(1)
A.
La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las
criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían
haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia
voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de
pacto: Job 35:7,8; Sal 113:5,6; Is.
40:13-16; Lc. 17:5-10; Hch. 17:24,25.
EL PACTO DE OBRAS
Algunos han cuestionado si es apropiado hablar del pacto de obras que
Dios tenía con Adán y Eva en el huerto del Edén. En realidad la palabra pacto
no aparece en las narrativas de Génesis. Sin embargo, las partes esenciales del
pacto están presentes:
Una definición clara de las partes involucradas, una serie de
disposiciones legalmente vinculantes que estipulan las condiciones de las
relaciones, la promesa de bendiciones por la obediencia y la condición para
obtener esas bendiciones.
Además, Oseas 6:7, al referirse a los pecados de Israel, dice: «Son como
Adán: han quebrantado el pacto»! Este pasaje ve a Adán viviendo en una relación
de pacto que había quebrantado en el huerto del Edén. Además, en Romanos 5:
12-21 Pablo ve a Adán y a Cristo como cabezas de las personas que representan,
algo que es completamente coherente con la idea de que Adán era parte de un
pacto antes de la Caída.
En el huerto del Edén, parece que está bastante claro que había una
serie de estipulaciones que vinculaban legalmente y definían las relaciones
entre Dios y el hombre. Las dos partes aparecen con claridad cuando Dios habla
con Adán y le da mandamientos. Los requerimientos de sus relaciones aparecen
bien definidos con los mandamientos que Dios les da a Adán y Eva (Gn 1: 28-30;
2: 15) y en el mandamiento directo a Adán: «Puedes comer de todos los árboles
del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás
comer. El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2: 16-17).
En esta declaración a Adán acerca del árbol del conocimiento del bien y
del mal hay una promesa de castigo de la desobediencia: la muerte, que debemos
entender de una forma amplia en el sentido de muerte física, espiritual y
muerte eterna y separación de Dios.' En esta promesa de castigo por la
desobediencia hay implícita una promesa de bendición por la obediencia. Esta
bendición consistiría en no recibir la muerte, y la implicación es que la
bendición sería lo opuesto a la «muerte».
Involucraría vida física sin fin y vida espiritual en términos de una
relación con Dios que continuaría para siempre. La presencia del «árbol de la
vida en medio del jardín» (Gn 2: 9) también era una promesa de vida eterna con
Dios si Adán y Eva satisfacían las condiciones de aquel pacto de relación
mediante una completa obediencia a Dios hasta que este decidiera que el tiempo
de prueba había terminado.
Después de la Caída, Dios echó a Adán y Eva del huerto, en parte para
que no «extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo
coma y viva para siempre» (Gn 3: 22).
Otra evidencia de que las relaciones de pacto con Dios incluía una
promesa de vida eterna si Adán y Eva hubieran obedecido perfectamente es el
hecho de que aun en el Nuevo Testamento Pablo habla como si la perfecta
obediencia, si fuera posible, conduciría a la vida. Habla de que «el mismo
mandamiento que debía haberme dado vida me llevó a la muerte» (Ro 7: 10,
literalmente, «mandamiento que era para vida») y. con el fin de demostrar que
la ley no se basa en la fe, cita Lv 18:5 que dice lo siguiente acerca de las
estipulaciones de la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas» (Gá 3:
12; Ro 10: 5).
Otros pactos en las Escrituras tienen generalmente una «señal» asociada
con ellos (como la circuncisión, el bautismo y la Cena del Señor). Ninguna
«señal» para el pacto de obras se designa claramente en Génesis como tal, pero
si tuviéramos que mencionar una, sería probablemente el árbol de la vida en el
medio del huerto.
Si participaban de ese árbol, Adán y Eva habrían participado de la
promesa de vida eterna que Dios daría. El fruto en sí no tenía propiedades
mágicas, pero sería una señal mediante la cual Dios garantizaba externamente la
realidad interna que ocurriría.
