del hombre».
Para apoyar esta perspectiva de la justificación con las Escrituras, Ott
combina repetidas veces pasajes del Nuevo Testamento que hablan no solo de la
justificación, sino también de otros muchos aspectos de la vida cristiana, como
la regeneración (que Dios obra en nosotros), la santificación (que es un
proceso en la vida cristiana y que, por supuesto, varía de un individuo a
otro), la posesión y uso de varios dones espirituales en la vida cristiana (lo
cual difiere de individuo a individuo) y la recompensa eterna (que también
varía según cada individuo).
Clasificar todos estos pasajes bajo la categoría de (justificación) solo
hace borroso el asunto y al final hace el perdón de los pecados y nuestra
posición legal delante de Dios un asunto de mérito propio, no de un regalo de
Dios. Por tanto, este emborronamiento de distinciones al final destruye lo
central del evangelio.
Esto es lo que Martín Lutero vio con tanta claridad y es lo que dio una
motivación tan grande a la Reforma. Cuando las buenas noticias del evangelio se
convirtieron de verdad en buenas noticias de salvación gratuita y total en
Cristo Jesús, se extendió como un incendio imparable por todo el mundo
civilizado.
Pero esto fue solo una recuperación del evangelio original, el cual
declara: «La paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor) (Ro 6:23), e insiste: «Ya no hay ninguna
condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8: 1).
LA JUSTIFICACIÓN NOS VIENE ÚNICAMENTE POR LA GRACIA
DE DIOS, NO EN BASE DE MÉRITO ALGUNO QUE TENGAMOS
Después de que Pablo explica en Romanos 1:18-3:20 que nadie podrá jamás
hacerse justo ante los ojos de Dios (Nadie será justificado en presencia de
Dios por hacer las obras que exige la ley), Ro 3: 20), el apóstol continúa
explicando que «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero
por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo
Jesús efectuó» (Ro 3: 23-24).
La «gracia» de Dios significa «favor inmerecido». Como definitivamente
no podemos ganar el favor de Dios, la única manera en que podemos ser
declarados justos es que Dios gratuitamente nos provea de la salvación por
gracia, totalmente aparte de nuestras obras. Pablo explica: «Porque por gracia
ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que
es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Ef. 2: 8-9, Tit
3: 7).
La gracia aparece claramente contrastada con las obras o méritos como la
razón por la que Dios está dispuesto a justificamos.
Dios no tenía ninguna obligación de imputar nuestro pecado a Cristo ni
de adjudicamos a nosotros la justicia de Cristo; fue solo por su gracia
inmerecida que lo hizo.
A diferencia de la enseñanza de la Iglesia Católica Romana de que somos
justificados por la gracia de Dios además de algunos méritos propios nuestros
al hacemos idóneos de recibir la gracia de la justificación y crecer nosotros
en este estado de gracia por medio de nuestras buenas obras, Lutero y los otros
reformadores insistieron en que la justificación viene solo por gracia, no por
la gracia y algunos otros méritos de nuestra parte.
(2)
A.
La fe que así recibe a Cristo y confía en él y en su justicia es el único
instrumento de la justificación: Ro.
1:17; 3:27-31; Fil. 3:9; Gá. 3:5.
B.
sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino que siempre va
acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe muerta sino
que obra por el amor: Gá. 5:6; Stg.
2:17, 22,26.
(3)
A.
Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos
que son justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la sangre de su cruz,
sufriendo en el lugar de ellos el castigo que merecían, satisfizo adecuada,
real y completamente a la justicia de Dios en favor de ellos: Ro. 5:8-10, 19; 1 Ti. 2:5, 6; He 10:10, 14;
Is. 53:4-6, 10-12.
B.
Sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para ellos: Ro. 8:32.
C.
Y su obediencia y satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de ellos: 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2.
D.
Y ambas gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es solamente de
pura gracia: Ro. 3:24; Ef. 1:7.
E.
A fin de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de Dios fueran
glorificadas en la justificación de los pecadores: Ro. 3:26; Ef. 2:7.