¿Por qué es importante decir que las relaciones entre Dios y el hombre
en el huerto eran relaciones de pacto? El hacerlo así nos recuerda el hecho que
estas relaciones, incluyendo los mandamientos de obediencia y promesas de
bendición por la obediencia, no era algo que sucedía automáticamente en las
relaciones entre el Creador y la criatura..
Por ejemplo, Dios no hizo ninguna clase de pacto con los animales que
creó.' Tampoco la naturaleza del hombre tal como Dios la creó demandaba que él
tuviera algún tipo de compañerismo con el hombre ni que Dios hiciera alguna
promesa que tuviera que ver con sus relaciones con el hombre o que le diera al
hombre alguna dirección clara en lo concerniente a 10 que él haría.
Todo esto era una expresión del amor paternal de Dios por el hombre y la
mujer que él había creado. Además, cuando especificamos estas relaciones como
«pacto», podemos ver el claro paralelismo entre esta y las siguientes
relaciones de pacto que Dios tuvo con su pueblo. Si todos los elementos de un
pacto están presentes (estipulaciones claras de las partes involucradas,
declaración de las condiciones del pacto y promesa de bendiciones o castigo por
la desobediencia), no parece que haya razón por la que no debamos referimos a
estas como un pacto, porque eso era lo que en verdad eran.
Aunque el pacto que había antes de la Caída ha sido expresado mediante
varios términos (tales como el pacto adánico o el pacto de la naturaleza), la
designación más útil parece ser la de «pacto de obras», puesto que la
participación en las bendiciones del pacto dependía claramente de la obediencia
u «obras» de parte de Adán y Eva.
Como en todos los pactos que Dios hace con el hombre, no hay aquí
negociaciones sobre las disposiciones. Dios impone soberanamente el pacto sobre
Adán y Eva, y ellos no tienen ninguna posibilidad de cambiar los detalles. Lo
único que pueden hacer es aceptarlo o rechazarlo.
¿Está todavía en vigor el pacto de obras? En varios sentidos importantes
lo está.
En primer lugar, Pablo implica que la obediencia perfecta a las leyes de
Dios, si fuera posible, llevaría a la vida (vea Ro 7: 10; 10: 5; Gá 3: 12).
Debiéramos también notar que el castigo en este pacto todavía está en vigor,
«porque la paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23).
Esto implica que el pacto de obras todavía está en vigor para todo ser
humano aparte de Cristo, aunque ningún ser humano pecador puede cumplir con sus
estipulaciones y conseguir sus bendiciones. Por último debiéramos notar que
Cristo obedeció perfectamente el pacto de obras por nosotros porque él no
cometió ningún pecado (1ª P 2: 22), sino que obedeció a Dios en todo a nuestro
favor (Ro 5:18-19).
Por otro lado, en varios sentidos, el pacto de obras no permanece en
vigor:
(1) Ya no
tenemos que lidiar con el mandamiento específico de no comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal.
(2) Dado
que todos tenemos una naturaleza pecaminosa (tanto los cristianos como los que
no son cristianos), no estamos en condiciones de cumplir con las disposiciones
del pacto de obras por nosotros mismos y recibir sus beneficios, pues al
aplicarse directamente a las personas solo recibimos castigos.
(3) Para
los cristianos, Cristo ha cumplido satisfactoriamente las estipulaciones de
este pacto de una vez y para siempre, y nosotros obtenemos sus beneficios no
mediante una obediencia real de nuestra parte, sino confiando en los méritos de
la obra de Cristo.
En realidad, para los cristianos hoy pensar que estamos obligados a
tratar de ganar el favor de Dios mediante la obediencia sería apartarse de la
esperanza de la salvación. «Todos los que viven por las obras que demanda la
ley, están bajo maldición es evidente que por la ley nadie es justificado
delante de Dios» (Gá 3: 10-11).
Los cristianos han quedado liberados del pacto de las obras por razón de
la obra de Cristo y han sido incluidos en el nuevo pacto, el pacto de la gracia
(vea abajo).
(2)
A.
Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída,
agradó al Señor hacer un pacto de gracia:
Gn. 3:15; Sal 110:4 (con He 7:18-22; 10:12-18); Ef. 2:12 (con Ro. 4:13-17 y Gá.
3:18-22); He 9:15.
B.
En el que gratuitamente ofrece a los pecadores vida y salvación por Jesucristo,
requiriéndoles la fe en él para que puedan ser salvos: Jun. 3:16; Ro. 10:6,9; Gá. 3:11.
C.
Y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que son ordenados para
vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer: Ez. 36:26,27; Jun. 6:44,45.
EL PACTO DE REDENCIÓN
Los teólogos hablan de otra clase de pacto, un pacto que no es entre
Dios y el hombre, sino entre los miembros de la Trinidad. Es el pacto que
llaman el «pacto de redención». Este es un acuerdo entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, mediante el cual el Hijo está de acuerdo en hacerse hombre, ser
nuestro representante, obedecer las demandas del pacto de obras en nuestro
nombre y pagar el castigo del pecado que nosotros merecíamos.
¿Enseñan las Escrituras su existencia? Sí, porque habla de un plan y
propósito específico de Dios en el que estuvieron de acuerdo el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo a fin de ganar nuestra redención.
En cuanto al Padre, este «pacto de redención» incluía un acuerdo de dar
al Hijo un pueblo que él redimiría para ser suyos Gn 17: 2, 6), enviar al Hijo
para que fuera su representante Gn 3: 16; Ro 5: 18-19), preparar un cuerpo para
que el Hijo morara en él como hombre (Col 2: 9; He 10: 5), aceptarle como
representante del pueblo que habría redimido (He 9: 24), y darle a él toda
autoridad en el cielo y en la tierra (Mt
28: 18), incluyendo la autoridad de derramar el poder del Espíritu Santo y
aplicar la redención a su pueblo (Hch 1: 4; 2: 23).
De parte del Hijo, estuvo de acuerdo en que vendría a este mundo como
hombre y viviría como hombre bajo la ley mosaica (Gá 4: 4; He 2: 14-18), y que
se sometería en perfecta obediencia a todos los mandamientos del Padre (He
10:7-9), se humillaría a sí mismo y se haría obediente hasta la muerte en la
cruz (Fil 2: 8). El Hijo también estuvo de acuerdo en formar a un pueblo para
sí mismo a fin de que ninguno de los que el Padre le iba a dar se perdiera Gn
17: 12).
El papel del Espíritu Santo en el pacto de redención a veces se pasa por
alto en las reflexiones sobre el tema, pero sin duda era único y esencial.
Estuvo de acuerdo en hacer la voluntad del Padre y llenar y facultar a Cristo
para que llevara a cabo su ministerio en la tierra (Mt 3:16; Lc 4: 1, 14, 18;Jn
3: 34), y aplicarlos beneficios de la obra redentora de Cristo a los creyentes
después de que Cristo regresara al cielo Gen 14: 16-17,26; Hch 1: 8; 2:17-18,
33).
Refiriéndonos al acuerdo entre los miembros de la Trinidad como un
«pacto», nos recuerda que fue algo emprendido voluntariamente por Dios, no algo
en lo que tuviera que meterse por razón de su naturaleza. Sin embargo, este
pacto es también diferente de los pactos entre Dios y el hombre porque las
partes que participan lo hacen como iguales, mientras que en los pactos con el
hombre, Dios es el Creador soberano que impone las estipulaciones del pacto por
decreto propio.
Por otro lado, es como los pactos que Dios hizo con el hombre en que
contiene los elementos (especificando las partes, condiciones, y bendiciones
prometidas) que conforman un pacto.
EL PACTO DE GRACIA
ELEMENTOS
ESENCIALES.
Cuando el hombre no obtuvo la bendición ofrecida en el pacto de obras,
se hizo necesario que Dios estableciera otro medio, uno mediante el cual el
hombre pudiera ser salvado. El resto de las Escrituras después del relato de la
Caída en Génesis 3 es la narración de la acción de Dios en la historia para
llevar a cabo el maravilloso plan de redención a fin de que las personas
pecadoras pudieran entrar en compañerismo con él.