DIOS NOS JUSTIFICA POR MEDIO DE NUESTRA FE EN
CRISTO
Cuando empezamos este capítulo notamos que la justificación viene
después de la fe salvadora. Pablo deja en claro esta secuencia cuando dice:
«Nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la
fe en él y no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado»
(Gá 2: 16). Pablo nos indica aquí que la fe viene primero y que es con el
propósito de ser justificado.
También dice que a Cristo se le «recibe por la fe» y que Dios es «el que
justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25, 26). Todo el capítulo 4 de
Romanos es una defensa del hecho de que somos justificados por la fe, no por
obras, del mismo modo que lo fueron Abraham y David. Pablo dice que somos
<0ustificados mediante la fe» (Ro 5:1).
Las Escrituras nunca dicen que somos justificados por la bondad
inherente de nuestra fe, como si nuestra fe tuviera méritos delante de Dios.
Nunca nos permiten pensar que nuestra fe nos ganará por sí misma el favor de
Dios. Más bien, las Escrituras dicen que somos justificados «por medio de la
fe», entendiéndose fe como el instrumento por medio del cual nos es dada la
justificación, pero no es para nada una actividad que nos gane méritos o el
favor de Dios, sino que somos justificados solo por los méritos de la obra de
Cristo (Ro 5:17-19).
Pero podemos preguntamos por qué escoge Dios la fe para que sea la
actitud de corazón mediante la cual obtenemos la justificación. ¿Por qué Dios
no ha decidido dar la justificación a todos los que muestran amor? ¿ü que
muestran gozo? ¿o contentamiento? ¿o humildad? ¿o sabiduría? ¿Por qué Dios
escogió la fe como el medio de recibir la justificación?
Es al parecer porque la fe es la actitud del corazón que es exactamente
lo opuesto a depender de nosotros mismos. Cuando vamos a Cristo en fe estamos
diciendo esencialmente: «¡Me rindo! Ya no vaya depender de mí mismo ni de mis
buenas obras. Sé que no vaya poder arreglar las cosas con Dios por mí mismo.
Por tanto, Señor Jesús, confío en ti y dependo por completo de ti para
que me des una posición de justo delante de Dios». De esta manera, la fe es
exactamente lo opuesto de confiar en nosotros mismos, y, por tanto, es la
actitud que lleva a la salvación porque no depende para nada de los méritos
propios sino de la dádiva de la gracia de Dios. Pablo lo explica bien cuando
dice: «Por eso la promesa viene por la fe, a fin de que por la gracia quede
garantizada a toda la descendencia de Abraham» (Ro 4: 16).
Por eso todos los reformadores desde Martín Lutero en adelante fueron
tan firmes en su insistencia de que la justificación no viene por medio de la
fe más algunos méritos o buenas obras de nuestra parte, sino solo por la fe.
«Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de
ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte»
(Ef2:8-9).
Pablo dice repetidas veces que «nadie será justificado en presencia de
Dios por hacer las obras que exige la ley» (Ro 3: 20); la misma idea la
encontramos repetida en Gálatas 2: 16; 3: 11; 5: 4.
¿Pero encaja esto bien con la epístola de Santiago? ¿Qué puede querer
decir Santiago cuando dice: «Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado
por las obras, y no solamente por la fe» (Stg2:24, RVR 1960).
Debemos darnos cuenta que Santiago está usando aquí la palabra
justificar en un sentido diferente del que Pablo la usa. En el comienzo de este
capítulo notamos que la palabra justificar tiene varios significados, y que uno
de ellos es «declarar que alguien es justo», pero también debiéramos notar que
la palabra griega dikaioo también puede significar «demostrar o mostrar ser
justo».
Por ejemplo, Jesús dijo de los fariseos: «Vosotros sois los que os
justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros
corazones» (Lc 16:15, RVR 1960). Lo que se quiere decir aquí no es que los
fariseos iban por ahí haciendo declaraciones de que ellos «no eran culpables)
delante de Dios, sino más bien que ellos estaban siempre intentando mostrara
otros que eran justos por sus obras externas. Jesús sabía que la verdad era
otra: «Mas Dios conoce vuestros corazones» (Lc 16: 15).