Una vez más, Dios claramente define las disposiciones del pacto que
especificarían las relaciones entre él y los que serían redimidos. En estas
especificaciones encontramos algunas variaciones en detalle a lo largo del
Antiguo y Nuevo Testamentos, pero los elementos esenciales de un pacto están
todos allí, y la naturaleza de esos elementos esenciales permanece igual a lo
largo del Antiguo y del Nuevo Testamentos.
Las partes en este pacto de gracia son Dios y el pueblo que él
redimiría. Pero en este caso Cristo cumple con un papel especial como
«mediador» (He 8: 6; 9: 15; 12: 24) en el cual cumple por nosotros las
condiciones del pacto y de ese modo nos reconcilia con Dios. (No había mediador
entre Dios y el hombre en el pacto de obras.)
La condición (o requerimiento) de la participación en el pacto es tener
fe en la obra de redención de Cristo (Ro 1: 17; et al.). Este requerimiento de
fe en la obra redentora del Mesías era también la condición para obtener las
bendiciones del pacto del Antiguo Testamento, como Pablo lo demuestra
claramente por medio de los ejemplos de Abraham y David (Ro 4:1-15). Ellos,
como otros creyentes del Antiguo Testamento, alcanzaron salvación mirando hacia
el futuro a la obra del Mesías que iba a venir y depositando su fe en él:
Pero si bien la condición para empezar en el pacto de gracia es solo y
siempre la fe en la obra de Cristo, la condición para continuar en el pacto se
entiende que es la obediencia a los mandamientos de Dios. Aunque esta
obediencia no sirve en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento para
ganar méritos con Dios, si nuestra fe en Cristo es genuina, producirá
obediencia (vea Stg 2: 17), y la obediencia a Cristo en el Nuevo Testamento se
considera una evidencia necesaria de que somos verdaderos creyentes y miembros
del nuevo pacto (vea 1Jn 2:4-6).
La promesa de bendiciones en el pacto era una promesa de vida eterna con
Dios.
Esa promesa aparece repetida con frecuencia a lo largo del Antiguo y del
Nuevo Testamentos. Dios prometió que él sería su Dios y ellos serían su pueblo.
«Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por
todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes» (Gn
17: 7). «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer 31: 33). «Ellos serán
mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré con ellos un pacto eterno» (Jer 32: 38-40;
Ez 34: 30-31; 36: 28; 37: 26-27).
Ese tema aparece también en el Nuevo Testamento: «Yo seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo» (2ª Co 6: 16; d. un tema similar en los vv. 17-18;
también 1ª P 2: 9-10). Al hablar del nuevo pacto, el autor de Hebreos cita
Jeremías 31: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (He 8: 10). Esta
bendición encuentra su cumplimiento en la iglesia, que es el pueblo de Dios,
pero encuentra su mejor cumplimiento en el nuevo cielo y la nueva tierra, como
lo ve Juan en su visión de la era venidera: «Oí una potente voz que provenía
del trono y decía: "¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de
Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará
con ellos y será su Dios» (Ap 21: 3).
La señal de este pacto (el símbolo físico exterior de inclusión en el
pacto) varía entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo
Testamento la señal exterior de comienzo de las relaciones de pacto era la
circuncisión. La señal de continuación en las relaciones de pacto era la
continua observancia de todas las fiestas y leyes ceremoniales que Dios le dio
al pueblo en varios momentos de su historia. En el nuevo pacto la señal de
comienzo de las relaciones de pacto es el bautismo, mientras que la señal de la
continuación de las relaciones es la participación en la Cena del Señor.
A este pacto se le conoce como «pacto de gracia» porque está
completamente basado en la «gracia» de Dios o el favor inmerecido hacia
aquellos a quienes redime.
(3)
A.
Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de
salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos
adicionales hasta completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento: Gn. 3:15; Ro. 16:25-27; Ef. 3:5; Tit. 1:2;
He 1:1,2.
B.
Y tiene su fundamento en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el
Padre y el Hijo acerca de la redención de los escogidos: Sal 110:4; Ef. 1:3-11; 2 Ti. 1:9.
C.
Y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los
descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita
inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por
Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de
inocencia: Jun. 8:56; Ro. 4:1-25; Gá. 3:18-22; He 11:6, 13, 39,40.
VARIAS FORMAS DEL PACTO.
Aunque los elementos esenciales del pacto de gracia son los mismos a lo
largo de la historia del pueblo de Dios, las disposiciones específicas del
pacto varían de vez en cuando. En el tiempo de Adán y Eva, había solo una
insinuación escueta de la posibilidad de tener relaciones con Dios que
encontramos en la promesa acerca de la simiente de la mujer en Génesis 3: 15 y
en la anterior y amorosa provisión de Dios de ropas para Adán y Eva (Gn 3: 21).
El pacto que Dios hizo con Noé después del diluvio (Gn 9: 8-17) no era
un pacto que prometiera todas las bendiciones de la vida eterna y la comunión
con Dios, sino solo uno en el que Dios prometía a toda la humanidad y al reino
animal que la tierra no volvería a ser destruida por un diluvio.
En este sentido el pacto con Noé, aunque ciertamente depende de la
gracia de Dios o del favor inmerecido, parece ser bastante diferente en cuanto
a las partes involucradas (Dios y toda la humanidad, no solo los redimidos), la
condición mencionada (no se requiere ni fe ni obediencia de parte del hombre),
y la bendición que se promete (que la tierra no sería destruida de nuevo por el
diluvio es sin duda una promesa diferente de la de vida eterna). La señal del
pacto (el arco iris) es también diferente en que no requiere una participación
activa o voluntaria de parte del hombre.
Pero empezando con el pacto con Abraham (Gn 15: 1-21; 17: 1-27), los
elementos esenciales del pacto de gracia están todos presentes. En realidad,
Pablo puede decir que «la Escritura ... anunció de antemano el evangelio a
Abraham» (Gá 3: 8).
Además, Lucas nos dice que Zacarías, el padre de Juan el Bautista,
profetizó que la llegada de Juan el Bautista, para preparar el camino del
Cristo era el comienzo de la actividad de Dios para cumplir las antiguas promesas
a Abraham (para mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo
pacto. Así lo juró a Abraham nuestro padre), Lc 1:72-73).
De modo que las promesas del pacto con Abraham permanecían en vigor aun
cuando habían quedado cumplidas en Cristo (vea Ro 4: 1-25; Gá.3: 6-18, 29; He
2:16; 6:13-20).
¿Qué es entonces el «antiguo pacto» en contraste con el «nuevo pacto» en
Cristo? No es el todo del Antiguo Testamento, porque el pacto con Abraham y
David nunca son llamados «antiguos» en el Nuevo Testamento. Más bien, solo al
pacto bajo Moisés, el pacto que se hizo en el Monte Sinaí (Éx 19-24) se le
llama el «antiguo pacto» (2 Ca 3: 14; cf. He 8:6, 13), que iba a ser sustituido
por el «lluevo pacto» en Cristo (Lc 22: 20; 1ª Co 11: 25; 2ª Co 3:6; He 8: 8,13;
9: 15; 12: 24).
El pacto mosaico era la aplicación de detalladas leyes escritas puestas
en vigor por un tiempo para restringir los pecados de las personas y para ser
una guía que nos llevara a Cristo. Pablo dice: «Entonces, ¿cuál era el
propósito de la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que
viniera la descendencia a la cual se hizo la promesa» (Gá 3: 19), «así que la
ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo» (Gá 3: 24).
No debiéramos suponer que no hubo gracia para las personas desde Moisés
hasta Cristo, porque la promesa de salvación por la fe que Dios había hecho a
Abraham permanecía en vigor: Ahora bien.