Del mismo modo, el abogado que quiso probar a Jesús preguntándole quién
heredaría la vida eterna, respondió bien a la primera pregunta de Jesús; pero
cuando el Señor le dijo: «Haz eso y vivirás), no se sintió satisfecho.
Lucas nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a
Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10: 28-29). Él no estaba deseando dar una
declaración legal acerca de sí mismo de que no era culpable ante los ojos de
Dios; sino que más bien estaba deseando mostrar que «él era justo» delante de
los demás que estaban escuchando.
Otros ejemplos de la palabra justificar significando «mostrar que se es
justo» los podemos encontrar en Mateo 11:19; Lc 7:35; Romanos 3: 4.
Nuestra interpretación de Santiago 2 depende no solo del hecho de que
«mostrar ser justo» es un sentido aceptable de la palabra justificado, sino
también de que este sentido encaja bien en el contexto de Santiago 2. Cuando
Santiago dice: «¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando
ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?» (v. 21, RVR 1960) se está refiriendo a
algo que ocurrió después en la vida de Abraham, la historia del sacrificio de
Isaac, que sucedió en Génesis 22.
Esto fue mucho después del tiempo registrado en Génesis 15: 6 donde
Abraham creyó a Dios «y le fue contado por justicia». No obstante, este
incidente temprano al comienzo de las relaciones de pacto de Abraham con Dios
es la que Pablo cita y se refiere a ella repetidas veces en Romanos 4. Pablo
está hablando del tiempo cuando Dios justificó a Abraham de una vez y para
siempre, considerándole justo como resultado de su fe en Dios.
Pero Santiago está hablando acerca de algo que vino mucho más tarde,
después de que Abraham esperó muchos años el nacimiento de Isaac, y aun después
de que Isaac hubiera crecido lo suficiente para cargar con leña para el
sacrificio hasta lo alto de la montaña. En ese momento Abraham «mostró que era
justo» por sus obras, y en ese sentido Santiago dice que Abraham «fue
justificado por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar» (Stg2:
21).
Lo que más le interesa a Santiago en esta sección también encaja con
este entendimiento. Santiago está interesado en mostrar que solo estar de
acuerdo intelectualmente con el evangelio es una «fe» que en realidad no lo es.
Está interesado en argumentar en Contra de los que dicen que tienen fe, pero no
muestran cambios en sus vidas. Dice: «Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te
mostraré la fe por mis obras» (Stg 2: 18). «Porque como el cuerpo sin el
espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Stg 2: 26).
Santiago está diciendo sencillamente aquí que la «fe» que no tiene
resultados u «obras» no es una fe verdadera para nada: es una fe (muerta). El
no está negando la enseñanza clara de Pablo que la justificación (en el sentido
de la declaración de una situación legal correcta ante Dios) es solo por fe
aparte de las obras de la ley; él está sencillamente afirmando una verdad
diferente: que la (justificación) en la sentido de una muestra exterior de que
uno es justo solo ocurre cuando se ven sus evidencias en la vida de la persona.
Para parafrasear, Santiago está diciendo que es justa con sus obras, y
no solo por su fe. Esto es algo con lo que sin duda Pablo estaba de acuerdo (2ª
Co 13: 5; Gá 5: 19-24).
Las implicaciones prácticas de la doctrina de la justificación solo por
la fe son muy importantes. Primero esta doctrina nos permite ofrecer genuina
esperanza a los incrédulos que saben que nunca podrán hacerse a sí mismos
justos ante los ojos de Dios. Sí la salvación es regalo que se recibe solo por
medio de la fe, cualquiera que oye el evangelio puede tener la esperanza de que
la vida eterna se ofrece gratis y puede obtenerse.
Segunda. Esta doctrina nos da confianza en que Dios nunca nos va a hacer
pagar por los pecados que han sido perdonados en base de los meritos de Cristo.
Por supuesto, podemos continuar sufriendo las consecuencias ordinarias del
pecado (como un alcohólico que deja de tomar puede todavía tener debilidad
física por el resto de su vida, y un ladrón que es justificado puede que
todavía que ir a la cárcel para pagar por su delito).
Además, Dios puede disciplinarnos si seguimos actuando en caminos que
son de desobediencia para Él (vea He 12: 5-12), y lo hace por amor y para
nuestro bien. Pero Dios no puede ni nunca lo hará, vengarse de nosotros por
pecados pasados ni hacernos pagar el castigo que corresponde por ellos ni
castigarnos por causa de su ira y con el propósito de dañarnos. (Por tanto, ya
no hay ninguna condenación para los que están unidos con Cristo Jesús) (Ro
8:1).
Este hecho debiera proporcionarnos un gran sentido de gozo y confianza
delante de Dios porque Él nos ha aceptado y estamos en su presencia como (no
culpables) y (justos) para siempre.
(4)
A.
Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los
escogidos: 1 P. 1:2, 19,20; Gá. 3:8; Ro.
8:30.
B.
Y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados de ellos, y
resucitó para su justificación: Ro.
4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6.
C.
Sin embargo, no son justificados personalmente hasta que, a su debido tiempo,
Cristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo: Col. 1:21,22; Tit. 3:4-7; Gá. 2:16; Ef. 2:1-3.
(5)
A.
Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados: Mt. 6:12; 1 Jun. 1:7–2:2; Jun. 13:3-11.
B.
Y aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación. Lc. 22:32; Jun. 10:28; He 10:14.
C.
Sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y,
en esa condición, no suelen recibir la restauración de la luz de su rostro,
hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y
arrepentimiento: Sal 32:5; 51:7-12; Mt.
26:75; Lc. 1:20.
(6)
A.
La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos
estos sentidos, una y la misma que la justificación de los creyentes bajo el
Nuevo Testamento: Gá. 3:9; Ro. 4:22-24. Elegidos: no aparece en algunas
ediciones de la Confesión, pero sí en la original.
LA PREDESTINACIÓN
Hay
muy pocas doctrinas que despiertan tanta controversia o provocan tanta
consternación como la doctrina de la predestinación.
Es
una doctrina muy difícil que requiere ser tratada con mucho cuidado y esmero.
Sin embargo, es una doctrina bíblica y
por lo tanto es necesario considerarla. No nos atrevemos a ignorarla.
Prácticamente
todas las iglesias cristianas tienen algún tipo de doctrina sobre la
predestinación. Es inevitable, porque el concepto aparece claramente en la
Sagrada Escritura. Estas iglesias sin embargo están en desacuerdo, a veces en
franco desacuerdo sobre su significado. El punto de vista metodista difiere del
punto de vista luterano, el que difiere del punto de vista presbiteriano.
Aunque
todos estos puntos de vista difieren, cada uno esta intentando entender este
tema difícil.
En
su forma más elemental, la predestinación significa que nuestro destino final,
el cielo o el infierno, ha sido decidido por Dios no solamente antes de que
lleguemos allí, sino antes incluso de haber nacido. Nos enseña que nuestro
destino está en las manos de Dios. Para expresar esto de otro modo: desde la
eternidad pasada, antes de que existiésemos, Dios decidió salvar a algunos
miembros de la raza humana y dejar que el resto de la raza humana perezca. Dios
hizo una elección eligió a algunos individuos para que fuesen salvos y
disfrutaran la eterna bendición del cielo y eligió a otros para que sufrieran
las consecuencias de sus pecados hasta el tormento eterno en el infierno.
Esta
definición es común para muchas iglesias. Pero para llegar al centro de la
contienda corresponde preguntarse: ¿Cómo elige Dios? El punto de vista de las
iglesias que no provienen de la Reforma, sostenido por la mayoría de los cristianos, es que Dios realiza esta elección en
base a su previo conocimiento. Dios elige para la vida eterna a las personas
que Él sabe han de
elegirlo a Él.