Las Promesas Se Le Hicieron A Abraham Ya Su Descendencia. La Ley, Que
Vino Cuatrocientos Treinta Años Después, No Anula El Pacto Que Dios Había
Ratificado Previamente; De Haber Sido Así, Quedaría Sin Efecto La Promesa. Si
La Herencia Se Basa En La Ley, Ya No Se Basa En La Promesa; Pero Dios Se La
Concedió Gratuitamente A Abraham Mediante Una Promesa (Gá 3: 16-18).
Además, aunque el sistema de sacrificios del pacto mosaico no quitaba en
realidad el pecado (He 10: 1-4), sí prefiguraba que Cristo, el perfecto sumo
sacerdote que era también el sacrificio perfecto, cargaría con nuestros pecados
(He 9: 11-28). Sin embargo, el pacto mosaico por sí mismo, con todas sus leyes
detalladas, no podía salvar a las personas.
No es que las leyes fueran en sí malas, porque las había dado un Dios
santo, pero carecían de poder para dar a las personas una vida nueva, y las
personas no podían obedecerlas perfectamente: «¿Estará la ley en contra de las
promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Si se hubiera promulgado una ley capaz de
dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley» (Gá 3: 21).
Pablo se da cuenta de que el Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros
puede capacitamos para obedecer a Dios en una manera que la ley mosaica nunca
podría, porque él dice que Dios «nos ha capacitado para ser servidores de un
nuevo pacto, no el de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero
el Espíritu da vida» (2ª Co 3:6).
El nuevo pacto en Cristo es, entonces, mucho mejor porque cumple las
promesas hechas en Jeremías 31:31-34, como aparece citado en Hebreos 8: Pero el
servicio sacerdotal que Jesús ha recibido es superior al de ellos, así como el
pacto del cual es mediador es superior al antiguo, puesto que se basa en
mejores promesas. Efectivamente, si ese primer pacto hubiera sido perfecto, no
habría lugar para un segundo pacto.
Pero Dios, reprochándoles sus defectos, dijo: «Llegará el tiempo -dice
el Señor-, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá.
No Será Como El Pacto Que Hice Con Sus Antepasados El Día En Que Los
Tomé De La Mano Para Sacarlos De Egipto, Porque Ellos No Permanecieron Fieles A
Mi Pacto, Y Yo Los Abandoné, Dice El Señor.
Por Tanto, Este Es El Pacto Que Después De Aquellos Días Estableceré Con
La Casa De Israel, Dice El Señor: Pondré Mis Leyes En Su Mente Y Las Escribiré
En Su Corazón. Yo Seré Su Dios, Y Ellos Serán Mi Pueblo.
Ya Nadie Enseñará A Su Prójimo, Ni Nadie Enseñará A Su Hermano Ni Le
Dirá: "¡Conoce Al Señor!"
Porque Todos, Desde El Más Pequeño Hasta El Más Grande, Me Conocerán. Yo
Les Perdonaré Sus Iniquidades, Y Nunca Más Me Acordaré De Sus Pecados». Al
Llamar «Nuevo» A Ese Pacto, Ha Declarado Obsoleto Al Anterior; Y Lo Que Se
Vuelve Obsoleto Y Envejece Ya Está Por Desaparecer (He 8: 6-13).
En este nuevo pacto hay bendiciones muy superiores, porque Jesús el
Mesías ha venido; ha vivido, ha muerto y ha resucitado entre nosotros, y ha
expiado de una vez y para siempre todo nuestros pecados (He 9: 24-28); nos ha
revelado a Dios de una manera más completa Gn 1:14; He 1:1-3); ha derramado el
Espíritu Santo sobre su pueblo con el poder del nuevo pacto (Hch 1:8; 1ª Co 12:
13; 2ª Co 3: 4-18); ha escrito sus leyes en nuestros corazones (He 8: 10).
Este nuevo pacto es el «pacto eterno» (He 13:20) en Cristo, por medio
del cual tendremos comunión eterna con Dios, y él será nuestro Dios, y nosotros
seremos su pueblo.