Es
la noción presiente de la
predestinación porque descansa sobre el previo conocimiento de Dios sobre las
decisiones o actos humanos.
El
punto de vista de las Iglesias Reformadas difiere en tanto que considera que la
decisión final para la salvación depende de Dios y no de nosotros. Según esta
noción, la elección de Dios es soberana. No descansa sobre las decisiones o las
respuestas previstas por Dios. Considera que estas decisiones emanan de la
soberana gracia de Dios.
El
punto de vista sostenido por las Iglesias Reformadas es que, librada a sí
misma, ninguna persona escogería a Dios. Las personas caídas todavía tienen una
voluntad libre y son capaces de elegir lo que
desean. Pero el problema radica en que no tenemos ningún deseo por Dios y no
elegiremos a Cristo hasta que no seamos regenerados. La fe es el don que surge
del nuevo nacimiento.
Solo
los escogidos pueden responder en la fe al evangelio. Los escogidos se deciden
por Cristo, pero solo porque fueron elegidos por Dios en primer lugar. Como en
el caso de Jacob y de Esaú, los escogidos son elegidos únicamente en base a la
soberana buena voluntad de Dios y no sobre la base de nada que hayan hecho o
que hayan de realizar. Pablo nos dice: y no
sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre
(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el
propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino
por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Así que no depende
del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. (Romanos
9:10-12,16)
Un
problema polémico con respecto a la predestinación es que Dios no escoge o
elige salvar a todos. Se reserva el derecho de tener misericordia sobre quien
Él decida tener misericordia.
Algunas
personas de la caída humanidad reciben la gracia y la misericordia de la
elección. Al resto, Dios las pasa por alto dejándolas en su pecado. Los que no
han sido escogidos reciben la justicia. Los escogidos reciben la misericordia.
Nadie recibe la injusticia. No hay nada que obligue a Dios a ser misericordioso
hacia algunos o hacia todos por igual. Es su entera decisión definir cuán
misericordioso desea ser. Sin embargo, nunca será culpable de no ser justo con
alguien (véase Romanos 9:14-15).
RESUMEN
1.
La predestinación es una doctrina difícil que debe ser tratada con delicadeza.
2.
La Biblia nos enseña la doctrina de la predestinación.
3.
Muchos cristianos definen la predestinación en función del previo conocimiento
de Dios.
4.
El punto de vista de la Reforma no considera al conocimiento como una
explicación de la predestinación bíblica.
5. La predestinación se basa
en la elección de Dios, no en la elección de los seres humanos.
6.
Las personas no regeneradas no tienen deseo de escoger a Cristo.
7.
Dios no escoge a todos.
Se reserva el cerceno tener misericordia
sobre quien quiera.
8.
Dios no trata a nadie injustamente.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN
Proverbios
16:4, Juan 13:18, Romanos 8:30, Efesios 1:3-14, 2 Tesalonicenses 2:13-15.
LA PREDESTINACIÓN Y LA CONDENACIÓN
Toda
moneda tiene dos caras. También hay otra cara a la doctrina de la elección. La
elección se refiere tan solo a uno de los aspectos de la doctrina más amplia de
la predestinación. El otro lado de la moneda es la cuestión de la condenación.
Dios declaró que amó a Jacob pero que odió a Esaú. ¿Cómo debemos entender esta
referencia alodio divino?
La
predestinación es doble. La única manera de evitar la doctrina de la doble
predestinación sería el afirmar que Dios predestina a todos a ser escogidos o
que no predestina a nadie ni a ser escogido ni a ser condenado. Como la Biblia
enseña la predestinación con claridad en cuanto a la elección y niega
la salvación universal, debemos concluir que la predestinación es doble.
Incluye tanto la elección como la condenación. La doble predestinación es
inevitable si tomamos a la Escritura en serio. El punto crucial, sin embargo,
es ¿cómo debe ser entendida la doble predestinación?
Algunos
han entendido a la doble predestinación como una relación de causa y efecto, en
la cual Dios es igualmente responsable de que el malvado no crea y de que los
escogidos crean. Esta posición sobre la predestinación se conoce como la positiva-positiva.
La
posición positiva-positiva sobre la predestinación nos enseña que Dios positiva
y activamente interviene en las vidas de los escogidos para obrar su gracia en
sus corazones y para traerlos a la fe. Del mismo modo, en el caso de los
malvados, obra el mal en los corazones de los malvados y activamente les impide
que se lleguen a la fe. Esta posición ha sido llamada con frecuencia el
"híper-calvinismo" porque va más allá de las posiciones que a este
respecto tenían Calvino, Lutero y otros pensadores de la Reforma.
La
posición de la Iglesia Reformada sobre la doble predestinación sigue un patrón positivo-negativo. En el caso de los
escogidos, Dios interviene positiva y activamente
para obrar la gracia en sus almas y traerlos a la fe salvadora. Unilateralmente
regenera a los escogidos y les asegura su salvación. En el caso de los
malvados, no obra el mal en ellos o impide que se acerquen a la fe. En lugar de
hacer esto, los pasa por alto, dejándolos librados a sus propios pecados. Según
esta posición la acción divina no es simétrica. La actividad de Dios es
asimétrica con respecto a los escogidos y a
los malvados.
Existe,
sin embargo, un plano de igualdad. El malvado, que ha sido pasado por alto por
Dios, está finalmente condenado, y su
maldición es tan real y cierta
como la salvación final de los escogidos.
El
problema se vincula a las afirmaciones bíblicas como en el caso de Dios
endureciendo el corazón de Faraón. Nadie discute que la Biblia dice que Dios
endureció el corazón de Faraón. Pero la pregunta sigue en pie: ¿Cómo endureció
Dios el corazón de Faraón? Lutero argumentaba que se trataba de un
endurecimiento pasivo y no
activo. En otras palabras, Dios no creó ninguna nueva maldad en el corazón de
Faraón. Ya existía suficiente maldad en el corazón
de Faraón para que este se inclinara a resistir la voluntad de Dios siempre que
pudiera.
Todo
lo que Dios tiene que hacer para que alguien se endurezca es retirar su gracia
de dicha persona y dejarla librada a sus
propios impulsos hacia el mal. Esto es precisamente lo que Dios hace a quienes
están condenados en el infierno. Los abandona a su propia maldad.
¿En
que sentido "odió" Dios a Esaú? Hay dos explicaciones propuestas para
resolver este problema. La primera de ellas lo explica definiendo alodio no
como una pasión negativa dirigida hacia Esaú sino simplemente como la ausencia
de amor redentor.
Que
Dios "amó" a Jacob significa sencillamente que hizo de Jacob el
objeto de su gracia inmerecida. Le dio a Jacob un beneficio que Jacob no
merecía. Esaú no recibió el mismo beneficio y en dicho sentido fue odiado por Dios.
Esta
primera explicación suena un poco rebuscada, parece querer evitar que se pueda
decir que Dios puede odiar a alguien.
La
segunda explicación le da más fuerza a la palabra odio. Según esta segunda explicación Dios efectivamente odió a
Esaú. Esaú era odioso a la vista de Dios. No había nada en Esaú que Dios
pudiera amar. Esaú era un vaso solo digno de ser destruido y merecedor de la
ira y el odio santo de Dios. Que el lector decida con cuál
explicación se queda.
RESUMEN
1.
La predestinación es doble; tiene dos facetas.
2.
Algunos enseñan que Dios es igualmente responsable de la elección y de la
condenación. Esto es característico del híper-calvinismo.
3.
La posición sostenida por la Reforma es que la doble predestinación refleja un
esquema positivo-negativo.
4.
Dios endureció el corazón de Faraón en forma pasiva, no activa.
5. Dios odió a Esaú en el
sentido de que no le dio la bendición de la gracia, o en el sentido de
aborrecerlo, de considerarlo un objeto digno de ser destruido.